Day Z T2 El Comienzo De Un Gran Conflicto

Capítulo 11

Lucía le echó el ojo a los cuerpos que yacían en el suelo sin vida. Bueno, sí tenían vida, aunque ahora mismo el sueño de todos era demasiado profundo, y quizá era por saber que estaban seguros entre las paredes de su casa o por el largo viaje que tuvieron. 

 

Rose: —Y entonces decime —acomodó bien su codo en la almohada, tal cual chismosa. Seguramente el brazo se le comenzó a dormir, pero lo importante no era eso, sino enterarse de lo que no pudo—. ¿Cómo te lo encontraste? —apuntó con una mirada traviesa a Damián, que profundamente estaba, no en el quinto, sino en el octavo sueño—. Es mucha casualidad que ustedes estén acá. 

 

Lucía: —Bueno… —rebuscó entre las habitaciones de su mente, aunque no lo tuvo que hacer demasiado—. Lo encontré hace meses, y desde ese entonces me ayuda a sobrevivir. Creo que si él no hubiese estado, mi nivel de locura se habría disparado —agachó la cabeza y largó un suspiro. 

 

Sus ojos azules, aquellos colores que su amiga siempre admiró, no eran los de siempre. No, estos eran otros; parecían unos impostores en el rostro de su amiga, unos que ocupaban un lugar que no debían. Estos cargaban dolor, mucho de él. Y tristeza, también en abundancia. Y, pensándolo bien, ¿qué ojos no son portadores de las emociones negativas hoy en día? ¿Debe de seguir sorprendiendo ver unos ojos perdidos en la oscuridad? O deberíamos adaptarnos a ellos. 

 

Porque es más raro ser feliz que triste en este mundo. ¿Quién en su sano juicio podría mantener felicidad entre tanta ruina y sangre? 

 

Rose: —Bueno —quiso difuminar el ambiente penoso que abundaba en medio de ellas, por lo que, silenciosamente, simuló abrir un regalo sorpresa y revelarle una noticia—: iremos a buscar a los demás. Los llevaremos a todos a Rosario —terminó con una sonrisa cautivadora. 

 

Su amiga pareció alegrarse, pero había una parte de ella que, en vez de acompañar a la otra, prefirió irse por la senda opuesta, ignorando la inmensa noticia que estuvo guardando por todo el viaje. Fue ahí en que su preocupación volvió a reiniciarse y a volver en donde iniciaron. 

 

Rose: —¿Qué sucede? —intentó capturar sus manos, para acariciar el dorso de estas con el pulgar y ser un potenciador de calma, como siempre lo hizo; pero Lucía, sin ningún motivo aparente, las apartó, provocando una profusa confusión en su amiga—. ¿Acaso no te alumbra el panorama saber que volveremos a estar todos juntos?

 

Lucía: —Lo que pasa es que no podremos volver a estar juntos, Rose —pudo por fin decirle.
 

Esas palabras provocaron dos sensaciones en Rose: una de miedo y la otra de desear equivocarse en lo que pensaba. Porque la rubia había sido muy clara en sus palabras, y pensaba que no tendría que volver a explicar lo que estaba queriendo decir, pero por más que se esfuerce, le costaba una vida entera tener el valor de alentar a sus cuerdas vocales a volver a su labor normal y a la garganta de impulsar las palabras. Aunque claro, se olvidaba que tenía de amiga a Rose, una chica que, por más que se lo repitas unas treinta veces, te seguirá pidiendo explicaciones y si hace falta te exigirá hasta documentos que prueben lo que decís. 

 

Rose: —¿Lo decís porque… ? —no fue capaz de terminar que Lucía la interrumpió, e internamente le agradeció haberlo hecho, ya que decirlo la hubiese destruido aún más.

 

Lucía: —Están muertos —sentenció—. O bueno, eso creo —fue entonces cuando por primera vez vio una mirada distinta en su compañera. Entendía que era difícil de procesar, pero tenía que enterarse de la realidad y convivir con ella, tal como lo estaba haciendo—. La ciudad está muerta. No queda nada vivo allá, y dudo que también haya algo muerto. 

 

“Oh, Dios”. 

 

El estómago se le revolvió de tan solo pensar en escenas que ni ella sabe si ocurrieron, pero era inevitable que su mente cree los últimos minutos de cada ser querido. 

 

Fue terriblemente horroroso. 

 

Lucía: —No vas a tener que preocuparte por irlos a buscar.

 

Rose: —Por lo menos sé que te venís conmigo —esta vez sí, tomó la mano de su mejor amiga y la apretó fuerte contra ella, sintiendo su calor e intentando, muy delicadamente, olvidar la revelación que hace poco escuchó. No le iba a restar importancia, solo a dejar en segundo plano hasta que vuelvan a Rosario—. A Nico le va a hacer bien ver gente conocida cerca. Seremos más y nos volveremos fuertes todos juntos. 


Lucía: —¿A dónde dijiste que estaban? Específicamente —preguntó, pero a la vez desarmó su pose de “chismosa” y relajó la cabeza en la almohada. 

 

Rose: —Es un club deportivo, como al que íbamos cuando éramos niñas —imitó la acción de su amiga y dejó salir un respiro agotado cuando dejó descansar su espalda sobre el colchón—. Hay un grupo con gente de nuestra edad. Son buenos, te caerán bien. 

 

Lucía dio luz verde para que una sonrisa, atestada de esperanza, saliera a la luz. 

 

Quizá al final del túnel sí hay luz, solo que no hay que buscarla, sino que llegue por sí sola. 

 

Lucía: —Contá conmigo, Rose, y de seguro con Damián. 

 

Ambas chicas cerraron los ojos, satisfechas por haberse vuelto a ver las caras, pero, sobre todo, por haber podido encontrar una nueva alternativa. Un nuevo comienzo que puedan afrontar juntas. 

 

[...]

 

El vehículo aparcó a un costado de la calle y las luces se apagaron. Rafael se molestó con aquello. Peter y Nico tuvieron que contarle lo que oyeron y cuál era la situación. Antes de abandonar el club, Nicolás le encargó a Agustín la responsabilidad de mantenerse alerta ante cualquier cosa, o por si Emiliano llegaba. Según el chillón del grupo, o sea Rafa, las luces debían estar apagadas para que los atacantes no vieran llegar el auto por las ventanas, o que un reflejo los delate y todo el plan de rescate se tirara por la borda. Peter lo calló, le dijo que esta no es una película y que ese problema no ocurrirá. El líder lo respaldó; no estaban en una novela para andar tonteando por la calle y estar sin las luces. Puede haber caminantes o cualquier tipo de ser vivo afuera. 




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