Day Z T2 El Comienzo De Un Gran Conflicto

Capítulo 6

Peter: —Mi madre después de eso no me dejó salir por dos semanas de mi casa —finalizó, y seguido a eso, las risas del otro chico adornaron la sala.

Hacía minutos que el grupo de tres que partió al Libertad había llegado. Llegaron con un par de bolsos atestados de provisiones: medicinas, botellas de agua, comida, latas, y entre otras cosas. Briggs comentó que fue muy difícil sacar todo eso de allí, ya que sentían que la alarma sonaría en cualquier momento, y ese miedo les carcomía por adentro y no les daba motivos para caminar por el supermercado.

Ahora Peter, junto a Rafael, se encontraban ordenando algunas latas que Briggs había dicho de guardar en un vestuario; comentó que era muy buena idea para utilizarlo de segundo almacén, debido a que el principal estaba casi completo y posiblemente no aguantaría las reservas con las que llegaron.

Rafa: —¿Y de dónde venís vos?

Peter: —Entre Ríos —respondió sin molestia alguna.

Rafa: —¿Qué hacías allá?, en tu hogar.

No sabía si sentirse metido por preguntar tanto sobre la vida personal del joven. No lo conocía lo bastante, solo intercambiaban palabras cotidianas como: «pásame la sal», o cosas así. No quería generar una mala impresión, pero, sin dudar, lo estaba haciendo al meterse en lo que no le conviene.

Peter: —El deporte que practicaba era la caza —para sorpresa del otro joven, respondió sin problema alguno, como la pregunta anterior. Realmente era abierto con los demás—. El novio de mi madre me llevaba los fines de semana a los campos. No solo decía que purificaba la mente, sino que le hacíamos un favor a los que tenían ganado —comentó, apretando el pasado con sus brazos.

Rafa: —¿Así que tenés conocimientos con las armas?

Peter: —Algo sé.

Rafa: —Tendrías que hablar con Nico —Peter arqueó una ceja en su dirección, extrañado por lo que dijo—. Está preparando clases relacionadas a las armas de fuego: cómo usarlas, limpiarlas, desarmarlas y más cosas. Le servirías bastante de ayuda —señaló.

Peter sonrió a la mitad. No escuchó sobre aquel plan, pero le fascinó la idea. Si existía la manera de aportar con más eficiencia al grupo, sin dudas la tomaría.

Peter: —¿Acaso él no sabe de eso? —indagó, interesado en el tema.

Rafa: —Solo lo básico.

Peter asintió.

La puerta se abrió de un empujón y detrás de ella, Luis se hizo notar.

Luis: —¿Qué pasa, mariquitas? —dijo con los brazos abiertos y bien en alto.

Peter: —¿Qué tal, morenito? —rio.

Luis: —¿Necesitan ayuda? —inquirió, notando la cantidad de suministros que había en ambos bolsos y la gran cantidad de espacio que todavía quedaba en los estantes.

Peter: —De hecho —agarró un bolso y se lo dio—, sí, esto tiene que ir en el otro estante.

El moreno chasqueó ambos dedos y le entregó una sonrisa encantadora acompañada de un guiño, para después tomar el bolso y correr a cumplir con la tarea.

Al otro extremo del club, en el pasillo de las habitaciones, un agotado Briggs se echó de espaldas en la cama. Estrujando su rostro con la almohada, aliviado de poder disfrutar de aquella sensación que seguro que no muchos tienen.

Stacy: —Hey —saludó con la mano, apoyada en el marco de la puerta, se había olvidado de cerrarla antes de desmayarse en el colchón.

Briggs: —Hey —con simpleza, le devolvió el saludo, un poco asombrado de la iniciativa de la fémina para presentarse en su habitación, dudaba de por qué no se encontraba descansando—. ¿Cómo te va?

Stacy: —Bien, por suerte —jugó con sus dedos para luego echarse los pelos atrás de su hombro—. Cansado, ¿no?

Briggs: —Fue la primer expedición que hice —levantó los pómulos, orgulloso de sí—, y salió bastante bien, de hecho me dieron ganas de hacer muchas más —rio, y le siguió la risa de la joven, quien lo observaba y oía con atención—. Aunque también me encuentro fatal como podrás ver —hizo un ademán a sí mismo, apuntando la posición desastrosa en la que se hallaba reposando—. No sé cómo Nico hace para lidiar con todo esto. Es una tortura para mi cerebro.

Stacy: —Será mejor que descanses —aconsejó—, te lo mereces por un arduo día de trabajo —le regaló una sonrisa.

Briggs se dio el lujo de analizar a aquella mujer: piel muy blanca, tanto que si estuviese pálida por alguna razón, no se le diferenciaría para nada; un color rubio en su cabello que la hacía resaltar bastante sobre los demás; labios muy finos y resecos, parecieran que están a punto de quebrarse y caer en pedacitos al suelo; pero lo que más le llama la atención son sus ojos color verde, unos que te recuerdan a un campo o fila de árboles.

Briggs: —Sí, será mejor que duerma.

Stacy: —Dulces sueños —tiró la puerta hacia ella y la cerró.

«Qué curiosa que sos, Stacy», reflexionó antes de caer abatido por el cansancio.
 

[...]
 

Emi: —Acá está —dejó caer un papel, doblado por completo, procedió a desdoblarlo para que sus compañeros se enteraran que se trataba del mapa de Junín.

Minutos atrás sucedió el ataque de pánico de Nico, su mejor amigo, o bueno, así lo interpretaba él. No lo juzgaba, era imposible colocarse en su lugar, no imaginaba lo que se podía llegar a pensar en esas situaciones, y más con una persona de suma importancia para tu vida. Pero enloqueció y eso hasta Roma lo notó, solo que ella prefirió apoyarlo y no dejarle espacio para reflexionar él solo. Lo conocía desde que eran unos críos, sabía que cuando su amigo estaba con esa sensación de tristeza era mejor dejarlo solo, pero no para ahorrarse el típico discurso alentador, sino porque él lo prefería así. Aunque la presencia e insistencia de cariño de Roma no parecía molestarle, es más, lo apreciaba y mucho.

Nico: —Perfecto —corrió la silla de en frente y se sentó, a su lado, la joven también tomó asiento—. El plan es sencillo, necesitamos buscar en los lugares que ella iba diariamente o semanalmente.




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