Nico: —¿Cómo llegaste hasta acá? —cuestionó, una vez salieron del hueco apretado de la pared de ladrillo grafiteada.
Rose no esparció su decepción por el rostro al ver cómo Nicolás le había quitado importancia a lo que acababa de suceder hace apenas unos segundos, o quizá minutos u horas, ni ella supo cuánto tiempo pasó desde que sus rostros se calentaron por el flujo rápido de sangre en ellos y los cuerpos de ambos comenzaron a temblar, sufriendo alguna especie de convulsión amorosa.
Fue como si los flechazos que se clavaron en su corazón de pronto se vieran desperdigados por el piso, pisoteados y escupidos, porque se sentía totalmente inútil al pensar que quizá, esa mínima señal de atracción o momento lindo, había significado mucho para ambos; pero no, al parecer solo a ella le hizo ruido y sacudió la armadura en la que se resguardaba su corazoncito, que ahora se encontraba hecho trizas, o en proceso de ello, por lo recién ocurrido.
Rose: —Ehm —negó con la cabeza, limpiándose de los malos pensamientos. Por más de que estaba desilusionada, debía admirar lo bueno, que eran las agallas que adquirió para salir de aquellas cuatro paredes que disparaban inquietudes y la mantenían como una rehén—, tomé prestado el auto de Peter —señaló hasta el final del callejón, donde el auto estaba estacionado, aunque con el motor en marcha—, pero no sé si la palabra "prestado" encaja en esta situación —rio, ya que jamás le pidió al chico o sabía que su auto era de uso público. No, tan solo pasó desapercibida por el club hasta chocar con el automóvil de su amigo. Por suerte no llevaba el seguro puesto, sino tendría que haberse venido a pata, y aquello significaba una sentencia de muerte—. Recordá que casi me matas por accidente por pensar que era alguien más.
Nico: —Eso prueba que necesito anteojos —volvió a reír junto a ella, aunque siempre en voz baja.
Una horda rondaba cerca de ellos, su deseo no era servir de merienda para unas cáscaras vacías.
Rose: —Será mejor que volvamos —recomendó—. Cuando me fui, todos andaban muy preocupados por vos —le explicó, mientras ambos emprendieron camino hasta el vehículo.
Nico: —Por suerte la heroína de Rosario llegó a mi rescate —le regaló una sonrisa de oreja a oreja.
Rose, con la vergüenza erizando los pelos de su brazo, asintió tímidamente, mientras que, conforme subió la vista, vio a unos pocos caminantes rodear el vehículo, con un interés particular en el punto de partida del rugido que el motor producía, poco más e inclinaban la cabeza como perros callejeros.
Nico: —¡Mierda! —comentó, a la vez que se puso a cubierto detrás de una columna—, ¿y estos de dónde salieron?
Rose: —Hubo una fuerte explosión, Nico. Es evidente que la presencia en las calles haya aumentado, y no me parecería raro que estén hasta en los tejados.
Su amigo le entregó una mirada de temor, pero no uno que se notaba con un simple contacto visual. No, sino uno que se hallaban bien oculto detrás de esa fortaleza construida con sacrificio; pero, por alguna razón desconocida, Nicolás no temió en desnudar aquella emoción con Rose. ¿Quizá el momento ocurrido entre ellos dos tuvo algo que ver, influyó en su almacén de sentimientos?
La chica no lo comprendía, pero por alguna cuestión, lo agradecía.
Nico: —Ahora tendremos que resolver cómo llegar sanos y salvos al auto —observó la escena, con una expresión fatídica.
Los muertos estaban desorientados, buscando un sonido que parecía inexistente, pero que estaba allí, vivo, y confundiéndolos a pesar de no poseer un órgano que los pusiera a reflexionar.
Nicolás, en un intento absurdo de sacudir la cabeza para hacer que un plan excéntrico naciera en sus paredes mentales, se quedó viendo una puerta trasera de lo que parecía ser un negocio. No supo cuál, ya que no había indicios de ello, pero sí que era uno grande debido a las dimensiones del terreno.
Nico: —Vení, fijémonos si hay algo de utilidad por acá —giró la perilla y el interior los recibió con una fragancia atractiva, signo de que el sitio no había sido investigado por meses, y la razón no tardaría en golpear las puertas.
Era una juguetería, coloreada por el azul y rosa, separando las secciones masculinas de las femeninas. Rose reprimió una risa y procedió a hacer el intento de hablar con seriedad, aunque la verdad era una tarea imposibilitada viendo que su panorama de supervivencia se redujo a cero luego de conocer las posibilidades que dispondrán a la hora de plantarles cara a los infectados.
Rose: —¿Algo útil? —preguntó con un retintín, y la garganta quemando por retener las carcajadas—. ¿Se supone que les lanzaremos peluches a la cara?
Nico: —Tiene que haber... —dijo, con la esperanza bien resguardada dentro de sí, aún intacta, aunque el edificio no le haya impresionado, es más, lo decepcionó—. Busquemos por el local con cuidado, no sabemos si hay algo "no vivo" por acá.
Rose: —No vivo... —repitió, incrédula.
La verdad era que no tenía las expectativas suficientes para ponerse a buscar cualquier objeto o herramienta que les sirviera para escapar de allí, de aquel infierno en el que los demonios llevaban el control absoluto, manipulando a la gente a su gusto, seguramente brindando con copas de champán mientras lo hacían.
Totalmente irónico ponerse a buscar una escapatoria en una juguetería. ¿Qué, invitarán a los muertos para jugar con una casa de muñecas y en el momento más preciso echar a correr? Ahora que lo pensaba, podría llegar a funcionar si era que los caminantes eran morales, es decir, capaces de darse un descanso, ya que arrastrar los pies por la acera por horas debía ser agotador.
Nico: —¡Bingo! —como un rayo fugaz de esperanza alzándose por los cielos, farfulló bien en alto el canto que se empleaba para la victoria en el juego de ancianos.
Rose se dio vuelta, esperando encontrar algún armamento olvidado por el gerente, o quizá protección que les sirviera para atravesar la horda como si fueran una lanza. Pero no, en vez de eso se halló con un muñeco de peluche, un perro para ser más clara.