Despertaba de una noche como cualquier otra poniéndose sus pesadas chamarras para bajar al pueblo mas cercano. Mirando como sus vecinos hacían exactamente lo mismo, un día sin fin trabajaban debajo de las montañas, con los climas mas calientes. Pero algo en su interior impedía quitarse aquellas chaquetas. Seria el echo que alguien la robara. O acaso que alguien te juzgara, en aquel lugar se desconfiaban los unos de los otros.
Desconocían la tradición real de no quitarse aquella chamara, pero jamás se oponían a las tradiciones siendo lo único que quedaba de sus antepasados recordándolos con melancolía y buena fe. Su cementerio en las lapidas de sus difuntos siempre escribían frases que las personas utilizaban a lo largo de su vida. Palabras vagas que al escucharlas solamente unos pocos recordaban su voz con una melancolía que los hacia bajar la mirada para recordar. El medio día había llegado en aquel lugar.
Un extraño llegaba a ese lugar junto a un sacerdote.
- Aquí es sujeto ----------, este es tu nuevo lugar. acostúmbrate a las reglas lo más rápido que puedas no quedas que ellos se disgusten contigo.
Lo empujaba de una patada y rodaba por aquel camino empedrado, hiriéndose en la bajada sacerdote se retiraba no sin antes lanzar una mirada amenazante a cada uno de los habitantes quienes no tienen la fuerza de pelear.
Cuando terminaba de rodar los aldeanos del los alrededores se acercaban a el y entregaban un abrigo como ellos. Sin objeciones tomaba aquella túnica pesada. Señalaban detrás de ellos solamente 2 reglas escritas en él.
“Tu abrigo es tu vida. No debes quitártela por nada en el mundo solamente cuando descanses en casa”
“Si alguien se quita la abrigo será juzgado por cada uno de los aldeanos y será condenado al exilio”
Sin más remordimiento se pone, el peso era muy evidente, no se quejo y fue guiado por los aldeanos. Quienes le explicaron las actividades básicas de las colinas. El tiempo en el que se encontraban representaba el verano. Podían mirar a lo lejos otros lugares contemplando el pueblo vecino. Un lugar donde estaba dividido por varias casas de madera llamado la utopía de los ricos, un lugar donde ellos jamás podrían ir puesto los climas extremos azotaban siempre esa región y solo era para los mas conocedores y expertos que podían adentrarse a esas regiones. Después de aquellas regiones estaba el valle de almas azotado por un huracán que jamás cesaba proveniente de una caverna y si de casualidad llegaba a salir de aquellos lugares solo encontrarías un mar inmenso lleno de cosas tan desconocidas que era mejor no imaginarse.
Los primeros dias no fueron demaciado emocionantes. Seguía una rutina establecida. Había muchas casas en las montañas por lo que tomo una de las que estaban vacías y solo la utilizaba para dormir. Al momento que salía el sol empezaba el verdadero labor. Salía de casa y bajaba la colina a la cocina comunitaria donde las mujeres salían con comida que los hombres habían conseguido. Una sopa de estofado y verduras era lo que servían todos los dias. Y al terminar el turno era exactamente lo mismo, pero con agua de sabor más polvosa que antes.
Los dias pasaron sin quejas. Había perdido la cuenta de por qué había estado en ese lugar. cada 3 dias el sacerdote aparecía con un nuevo individuo arrojándolo por aquel monte y rodando. Los aldeanos actuaban de manera automática. Entregándole una lona y señalando las dos únicas reglas.
No comprendía que pasaría si alguien rompía aquellas reglas. Quien las había escrito, que pasaría si las reglas eran quebradas. No pasaría mucho tiempo para descubrirlo, la monotonía y los dias sistemáticos acababan con el espíritu humano.
Uno de los dias uno de los ancianos mayores apareció sin aquella chamara se encontraba agotado. Al momento de verlo de esa manera todos se quedaron estupefactos con aquel hombre. El avanzaba sin ninguna distracción comprende a que se referían aquellas reglas. Cuando menos lo espero otro hombre tomaba las herramientas que utilizaban para arar los campos y lo asesinaba a sangre fría dando golpes sin cesar desfigurando a aquel hombre. La escena era de una manera tan grotesca que comencé a mirar a otro lado. Un joven de aproximadamente 20 años se encontraba detrás de la casa asustado.
Aquel joven conto que había nacido en el pueblo su padre era un granjero y su madre una ayudanta de cocina. Los matrimonios en ese lugar no existen, las mujeres se consideraban ganado y se reproducían cada 5 años, esto con la finalidad de preservar mas mano de obra, decía que esos 5 años estaban próximos y la razón principal por la que mata era para escoger a una mujer fuerte y saludable. Ya que los primeros en escoger siempre eran los jefes de cuadrillas. Que escogían siempre a las chicas más jóvenes.
Aquella situación le era repugnante. Pero el joven explicaba que era algo normal para él, era la generación numero 30, pero notaba un problema bastante grande en todo esto. los hombres seguían llegando y las mujeres escaseaban por lo que solo los mejores podían escoger a las mujeres ellas solo tienen que obedecer. Como era la primera vez que llegaba lo mas probable era que no podía escoger a alguien para poder tener decendencia.
Realmente no me interesaba aquello, tenia pensado irme de este lugar cuando me recuperara finalmente de mis heridas y mi pasado. Esperar el tiempo suficiente para que olvidaran mi rostro y volver a llegar a la ciudad para comenzar mi nueva vida. Tenia un hijo y una mujer, pero la situación no fue muy favorable.
El muchacho comprendía a la perfección, contaba que muchos se encontraban de la misma manera. Rateros violadores y asesinos era lo que componía el pueblo, el muchacho recomendaba que si realmente quería irme del pueblo debía hacerlo con el abrigo puesto, ya que los vecinos son demaciado chismoso y atacan a cualquiera que no cumple con aquellas dos reglas sencillas.
Seguía preguntándose quien era el loco que había recomendado aquellas reglas tan absurdas. Los aldeanos habían dejado de masacrar al pobre hombre donde solo dejaban una mancha roja con restos de órganos esparcidos por los alrededores. Contemplaba aquella escena de manera grotesca como una advertencia. Una advertencia de que mataría sin dudar.