Un mes pasó. Un mes desde que Joel pateó las puertas de su hogar y se coló con sus hombres para sembrar el caos en todos los rincones del club.
Tanto tiempo y aún les costaba asimilarlo.
Los días fueron difíciles para todos, e incluso algunos les parecía extraño creer que había pasado tan poco tiempo, ya que parecía una eternidad aquel sufrimiento. Las semanas no fueron agradables en absoluto: muchos transcurrían el frío de la noche con los ojos bien abiertos, para después dormir durante el día y levantarse más cansados. El trauma estaba plantado en lo más profundo, y eso difícilmente se iría.
Convivían con ojeras que les pesaba durante el trabajo, con ojos enrojecidos del agotamiento, con el cuerpo muerto y sumido, la mente colocada en un lugar lejano a la realidad que atravesaban y bostezando en todo momento.
No se encontraban en posición para ser supervivientes. Si salieron con vida de aquel mes fue de milagro, porque ningún integrante se hallaba en condiciones para seguir adelante y conseguir optimismo en las cosas.
Todo era de color negro, hasta el cielo que los cubría. Las pesadillas abundaban por el club y parecía que descargar la tristeza en llantos por la noche se había transformado en una costumbre.
Murió gente que les importaba, amigos suyos. ¿Cómo no iban a sentirse la peor escoria del planeta? Sentían culpa por ello.
¿Y Rose? Bueno, ella cayó en depresión y no salió de su cuarto en todo el mes.
Había perdido a una persona importante, a un interés romántico, a alguien que en el momento era superimportante para ella. Debió ser horroroso perder a alguien que te interesaba de otro modo.
Allí, contemplando el pasaje de nubes grisáceas, el líder se preguntaba si estaba en la obligación de contarle la verdad, de decirle que él le quitó la vida a su amado, a la persona que le gustaba.
Por más cruel que sonaba mantener una mentira así de fuerte, no podía destaparla. Haría que las cosas enloquecieran y Rose buscaría irse de Rosario a causa de haber contado algo indebido. Sin mencionar que corría el riesgo de que la esperanza de los chicos se perdiera en él.
Posiblemente lo repudiarían si se enteraban de ello. Pero él no lo mató con ninguna intención. No, tan solo fue una confusión.
Lo único importante era que la mayoría consiguió mejorar y volver a su rutina de antes, aprendiendo a convivir con el recuerdo latente que Joel se encargó de cultivar en cada uno de ellos. A partir de ahora serían más precavidos. Algo positivo lograron rescatar de todas las ruinas.
Emi: —Hey, Nico —su amigo se volteó, saliendo del trance en el que se encontraba—. ¿Sabes algo acerca de Rose? Si se animó a salir o...
Nico: —No, sigue ahí —contestó seco.
De repente, un interés que surgió de Emiliano volvió el momento muy incómodo.
Fueron a la plaza de Las Heras para alejarse de la cotidianidad por un rato y despejarse de las tareas. Se lanzaron al césped y se mantuvieron durante un largo rato en silencio, de vez en cuando hablaban, pero de cuestiones que trataban la supervivencia y el estatus del grupo, no más que eso. Cuando aspiró el coraje para hacer la pregunta, Nicolás la esquivó en segundos y no le dejó terminar. Era curioso, porque si se dispuso a salir del club para ir a un lugar apartado era porque estaba interesado en separarse de las obligaciones y charlar sobre cualquier cosa, menos lo que era habitual en este mundo. Pero no, al parecer estaba equivocado, porque su mejor amigo parecía estar dispuesto a hablar lo mismo que todos los días: a qué lugares irían, cuántos suministros contaron, quiénes están haciendo guardia y a los que les tocaba después y preguntas relacionadas solamente a la estructura que él mismo se encargó de elaborar.
Emiliano giró la cabeza, con incomodidad hasta en sus pies y deseando que la tierra se lo tragara, aunque también un poco enfadado por la actitud infantil de su mejor amigo. Al mirar hacia un costado, se percató de que un caminante los había avistado y se acercaba, chasqueando los dientes a cada paso que daba.
Emi: —Parece que va cayendo gente a la fiesta —apuntó con la cabeza al corajudo, que carecía de sigilo a la hora de cazar a sus presas.
Rafa: —Yo me encargo —se puso de pie y trotó hasta el cadáver andante.
Emiliano, al ver a su amigo adelantarse y estar predispuesto a acabar con la vida del moribundo, una vez más, se acomodó en el pasto.
Emi: —Estaba pensando en algo —añadió, queriendo fragmentar el silencio que había dominado durante toda la tarde.
Nico: —¿En qué? —preguntó, sin siquiera despegar la mirada del cielo y con notable desinterés.
Su mejor amigo se puso de mala gana por esto, pero haría lo que él vino a buscar: hablar de lo de siempre.
Emi: —En volver al instituto.
El asombro nació en Nico, quien por fin se dignó a conectar mirada con Emi. Con el ceño fruncido de la confusión y los labios moviéndose de un lado para otro, con clara desconfianza sin siquiera haber oído el resto, le hizo seña para que siguiera:
Emi: —Cuando nos marchamos, no logramos llevarnos todos los recursos que había, por lo que nos servirían ahora —prefirió no nombrar el tema de la invasión, por si aún restaban secuelas en el líder.
Nico: —Qué buena idea —elogió con sarcasmo—, tan solo está el riesgo de que la catástrofe que hubo allí haya atraído a una horda de mordedores. ¿Qué podría salir mal? —levantó los brazos, mofándose nuevamente.
El buen humor no caminaba por el club últimamente.
Emi: —Es por eso que sabemos luchar muy bien —le guiñó un ojo.
Rafael se echó en medio de ellos dos con un brinco, con una sonrisa congelada en el rostro y el cuchillo bañado en sangre.
Rafa: —¿De qué hablaban? —se frotó la manga de su remera por la nariz, limpiándose las gotas de sudor que descendían por ella, o quizá los mocos.
Emiliano arrugó los labios y se contuvo las ganas de vomitar.