Day Z T3 El Después Del Desastre

Capítulo 4

Para ella fue espantoso haber sido el punto de vista de todos. Porque sí, antes de arribar a las instalaciones deportivas, ya daba por hecho que sería el tema de conversación en cualquier charla.

No podía pasar desapercibida una adolescente que se pasó los últimos 30 días encerrada en su cuarto, comiendo de las sobras que los demás dejaban del desayuno o merienda.

Quiso cubrirse la cara con un buzo; amarrarlo por todo su cuerpo y no desprenderse de él hasta toparse con la seguridad de su cama, alejada de los ojos chismosos que buscaban por cualquier método meter una porción de su oído para alcanzar a enterarse de la situación.

La verdad era que no meditó las consecuencias de su escapada antes de cometerla. Actuó por impulso, por ceguera, por... ¿aprecio?

Roma: –Nico, ¿qué mierda está pasando? –la pelinegra se aproximó a su pareja, exigiendo explicaciones de lo que estaba ocurriendo frente a todos.

Rose, percibiendo los murmullos de los demás, se cruzó de brazos y evitó la mirada de la multitud. Por suerte, Lucía conociendo de memoria su lenguaje corporal, supo que estaba incómoda, más de lo que podía decirse, por lo que la tomó de las muñecas y la atrajo hasta un sitio ajeno de los demás, para que pueda volver a respirar en paz y descargarse de toda la tensión.

Lucía: –¿Me podés explicar qué está sucediendo? –intentó no transmitir alguna emoción a través de sus expresiones; ni sorpresa, ni enfado, ni decepción. Absolutamente cero. Era una fría piedra a su lado. Sabía que cualquier tipo de reacción, voluntaria o no, alteraría a su amiga, y aquello complicaría las cosas en vez de facilitarla.

El ambiente estaba bastante tenso. Y cualquiera podía discernirlo.

Rose: –Lo que ves –dijo, apretándose el codo.

Lucía: –Pero ¿cómo sucedió?

No buscaba ser pesada ni menos entrometida. Pero Rose pasó de ser una refugiada, que se excusaba a toda costa para mantenerse en aquella habitación con rejas, a salir sin previo aviso.

Rose: –Te escuché en los pasillos tranquilizando a Roma cuando Nico estaba perdido.

Lucía: –Mierda –maldijo entre dientes.

Rose: –Hey, salí gracias a vos.

La morocha apretó las manos de su amiga contra su pecho, con una sonrisa de oreja a oreja que indicaba un agradecimiento que provenía desde su corazón.

Fue preocupante haber visto a Rose fuera de su cuarto, pero si ella le estaba asegurando que todo se encontraba bien y que fue gracias a ella que pudo despedirse de su condena de sufrimiento, entonces no tendría por qué seguir taladrando su cabeza como una mártir.

Lucía: –¿Y decidiste salir a buscarlo? –señaló con su cabeza al chico, que charlaba en conjunto con los demás.

En un momento fugaz, Nicolás volteó a verla a Rose, para comprobar su estado anímico, y al verla charlando con Lucía, al parecer en una armonía abundante, pudo permitirse estar tranquilo y recibir los cálidos saludos de sus amigos.

Rose: –No podía perderlo, Lucía –permaneció en silencio, con la mirada anclada al suelo, para después volver a su amiga–. Aunque me gustaría saber, ya que estamos hablando, acerca de lo que pasó en todo el mes.

Su amiga movió las esquinas de los labios, inquieta.

Lucía: –¿No te enteraste de nada?

Rose: –No –negó con la cabeza–. Nico no quería que me dijeran nada. Pensó que algo me haría acordar a... –prefirió sacudir la cabeza y espantar los pensamientos que buscaban jugarle en contra. Conocía de memoria sus trucos. Durante semanas anduvo repasandolos. Lucía decidió respetar que su amiga evadiera el tema—. Da igual. Solo quería que esté tranquila y tuviera tiempo para reflexionar.

Lucía: –Parece que él te sacó de esa habitación, no yo –esbozó una sonrisa.

Rose apartó un mechón de su rostro, sin poder apaciguar el rojo que de a poco marcaba presencia en su rostro. Porque, por más que no lo aceptara, Lucía tenía razón. Su cariño hacia Nico y los recuerdos fueron los incentivos para poder dar el paso.

Quiso mirarle. Quiso echarle una sonrisa y que él se la devolviera. Quiso ir a abrazarlo para que la refugiara en sus brazos. Anheló demasiados escenarios que llegó al punto en el que jamás creyó que un humano podría desear tanto cariño, pero no de cualquiera, sino de una persona en concreto. Una que te desconecta y refresca emocionalmente. Una que te aguarda y emprende camino tomado de tu mano.

Mierda, Nico. Esa persona eras vos.

Rose: –Caminemos por el club y me contás todo, ¿sí?

La rubia asintió, entonces ambas huyeron del escándalo a recorrer el interior de su hogar.

Nico: –Pensé que habías muerto –dijo con el rostro enterrado en el hombro de Emiliano.

Emi: –Me quitaste la vida sin mi permiso –bromeó–. Tranquilo. Las circunstancias también me condujeron a pensarlo. Pero ya estamos acá.

Cuando descendió del coche, procuró ver que todos estuviesen en condiciones sanas, pero sobre todo en verlo a su mejor amigo, que si no hubiese sido porque Briggs confirmó su bienestar, él estaría más que alarmado.

Nico: –¿Y cómo fue que sobreviviste? –preguntó, una vez la muestra de cariño se desarmó. El recuerdo aún permanecía íntegro, y los caminantes ingresando al negocio por montones era una pesadilla que iba y venía a cada rato–. Era imposible escapar de ahí. Apenas pude hacerlo. Fui un suertudo.

Emi: –Sencillo desde luego que no fue –admitió–. Tuve que abrirme paso entre los muertos –palpó la funda, donde se encontraba su arma. Y después se levantó la camisa, enseñando su cuchillo amarrado, repleto de sangre, que olvidó higienizar, posiblemente por la adrenalina del momento.

Nico: –Oh, por Dios.

Ante la inminente disculpa por parte de su mejor amigo, que no tendría ningún sentido porque ninguno de ellos fue culpable de lo ocurrido, negó repetidamente con la mano, metiendo de nuevo las palabras en la boca de su amigo.

Emi: –Supongo que los disparos hicieron que se desinteresen en tu carne, ¿no es cierto? –dijo con una sonrisa burlesca. Nicolás asintió, mordiéndose el interior de las mejillas en un débil intento de contener la carcajada–. Qué raro, siempre venciéndote en la atención.




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