Hay quienes escriben para ordenar el mundo. Yo escribí estos relatos para romperlo.
Durante años cargué con una certeza que no podía nombrar: que lo que llamamos realidad está sostenido por reglas tan frágiles como arbitrarias. Que lo normal es una ficción consensuada por miedo. Que detrás de la rutina, del lenguaje correcto, de las sonrisas que se practican frente al espejo, hay algo. Algo que late, que tiembla, que se quiere revelar.
Llamé a eso “fenómeno”. No por lo extraordinario, sino por lo real. Por aquello que no necesita explicación porque se impone en la piel, en el miedo, en la mirada que se desvía cuando alguien es “demasiado”.
Estos relatos no fueron escritos con un plan. Nacieron como accidentes, como registros de fiebre. Pero al releerlos entendí que compartían una herida común: el intento —torpe, visceral, a veces violento— de decir lo indecible. De mirar el abismo y no retroceder.
Si estás leyendo esto, quizás también sospechás que hay algo más. Quizás ya viste esa grieta.
En ese caso, bienvenido.
Acá los fenómenos no se esconden. Se escriben.
“Ser normal es un asco, porque somos fenómenos, la ventaja de ser un fenómeno es que te hace fuerte, asi que ¿que tan fuerte querés que sea?”
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Editado: 23.09.2025