En lo más profundo de uno de los tantos bosque existentes en este mundo, donde el verdor de la naturaleza se entrelaza en una sinfonía de vida, se encuentra en un pequeño claro, un santuario oculto para algunas criaturas al que llaman hogar a ese rincón salvaje. Es aquí donde Garra Afilada, una joven pero majestuosa gata montes de pelaje grisáceo y ojos esmeralda, penetrantes, se encuentra a tan solo unos pocos días de dar a luz a su camada.
El viento sopla suave, acariciando el pelaje de la próxima madre, mientras los rayos dorados del sol se filtran a través del espeso dosel de su refugio el cual es una oquedad en uno de los árboles del lugar, bañándolo con una luz tenue y cálida. El murmullo de las hojas y el canto de los pájaros envuelven el aire, creando una melodía que solo los habitantes del bosque pueden apreciar.
Su pareja, Colmillo Negro, salió temprano en busca de alguna pequeña presa para alimentarla, siempre hace eso para que el alimento no falte y este para cuando Garra Afilada despierte, por lo que supone que su compañero no tardará en llegar, así que comienza a acicalarse para estar lista cuando él llegue.
Sin embargo, la tranquilidad de aquel lugar se ve interrumpida de forma repentina por un sonido ensordecedor que rompe la armonía del bosque. El estruendo reverbera en el aire, haciendo que los corazones de todas las criaturas salvajes se aceleren ante la señal de peligro inminente, pero de todos, Garra Afilada siente un extraño dolor en el pecho, aviso de una próxima tragedia.
La gata se yergue apresurada, sus sentidos agudizados captan cada detalle a su alrededor. Su mirada se desliza por el claro, buscando desesperada a su compañero, Colmillo Negro, de pronto sus verdes ojos se encuentran con la figura que se acerca renqueante, su corazón se sume en la más profunda desesperación.
Colmillo Negro, su amado compañero, se arrastra penosamente hacia ella. Su pelaje, una vez lustroso y oscuro como la noche, ahora está enmarañado y manchado de sangre. El dolor y la agonía se reflejan en sus ojos, y su voz sale entrecortada cuando pronuncia las palabras que sacuden el mundo de Garra Afilada.
—¡Garra Afilada!, —exclama Colmillo Negro con voz débil pero llena de urgencia. —Debes huir... un humano se acerca. No hay tiempo que perder. Nuestros hijos... nuestra camada...protégelos.
Las palabras de su amado compañero la sacuden hasta lo más profundo de su ser, por un instante piensa en aproximarse a él pero algo se lo impide. La determinación feroz arde en sus ojos, mezclada con el miedo y la angustia que amenazan con sofocarla. Sus instintos maternales se despiertan en plenitud, y el amor por sus futuros cachorros así como la mirada de su amado quien la apresura a huir se convierten en el motor que la impulsa a correr del lugar.
El viento lleva consigo el olor acre del cazador y su perro, que se acercan. Los ladridos del canino resucitan por el bosque, llenándolo de tensión. Garra Afilada sabe que cada segundo cuenta, y con un último vistazo al herido Colmillo Negro, se lanza hacia la densidad del follaje, escapando a la persecución que se desata.
La gata montes corre con una agilidad y una velocidad asombrosas, saltando de rama en rama, esquivando obstáculos con destreza felina. El corazón le late desbocado en el pecho, mientras la adrenalina recupera sus venas. El cazador y su perro están cada vez más cerca, pisándole los talones.
El bosque se convierte en un laberinto de sombras y susurros, con Garra Afilada como protagonista de una carrera por la vida. Ramas crujen bajo sus patas, hojas secas se arremolinan a su paso. Los ojos del cazador brillan con la codicia y la crueldad de quien solo busca satisfacer su ambición.
Pero Garra Afilada no se rinde. Su determinación es inquebrantable. Mientras el cazador y su perro se acercan cada vez más, en su huida, cansada pero con el conocimiento de que le siguen los pasos, encuentra refugio en un pequeño hueco en la parte baja de una roca, apenas cabe para no ser vista. Allí, rodeada de oscuridad, se agazapa, conteniendo el aliento, esperando a que el peligro se aleje.
Garra Afilada permanece oculta en la cueva durante un tiempo que le parece eterno, el silencio que la rodea sólo es interrumpido por el latido acelerado de su corazón y su respiración entrecortada. La gata montes sabe que debe seguir adelante, que no puede permitirse quedarse inmóvil en aquel refugio improvisado. Sus cachorros dependen de ella, y hará todo lo posible para mantenerlos a salvo.
De pronto, Garra Afilada escucha los pasos apagados del cazador que se desvanecen poco a poco, alejándose de su escondite. Parece que ha logrado escapar, pero a un precio muy alto.
Por fin después de unos instantes decide que es hora de continuar su huida. Se desliza con cautela fuera de la cueva y se adentra en el bosque una vez más. Sus pasos son sigilosos, su cuerpo tenso y alerta. Cada rama que se quiebra bajo sus patas le recuerda la amenaza que sigue persiguiéndola, el cazador y su perro, implacables en su búsqueda.
El sol empieza a caer en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y anaranjados, dándole paso a el atardecer, Garra Afilada avanza con determinación, aprovechando la vegetación para mantenerse oculta. Su instinto la guía hacia un pequeño arroyo que serpentea entre los árboles, proporcionándole un breve respiro de alivio y frescura.
Sin embargo, su momentáneo alivio se desvanece cuando escucha un ladrido cercano. Sus perseguidores están cerca, muy cerca. Garra Afilada se oculta entre los matorrales, conteniendo el aliento mientras observa la figura del cazador moviéndose entre los árboles en busca de su presa.
Editado: 05.09.2024