Holaa🤗❤️
Solo pasaba a avisarles que este es el penúltimo capítulo de la temporada. Por lo tanto, ¡hay que disfrutar!😈.
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La sede era una guerra. Emiliano, de a poco recuperando la conciencia y con un hombro dislocado, se puso a cubierto, esquivando pedazos de cristal repartidos por el suelo y pequeñas llamas que amenazaban con crear un fuego inmenso. Apretó los dientes de la rabia cuando vio el trazo de una gota de sangre hasta el suelo; provino de su nariz.
La patrulla era la cotidiana, estaba sobre un muro de la entrada principal, sin preocupaciones y con la cabeza metida en escenarios irreales de él y su novia, cuando avistó un camión doblar furiosamente por la esquina y en cuestión de segundos se vio despatarrado por el piso. Se cayó del puesto de guardia debido al impacto del camión de cargas contra la puerta. Las paredes se movieron y los ladrillos desarmados se distribuyeron por todo el césped. Apenas recuperó la vista y el mareo terminó por perderse, observó el boquete que el camión había hecho; con mitad del vehículo dentro de las instalaciones y la otra fuera, esto era una invitación para los muertos.
El ruido, los gritos y todo. No creyó que alguien más se enterara de esto, ya que el ruido fue fuerte, pero donde él estaba. Para su sorpresa, nadie se mostraba, ningún atacante ni muerto se asomaban por los huecos de la pared. Era extraño todo.
Repitió un ejercicio de respiración para activar todos sus sentidos, y, una vez hecho esto, se sintió lo suficientemente hombre como para salir y averiguar quién había sido el causante de esto.
¿Un accidente? Ni de locos. Accidentes como estos no se cometen hoy en día.
Cojeando y apretando los ojos para soportar el dolor, abrió la puerta gigantesca sin esperarse a un hombre armado ahí dentro, sino a un suicida que se había ofrecido para el trabajo, pero ni eso. No había nada.
Bajando un poco los ojos, vio un ladrillo ubicado justo en el acelerador. Gruñó. Hasta que, un poco más al centro del vehículo, un pote de gasolina abierto llamó su atención. Aquello hizo que empezara a recorrer el interior del vehículo con su mirada, buscando desesperadamente lo que no quería encontrarse. Aunque la respuesta no estaba allí, sino en él, ya que, cuando analizó más a fondo, percibió un líquido escurrirse por la puerta y empapar las suelas de su zapato. Uno verdoso.
Era gasolina.
En cuanto antes salió corriendo de allí, y cuando oyó un chispazo a sus espaldas, se tiró de boca al césped, con las manos cubriendo su cabeza. La explosión se hizo y los cielos se movieron. Una llama resurgió desde el Infierno y se alzó una columna de humo que fue visible hasta en Mendoza.
Emi: —Oh, mierda —la esquina de luz se reflejó sobre sus iris oscuros.
El miedo lo consumió y esto recién acababa de comenzar.
[...]
Mientras tanto, en los comedores, Micaela estaba agachada junto a una dolorida Rose a su derecha. Intentando asomar la cabeza para conocer la posición del atacante, pero este otro disparaba y disparaba, volviendo imposible la tarea de las jóvenes.
La juninense le susurró a Micaela en el oído, señalando hasta un espejo. Micaela entendió la tarea. Luego de cubrirse los ojos y advertirle a su amiga de que también tomara precaución, le disparó al objeto y este se volvió en pequeños pedazos de cristal. Micaela tomó uno ligeramente grueso y lo afloró por un costado, muy cerca del piso, para así conocer la ubicación del desconocido sin que supiese.
Lo detectó.
Entonces actuó rápido y apuntó la mirilla hasta la pierna del joven, que cayó inmediatamente luego de recibir el disparo. Su arma se deslizó lejos de él.
Rose: —¡Tenemos que ir al techo! —vociferó, y cruzó la habitación en dirección al balcón. Tenía que descubrir dónde estaban sus amigos, no podía irse sin escuchar una noticia de ellos.
Mica: —¡Rose, espera! —corrió tras ella, echándole un último vistazo al hombre desangrado, que gritaba de agonía.
No lo conocía y aun así lo hirió, pero fue en defensa propia, jamás con intención de dañarlo sin motivo alguno.
En la parte trasera de la sede, cercana a los campos de fútbol, en los puestos de guardia, también sufrían un ataque. Nicolás bufó y devolvió fuego a los agresores que se ocultaban detrás de un tacho de basura y de un árbol jodidamente robusto. Las balas llegaban, pero no a ellos.
Su fuego no se detenía y la columna de humo cada vez se hacía más grande.
Roma escuchó la explosión, y poco tiempo después de eso, aparecieron dos hombres con pasamontañas a dispararles. Era gente de Joel. El ataque había dado a inicio.
Roma: —¿Vamos a morir? —preguntó, con su lagrimal echando agua a más no poder.
Su novio elevó la barbilla y juntó mirada con ella, no cayendo en la pregunta que recibió por parte de su chica, la cual juró proteger, pero ahora estaba llorando y cuestionando sobre su final en el mundo.
Nico: —¡No digas eso, saldremos de acá! —dijo, y después asomó la pistola para soltar dos rafagazos a quién sabe dónde.
No había un punto fijo al cual atacar, tan solo lo hacía, porque estaba muerto de miedo que le pasara algo a él y deje a Roma sola, o que le pase a ella y lo deje solo.
Le faltaba el valor suficiente para mostrar un pelo por el muro. Los desconocidos debían estar partiéndose de la risa por presenciar el destino inexplicable de los proyectiles de su arma.
Nico: —No podemos seguir así. Necesitamos un plan —confesó, manteniendo su voz a raya para no aparentar debilidad y entregarle aquella confianza a Roma.
Roma: —Los caminantes no van a tardar en llegar —sugirió, aunque por su tono de voz ni ella se sentía segura con lo propuesto.
El chico fijó su mirada en el vacío, buscando algún plan macabro en el que resguardarse. Iban a salir con vida, no les pasaría nada. Así le dijo a ella y así sería.