Day Z T2 El Comienzo De Un Gran Conflicto

Capítulo 5

Emi: —¿Estás seguro de que no era por este sitio? —levantó el índice de la mano pegada al volante, apuntando a una calle afectada por el tráfico.

Nico: —No sé... —repitió por enésima vez.

Emiliano bufó cansado.

Emi: —Nicolás, siempre venías acá —renegó.

Nico: —Pero cuando veníamos yo jamás me fijaba qué camino tomábamos y por dónde íbamos, yo nada más viajaba mirando mi celular y escuchando música. Mis padres conocían el trayecto de memoria.

Emi: —Y al parecer nosotros somos nuestros propios padres ahora, ¿eh? —le regaló una sonrisa sin muchas fuerzas a su amigo.

El otro asintió lentamente. Era triste asimilarlo, pero era cierto.

Achinó los ojos, en busca de tener una mejor visión para poder salir del laberinto en el cual se encontraban. No estaba apurado, al fin y al cabo Junín era una localidad bastante pequeña, tarde o temprano lograrían averiguar a dónde tienen que ir.

Nico: —A ver —se tornó serio—, necesito concentrarme lo máximo para sacarnos de acá.

Emi: —Adelante, capitán. Toma el timón —rio—. Por lo menos decime que conoces la entrada de la casa.

Nico: —Claro que sí —el corazón de Emiliano volvió a latir con normalidad—. Tan solo tengo que descifrar por dónde...

Se detuvo y escudriñó una esquina por un momento; la conocía, era la calle que tomaban para llegar de manera rápida al hogar de Rose. Y eso Emiliano lo notó en su rostro.

Emi: —¿Por acá? —señaló la calle a su derecha.

Nico: —¡Sí!

El conductor dejó notar una amplia sonrisa. No iba a decir nada, pero sentía los grandes aires de esperanza de su mejor amigo. Y, a decir verdad, le ponía bastante contento, y de hecho llegaba a envidiarle; no todos pueden sentirse así de contentos hoy en día, y sin embargo él logró estarlo, logró encontrar una persona que le sirva de bastón para sostenerse en las situaciones más amargas.

Es difícil confiar en las personas hoy en día.

Emi: —Mi sueño siempre fue visitar Ámsterdam —soltó de repente. Nicolás le sonrió y apoyó la cabeza en la ventanilla, mirando como las casas pasaban de manera rápida.

Nico: —Lo recuerdo, siempre solías decírmelo —rio—. ¿Sabes cuál es el mío? —el conductor negó con la cabeza—. Chicago, es Chicago. Esa maravillosa ciudad siempre logró cautivarme.

Emi: —¿Y cuál era tu ciudad perfecta?, Roma.

Volteó hacia atrás solamente para encontrarse con la imagen de una chica devastada por el cansancio; un pequeño camino de saliva se estaba empezando a formar en la esquina derecha de sus labios.

No entendía cómo demonios seguía en su lapso de sueño, hace horas que había caído en manos de Morfeo, y todavía seguía allí.

Emi: —¿Esta chica cuánto duerme? —observó sorprendido a Nico, quien pareció aguantarse la risa y fue incontenible que le contagiara la burla a él.

Nico: —Dijo que siempre dormía cuando viajaban —la miró de reojo con cierto cariño—. Mientras se sienta segura, yo estoy bien —volvió su mirada al frente y, como si un foco se hubiese encendido en su cabeza, gritó—: ¡Doblá acá! —tras reconocer una casa en específico.

Emiliano casi sufre de un ataque al corazón por el inesperado grito de su amigo. Cuando por fin hizo la maniobra, Nicolás miró embobado una infraestructura de color blanco potente, aunque no tanto porque las paredes parecían desgastadas.

Nico: —Dios mío —repitió dos veces. Ignorante del posible peligro, abrió la puerta del coche sin pensarlo—. Hace cuánto que no venía... —sus labios titubearon.

Emi: —¿Despierto a Roma? —la cabeza del otro joven se movió de arriba a abajo—. Okey.

Nicolás, atónito bajo las inmensas nubes grises que impedían que el sol llegue a las calles del pueblo, avanzó a paso lento a la reja que separaba la vivienda de la vía pública. Tomó uno de los barrotes aún con su mirada analizando pieza por pieza aquel hogar quien estaba maravillado de volverlo a ver.

La cortina del frente estaba corrida, dejaba ver un poco el interior de la casa, pero no tanto, ya que las ventanas estaban bañadas de suciedad.

Un grito nació desde el interior del vehículo, y le siguió un chillido; el líder no se inmutó, estaba tan metido en los recuerdos que aquella vivienda almacenaba que no quería huir de ellos.

Roma: —¡Estúpido!, ¿cómo se te ocurre despertar a alguien así? —exclamó enrabiada, azotando la puerta del vehículo con fuerza. El encargado de la broma se tapó la boca con ambas manos para cubrir su risa, pero solo la delataban más—. ¿¡Te parece gracioso!? —indignada, se cruzó de brazos.

Emi: —Ya pasó, solo veamos en qué está Nic... —se detuvo en cuanto vio al chico petrificado, ladeando su cabeza, como si cada ladrillo con el que fue construida la casa le recordase algo—. ¿Nico? —se acercó a él y apoyó una mano en su hombro.

Nico: —Sí —se apresuró a responder. Intuía que Emiliano estaba consternado por su actitud y lo que podían llegar a encontrar en Junín. O si no encontraban nada...—. Vamos, tenemos que averiguar si la puerta está abierta —abrió la reja y se hizo paso en el pequeño patio delantero.

Pisó las baldosas que formaban un camino recto hasta la puerta de madera, detrás de él, su amigo y pareja se echaban miradas de desconfianza, pero al final siempre era Emiliano el que terminaba calmando a la joven con un «todo estará bien».

Nico: —Mierda —tiró de la manija pero la traba le gritó no, que no sería así de fácil—. ¿Alguna sugerencia? —se viró hacia sus acompañantes.

Emi: —Podemos tumbarla.

Nico: —Ni en sueños, haríamos demasiado ruido —se cruzó de brazos y alzó un poco su perilla—. Quizá la puerta trasera esté abierta.

Roma: —¿No sería buena idea tocar primero la puerta? Ya sabes, por si nos esperan con una escopeta del otro lado.

Nico: —Nos saltamos el primer paso —rio.
 

TOC TOC.
 

Los golpes hicieron eco en el interior. Mala señal.




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