Day Z T3 El Después Del Desastre

Capítulo 2

Nico: —¿Hay por ahí?

Emi: —Nop, solamente dos que tienen raros y... —alzó un paquete y lo acercó a una bombilla, buscando de alguna manera entender la mercadería que estaba empaquetada—. ¿Qué carajos es esto? —le enseñó a su amigo, que antes de responder desprendió una risa burlesca.

Nico: —Son tampones.

Emi: —Oh —expresó, y dejó sutilmente la bolsa de vuelta en su lugar, no sin antes limpiarse las manos con su camiseta—. Ahora recordame por qué vinimos a buscar esa salsa de tomate.

La pregunta le rebotó en la cabeza durante todo el viaje, ya que Nicolás lo despertó y sacó a patadas del club para que lo acompañara a buscar una lata de tomate, quién sabe para qué, pero ahora estaban en la zona comercial cercana a su antiguo instituto, metidos en un kiosco, en el tercero del día.

Nico: —En realidad, vinimos para buscar algunos recursos, pero más que nada la salsa, ya que Lucía prometió cocinar ñoquis si se la conseguía —a través de una sonrisa destiló todo su entusiasmo, ya lamiéndose los labios por haber recordado aquel sabor, que de a poco lo iba olvidando, pero que gracias a la rubia quizá podría volver a tenerlo en su sistema digestivo.

Emi: —Cierto, me había olvidado que tengo un amigo fanático de la pasta —rio.

Detrás de ellos, en un imprevisto, un vehículo atravesó la calle a una velocidad que los chicos no alcanzaron a avistarlo, pero el motor rugió con tanta fiereza que casi se tropezaron.

El silencio volvió a dominar, pero por supuesto que la calma, no.

Nico: —¿¡Qué mierda fue eso!? —sus ojos se encendieron como dos sirenas, con la adrenalina desbordándose por su sistema.

Antes de que Emiliano pudiera abrir la boca, una explosión sacudió las calles y las paredes del local, haciendo que los jóvenes se lanzaran al suelo, desesperados por taparse los oídos y evadir el estallido. A cubierto, con la cabeza gacha y las manos cubriendo las orejas, la radio comenzó a vibrar en la cintura del líder, quien tuvo que bajar una mano para tomarla.

Nico: —¿Sí? —las cuerdas vocales lograron encontrarse y conformar la oración.

Solo deseaba que la explosión no se hubiera alcanzado a escuchar en el club, porque despertaría cualquier tipo de inquietud en sus chicos, que se matarían por hallar una solución que estaría fuera de su alcance.

Briggs: —¡Nico!, se acaba de escuchar una fuerte explosión, ¿ustedes están bien?

Nico: —Qué buen oído —elogió en medio del caos, para dar a entender que, a pesar de estar viviendo una pesadilla, se encontraba lo suficientemente sano como para seguir con el humor intacto—. Fue un auto. Pasó muy rápido y habrá estallado en algún sitio. Se produjo muy cerca de nosotros.

Briggs: —¡Salgan de ahí ahora mismo! Las calles no van a tardar en llenarse de caminantes —advirtió.

Nico: —Tenés razón. Cuidá a todos allá y fíjate que no llegue ninguno —apagó la radio y procedió a engancharla en su cintura.

Emi: —Nico... —murmuró, con un tono que se le hizo extraño a su amigo.

Nico: —¿Qué? —se arrodilló, preparado para salir caminando de ahí antes de que el caos tocara a la puerta, pero su amigo lo detuvo y obligó a que mirase afuera del mercado.

Oh, Dios.

Cientos de cuerpos muertos caminaban en dirección al ruido, y seguro hacia una gigante esquina de humo que se veía por los cielos. Una sinfonía de gruñidos les heló la piel.

La vereda de al lado se hizo invisible al haber tantos cuerpos en movimiento, enfilados e hipnotizados al ruido que provocó un eco por toda la zona.

Emi: —¿Y ahora qué se supone que hagamos? —se acercó hasta él, siempre en cuclillas y susurrando, para no llamar la atención de ningún muerto, porque si es que se ganaban la vacía mirada de ellos, estarían perdidos.

Nico: —Lo mejor va a ser que caminemos silenciosamente hasta la puerta trasera —hizo ademán a la salida de emergencia, que seguramente conectaba directamente con el callejón, donde se situaban los contenedores de basura.

Emi: —Caminemos con cuidado —avisó, indicando las distintas mercaderías que habían lanzado al suelo, en búsqueda de la salsa.

Era este momento en que despreciaron haber sido tan bruscos a la hora de saquear el mercado. La cantidad de productos dispersos por el suelo puso en riesgo el sigilo, sirviendo como pequeñas rocas y manteniéndolos bien despiertos para no dar un mal paso, mientras que, de vez en cuando, echaban un vistazo por sobre su hombro para asegurarse que los mordedores seguían embobados con la escala del fuego.

Emiliano resbaló y cayó con el trasero, ahogando un grito del dolor y con un producto chocando contra la pared.

Nico: —¡Mierda, Emiliano! —reprendió.

Emi: —¡Tu maldita lata! —rectificó, mostrando la salsa, siendo esta la culpable del resbalón.

Un caminante renegó. Con esto otros dos gruñidos nacieron a su lado, y otro más, y otro más, y otro más. Una cadena de lenguaje muerto se creó, incriminando la ubicación y el estado de las presas, que llevaban instalado el mismísimo terror en su ceño y sufrían alucinaciones iniciales con la Parca.

Nico: —¡Rápido, tirá todo lo que puedas a la entrada!

Con vehemencia, las estanterías empezaron a ser vaciadas y los productos lanzados hacia la entrada, provocando que algunos muertos cayeran en la trampa y otros la esquivaran. La escena se transformó en un intento desesperado por parte de los vivos en mantenerse alejados de las podridas bocas de los infectados. Querían bloquearles el paso de cualquier manera.

Emi, al notar que la estantería que funcionaba como armamento se había vaciado, se le ocurrió la idea de montarla y estar en lo más alto de esta. Llamó a Nico, que no dudó en repetir su acción cuando notó la ingeniosidad de su compañero. Esquivando a un muerto que se adelantó y con un ávido movimiento, escaló hasta estar en la misma posición que Emiliano. Ahora ambos resistían en lo más alto del mueble, con los caminantes copando el local y mordisqueando al aire, oliendo el miedo de los adolescentes que se extendió por toda la manzana.




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