Una sensación de inquietud, me obliga a despertar sobresaltada. El miedo del sueño aún es palpable y mi respiración está agitada.
Kieran también se despierta y al verme en ese estado, en vez de preguntar, decide actuar. Enciende la luz de la lámpara con tono cálido, al lado nuestro y rompe la barrera del supuesto, “espacio personal”, que habíamos trazado al compartir cama, y acude a cuidarme al estrecharme entre sus brazos.
Cierro mis ojos, estoy temblando y al sentir su repentina calidez, su mano acaricia mi cabeza, mi cabello ondulado despeinado, con tanta ternura… Me tranquiliza, me siento a salvo.
Escucho cada vez más cerca sus palabras que antes no descifraba y repite casi susurrando:
—Estás bien, aquí estoy contigo, Rhia.
Aprieto más los ojos al evitar las lágrimas, al recordar sentirme como una niña pequeña que se siente protegida con la compañía a su lado.
Mi mano se aferra a su camisa hasta que logro estabilizar mis emociones. Y es cuando hacemos contacto visual, se siente todo tan real. No sé cómo explicarlo, un sentimiento tan genuino que me da una paz inmediata.
Al pasar el tiempo, está por amanecer y yo estoy aquí, con botellas de agua helada y un té de manzanilla que Kieran consiguió.
Los ejercicios de respiración ayudaron, igual que el agua fría. Pero, sobre todo… Su presencia con esos pequeños grandes gestos de actos de servicio y cuidado, esa atención a mi persona como si fuera lo más preciado. Como ahora, me mira con esos ojos cafés que dicen todo lo que las palabras callan y me roban el aliento.
—Te lo agradezco tanto, Kieran… —doy otro sorbo a mi té que su temperatura me reconforta, igual que su tacto hace rato.
—¿Necesitas algo más? La música relajante parece que funcionó —sonríe con alivio.
Sonrío y niego con gratitud.
Se me escapa un suspiro y dejo la taza en la mesita de noche.
—Estoy mucho mejor, gracias. Fue un sueño malo que desencadenó mi ansiedad. Ya sabes, todo este estrés de la presentación del libro… Ha sido demasiado para mi cuerpo. Creí que aguantaría más, pero mi mente no deja de traicionarme y crear absurdos escenarios catastróficos —me burlo para aligerar la tensión de lo importante que es ello. El cuidado de la salud mental.
Se acomoda y me mira pensativo, como si eligiera las palabras correctas en vez de seguir mi broma.
—Deberías dormir un poco más, debes tener suficiente energía para tu gran día. Puedo pedir el desayuno a la cama o podemos dar un paseo a la terraza, por aire fresco, para que estés más calmada.
Lo que dice es como si comprendiera mi estado, mi posición sin siquiera indagar más al respecto.
Como si se viera reflejado en mí en alguna situación pasada, porque no hace preguntas, da soluciones. Es como si reconociera al instante el miedo a fallar.
—Solo… Quédate conmigo, un poco más. Por favor —mi petición es más baja, llena de sentimiento y significado detrás de cada palabra.
Eso es lo que necesito en este momento, a él junto a mí y sentir que no debo hacerme la fuerte, cuando puedo abrazar mi vulnerabilidad.
Su sonrisa es la expresión más preciosa que haya visto con anterioridad, ilumina su rostro, tal vez estoy demasiado emocional.
Sin embargo, podemos ser nosotros mismos sin máscaras ni espectáculos en el completo silencio. Además, sentir esa libertad de compartir este nuevo nivel de intimidad que se quedan, precisamente en este lugar y en nuestro ser.
—Todo tuyo —sin pensarlo, obedece y dirige mi cuerpo para que pueda recostar mi cabeza en su pecho. A mi disposición.
Los latidos de mi corazón regresan y podrían hacer eco con los suyos, paso saliva y dejo mi mano en su torso que se mueve sutilmente ante su respiración.
Estamos tan cerca, en una posición nueva, como si nuestros cuerpos fueran piezas que se unen y lo más sorprendente, es sumamente cómodo.
—¿Cómo supiste actuar en ese escenario? —elevo la mirada y nuestros ojos se conectan una vez más aunque ahora, hay una chispa de diversión en su rostro.
—Actuaste igual que Caguama cuando recién lo adopté y te traté como a él. Parece que es efectivo en cualquier especie —juega, me ofendo y le doy una palmada en el estómago.
Ahoga un quejido y detiene mi mano.
—Claro, debías arruinar el ambiente al dar entender que soy “un perro por domesticar” —rodeo los ojos y se me escapa una risa que traiciona mi estado de hacerme la digna ante su comentario. —Por cierto, ¿Dónde está o con quién lo dejaste?
—Tiene una niñera desde hace años, él es un alma libre y cuando no estoy ahí, debe tener toda la atención que merece. Es todo un consentido.
Me concentro en sus palabras aunque es difícil ignorar el hecho de que nuestras manos están juntas, y Kieran acaricia la mía mientras habla como si fuera lo más natural del mundo.
—Igual que su dueño —lo provoco y ríe.
Sonríe y aprieta mi mano, hasta que quedan completamente unidas.
Mis reflejos me provocan levantarme y apuntar al puente iluminado que se ve a través del ventanal. El cual apreciamos hace unas horas atrás.