Day Z T2 El Comienzo De Un Gran Conflicto

Capítulo 7

Briggs: —Uno, dos, tres, cuatro.

Estaba señalando con la lapicera a cada lata acomodada en la estantería. Llevaba una hora y media encerrado intentando mantener todo lo más controlado posible, no quería ver nada fuera de lugar o algo faltante.

Briggs: —Y... —barrió con la mirada la tercer tabla, rebuscando entre la comida—. ¡Quince! Bien, eso servirá —escribió sobre la libreta amarilla—. Un momento —achinó los ojos. Algo no andaba bien.

Mica: —¿Qué sucede? —llegó a su lado, preocupada por la reacción de este otro. Intentó pispar las hojas del cuaderno, quizá así encontraba la incertidumbre del moreno, pero antes de que pudiera echar un mejor vistazo, este otro se dio vuelta.

Briggs: —Falta una tanda —su entrecejo se frunció—. Esta recién era la segunda. Nos falta otro bolso.

Mica: —¿Cómo? —espetó igual de confundida—. Eso es imposible, revisé todas las bolsas, todo estaba anotado.

Briggs: —¿Segura que no te equivocaste?

Mica: —¡Briggs! —ladeó la cabeza y se cruzó de brazos.

Briggs: —Lo siento —alzó las manos—, pero quizás te distrajiste con algo y te equivocaste.

Mica: —Créeme, jamás me equivoco en una tarea de suma importancia —suspiró. No podía creer que estuviesen pasando por esto. ¿Y si esto les cagaba una semana de comida y debían arriesgarse nuevamente al exterior? No, no podía permitir eso—. Nicolás, la última vez que fuimos a una búsqueda, me comentó que también faltaban víveres, pero le restamos importancia, no creímos que afectase a largo plazo.

Briggs: —Bueno —se dejó caer en una pared—, la última vez trajimos mucha comida —exageró la palabra—. Es notorio que ahora es menos, y eso sí que nos puede afectar a largo plazo, por lo que hay que tomar medidas.

Mica: —¿Medidas? ¿Qué medidas?

El moreno se encogió de hombros.

Briggs: —Cabe la posibilidad de que la hayamos perdido por algún lugar del club —dijo no tan convencido de su idea—. Podríamos ir a buscarlas, donde quiera que estén.

Mica: —Le preguntaré a Rafa si nos puede dar una mano, la necesitaremos —se encaminó hasta la salida—. No tenemos tiempo que perder —añadió.

La esperanza carecía de permiso para habitar en sus corazones ahora mismo, el miedo los gobernaba de los pies a la cabeza. No querían imaginarse lo peor, sin embargo, lo terminaban haciendo; al final, acaban por hacerse toda una película en sus cabezas y evitan lo que en verdad está pasando. Quizá no sea nada malo, ¿no?
 

[...]
 

Nico: —Rose... —musitó, casi sin aliento. Todavía no caía, estaba levitando en una gran nube. No podía tocar la realidad, su cuerpo no le permitía disfrutar de que esto no sea un sueño. Inconscientemente se daba pequeños pellizcos en el antebrazo, si aquello era un sueño, necesitaba saberlo de inmediato. Estaba harto de tener estúpidas ilusiones, tan solo ansiaba por hallar a Rose y apretarla contra su cuerpo. Y si era necesario, asfixiarla de amor—. Correte del medio —advirtió a Emiliano, quien todavía estaba parado frente a él, pero, para su sorpresa, este negó con la cabeza—. ¿Qué? —arrugó el entrecejo—. Muévete, Emi —reiteró.

Emi: —Sé lo que estás pensando, créeme.

Nico: —No sabes una mierda. Rose está allí, déjame ir a verla —avanzó, pero un pequeño empujón por parte del otro joven hizo que volviese atrás—. ¡Mierda, Emiliano!

Emi: —¿Cómo sabemos si en verdad es ella?

Nico: —¿Qué mierdas decís?

Emi: —Si sigue siendo ella; la Rose que conociste —aquella confesión le abrió los ojos, ahora comprendió qué era lo que Emiliano intentaba avisar de una manera delicada—. Tranquilo, yo me encargaré de eso.

Se asomó nuevamente por el pequeño espacio entre ambas puertas. Arrugó los ojos, no quería perderse ningún detalle de ella.

Una tez normal, parecida a la de Nico. La ropa que llevaba puesta estaba en buen estado, bueno, sin contar la suciedad. Sus pies zapateaban ansiosamente, como si esperase algo.

Normal, lucía como una persona normal. Jamás vio un muerto vestir de tan buena manera, y menos tener un color de piel que no sea blanco puro.

Roma: —Tené —le golpeó el brazo para alcanzarle una roca—. Hacé ruido y por su reacción entenderemos qué es.

Inteligente.

Sujetó la piedra con su mano. Ya sabía qué hacer, la lanzaría muy cerca donde estaban ellos y detrás de ella. Si se giraba, ahí ya podría descubrir si era Rose u otra cosa usando su cuerpo de cápsula.

Estiró el brazo y lanzó la roca. Un eco muy agudo, parecido al de la baldosa, invadió sus oídos, pero más los de la fémina, ya que pegó un salto y se tapó ambas orejas. Seguido a eso, se ancló al suelo y resguardó su rostro trás sus piernas.

Una complexión física muy pequeña; sus brazos y piernas muy flacos. Pelo largo y lacio de color castaño. Ojos color café. Y, lo que más la caracterizó a la hora de analizarla, es un pequeño lunar al lado de su labio.

Emi: —Es ella —sonrió. Y, como era de esperarse, Nicolás se llenó de alegría y abrió la puerta despacio.

Nico: —¿Rose? —preguntó entre dientes. Aquellos ojos que él tanto conocía, con los que soñó durante muchos días, ahora lo estaban mirando, incrédulos—. Rose...

Rose: —¿Nico? —la aguda voz de la joven floreció los oídos del chico—. ¡Nico! —destruyó su posición de defensa y salió corriendo hasta él, hasta Nicolás...

Él tampoco dudó en repetir la misma acción. Su corazón quería brincar afuera de el pecho, quería empezar a inundar el lugar de lágrimas. No podía creer que la había encontrado. Por fin lo hizo.

La apretó fuerte contra su cuerpo. Dios, ¿cómo acaso pudo haberse olvidado de las diminutas motitas sobre su nariz? No eran muy notables, pero ahí estaban. Después de tanto tiempo separados, sus mundos volvieron a unirse, a estar juntos de nuevo. Le daba igual el mundo ahora mismo, le importaba una mierda que una horda entre por esa puerta; él se encontraba feliz, abrazando a la persona que más lo acompañó en los terrores de su vida, a la joven que tanto adora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.