Nico: —Siento que me voy de vacaciones —rio.
Roma: —¿Querés que vayamos preparando los mates o algo? —preguntó entre risas.
La primer hora de viaje fue bastante tranquila. Era raro, había que admitirlo. Acostumbraban a estar rodeados de otros vehículos y a tener que pagar para cruzar de provincia, pero este no era el caso.
Extrañaban un poco la sensación de tener que pasar a un camión de mercancía. Esa pequeña porción de adrenalina que te mantenía despierto en el viaje.
En cambio, ahora tan solo se veían un par de muertos andando por lo lejos en el campo. Diablos, ni en la naturaleza se puede andar tranquilo. Los granjeros quizá ni se enteraron del desmadre en las ciudades. O probablemente sí.
El cartel de «Pergamino» llamó toda su atención.
Estaban cerca, estaban a tan solo minutos de llegar allí. Era solamente cuestión de paciencia, debía calmarse e idear un plan para cuando estén ahí.
Emi: —¿Y cuál va a ser el plan cuando lleguemos? —como si hubiera tenido acceso a su mente, preguntó lo que, al igual que Nico, también se preguntaba.
Roma suspiró, observando a través de la ventana.
Nico: —Ir a su casa —contestó con simpleza.
Emi: —Sabes que es poco probable que la encontremos ahí, ¿no?
El líder asintió.
Nico: —Pero ella es inteligente. Bastante. No creo que caiga tan fácil.
Emi: —Bueno... La gente inteligente murió al principio de todo, como los inútiles.
Nico: —¿Y qué ejemplos tenés vos? —cuestionó la seguridad en las palabras de su compañero.
Emi: —Lorenzo era inteligente.
Jamás deseó tanto arrepentirse de unas palabras.
Al pronunciar aquello, reavivó un recuerdo en su interior que poco más hace que se estremezca en el asiento.
Esa mordida. Esa maldita mordida...
No pudo creerlo en el momento, menos ahora.
¿Qué dirías Lorenzo acerca de esto?
Emi: —No quise ser insensible —bajó la mirada—, es que es algo que, lamentablemente, es verdad. La inteligencia no sirve en este mundo.
Nico: —Claro que sirve.
Emi: —Bueno, sí sirve, pero no tanto como antes.
Roma: —¿Cuánto falta? —se apareció entre los dos asientos. Nicolás, por el espejo retrovisor, notó unas oscuras bolsas debajo de sus ojos. No pudo suprimir una risita que inquietó a su pareja—. ¿Qué?
Nico: —Pareces una niña preguntando eso —se mordió el labio inferior—. Tenemos dos horas y media de viaje, recién llevamos una hora.
Roma: —Agh —se dejó caer al respaldo y tomó una gran bocanada de aire—. Dormiré un poco, ya que alguien —agravó el tono de manera juguetona— decidió levantarme a una hora muy temprana, por lo que estoy bastante cansada —casi fue interrumpida por su bostezo.
Nico: —Descansa, Bella Durmiente —bromeó.
La chica le tiró un beso y se acomodó en el asiento trasero.
—¡No se vale! —exclamó la joven, poniéndose de pie.
—Esto te sucede por no explicarme bien las reglas —le entregó una fingida sonrisa.
Amaba que sufriera las consecuencias por no explicarle bien las reglas.
—Qué audaz sos, Nicolás —bufó.
Nicolás estiró de a poco las comisuras. Los recuerdos eran aviso de que Junín estaba a la vuelta de la esquina. El destino quería hacérselo saber, pero más que nada, quería que esté preparado para lo que sea que pase.
—Mira —Nico dio vuelta la computadora portátil, dejándole ver un rojo de lleno cubriendo la pantalla, siendo esto la introducción de Netflix.
—¿¡Qué vemos!? —dio pequeños brincos en la cama.
Esta vez, una risa lacónica, fue la que delató su sentimiento. Emiliano lo observó de reojo.
—¿Ella es la asesina? —preguntó con una papa frita colgando de sus dientes—. Porque aparenta ser una.
—No lo sé, Rose.
—Pero ¿vos pensás que es ella? —insistió.
—No lo sé, Rose —rio.
Emi: —No hace falta que me mostrés los dientes para hacerme entender que estás pensando en ella —su amigo lo miró sorprendido—. Oh, por favor, ¿me vas a decir que estoy en lo incorrecto?
Nicolás prefirió tragarse sus palabras y otorgarle la razón, en silencio, a Emiliano.
Para qué iba a mentir, no era necesario, aunque sí que le avergonzaba de cierta manera que su amigo lo capte pensando en la joven.
Emi: —No me chupo el dedo, Nico —rio.
Nico: —¡Ya entendí!
Emi: —Solamente digo que desde chiquitos hablamos sobre este tema. No hay nada por ocultar ni por demostrar. Básicamente, ya está todo dicho.
El castaño se volteó para comprobar el estado de Roma. Y si no hubiese sabido que está durmiendo, pensaría que está muerta. Tiene un sueño tan pesado que parece un cadáver: boca abierta, lengua casi afuera, pequeños ronquidos que amenazan con aumentar su sonido.
A primer vista es de no creer que duerma de esa manera.
Nico: —Es que hace mucho que no la veo —viró su vista hacia adelante—, simplemente eso.
Emi: —Sé eso, lo puedo notar. Pero no niegues que haya algo más.
Nico: —Solo... —lo interrumpió—. Solo vayamos hacia Junín. Deseo que lleguemos lo antes posible.
[...]
Briggs: —¿Nico dijo que tenías que ir hoy?
Mica: —Yo lo propuse —contestó asintiendo—. La última vez que pasé por el Libertad —nombró el supermercado— créeme que aún había muchas cosas. Es raro, ya que es un lugar altamente lleno de provisiones, y comúnmente se piensa que esos sitios son los primeros en generar caos —reflexionó.
Briggs: —Rafa y yo podríamos acompañarte. Sabes que es peligroso ir por ahí afuera sola.
Mica: —Ve a buscarlo. No quiero salir en la oscuridad —miró al cielo—. Posiblemente tengamos unas pocas horas.
Rafa: —¿Que busques a quién? —apareció detrás de la chica y la rodeó con su brazo—. ¿Hay algo para hacer?