De Fenomenos y Otras Cosas

LA QUIETUD DEL ABISMO

El día en que Santiago dejó de sentir comenzó como cualquier otro. No hubo truenos premonitorios ni señales en el cielo; simplemente, al despertar, notó que algo fundamental había desaparecido. Era una ausencia tan sutil que tardó horas en percibirla: el café no le producía placer, el frío de la mañana no le molestaba, la noticia del fallecimiento de un antiguo compañero no le generó tristeza alguna.

Al principio, lo consideró una bendición. ¿No era esto lo que siempre había deseado? Liberarse del yugo de las emociones, de ese vaivén constante entre la euforia y la desesperación que agota el espíritu. Pensó en Schopenhauer y su concepción del deseo como la raíz del sufrimiento. Quizás había alcanzado accidentalmente esa "negación de la voluntad" de la que hablaba el filósofo, ese estado donde uno se libera de las cadenas del deseo perpetuo.

"Si ya no siento, ya no sufro", se dijo mientras observaba la ciudad desde su ventana. Los transeúntes le parecían marionetas absurdas movidas por hilos invisibles: el deseo, el miedo, la ambición, la culpa. Él ya no formaba parte de esa farsa.

La transformación fue gradual. Primero desaparecieron las emociones más sutiles: la nostalgia al escuchar una vieja canción, la irritación ante una fila demasiado larga, la satisfacción después de una buena comida. Luego fueron las más intensas: la ira, el miedo, la pasión. Finalmente, incluso las sensaciones físicas comenzaron a difuminarse, como si su cuerpo fuera una maquinaria cada vez más distante.

Santiago comenzó a llevar un diario. No por un impulso emocional —esos ya no existían—, sino como un experimento metódico para documentar su metamorfosis.

*Día 17: Hoy me corté preparando la cena. Vi la sangre brotar de mi dedo índice, pero no sentí dolor. Me quedé observando el fenómeno con curiosidad científica: la sangre tiene un rojo más intenso del que recordaba. ¿Siempre fue así, o es que nunca antes la había observado realmente? *

*Día 23: Carmen decidió terminar conmigo. Dijo que me convertí en un extraño, que ya no me reconoce. Me miró fijamente, esperando una reacción que no llegó. Luego se marchó llorando. Comprendo intelectualmente que esto debería afectarme, pero sólo puedo analizarlo como un acontecimiento externo, como quien observa células bajo un microscopio. *

*Día 45: La gente comienza a evitarme. Noto cómo se alejan instintivamente, como si percibieran algo antinatural en mí. Quizás los humanos, como los animales, pueden detectar cuando algo no encaja en el patrón establecido. Soy un fenómeno, una aberración en el tejido de lo normal. *

Fue en la sala de espera de un médico —su sexto especialista en tres meses— cuando Santiago escuchó a dos personas discutir sobre la naturaleza del absurdo.

"Todo es absurdo, María. Nos pasamos la vida buscando sentido donde no lo hay", decía el hombre con una risa seca.

"El absurdo no está en la vida misma, sino en la contradicción entre nuestro deseo de sentido y la irracionalidad del mundo", respondió la mujer, acomodándose las gafas con un dedo tembloroso.

Santiago reconoció inmediatamente la filosofía de Camus. El absurdo como la tensión entre la búsqueda humana de significado y la indiferencia del universo. Pero él había trascendido ese absurdo, ¿no? Al perder la capacidad de sentir, también había perdido la necesidad de significado. Ya no experimentaba esa tensión esencial de la que hablaba Camus.

Entonces, ¿por qué seguía acudiendo a médicos? ¿Por qué continuaba con su diario? ¿Por qué esa obsesión por comprender lo que le sucedía?

"Kafka tenía razón", murmuró para sí mismo. "La metamorfosis nunca es completa."

*Día 112: He comenzado a fingir emociones. No es difícil; basta con observar cuidadosamente a los demás y replicar sus expresiones faciales, su lenguaje corporal, sus reacciones. Es un arte que perfecciono día a día. Sonrío cuando es apropiado, frunzo el ceño ante las injusticias, abrazo en los funerales. Nadie sospecha que detrás de estas máscaras no hay nada. *

La vida de Santiago se convirtió en una representación teatral. Como el protagonista de "La caída" de Camus, había descubierto que la autenticidad era imposible, que toda existencia humana era, en el fondo, una actuación perpetua. La diferencia era que él estaba plenamente consciente de su impostura.

En sus ratos libres, que eran muchos ahora que había abandonado todo interés social genuino, Santiago estudiaba meticulosamente las emociones humanas en libros de psicología, películas y observación directa. Desarrolló un catálogo mental de reacciones apropiadas para cada situación. Se convirtió en un artista de la simulación.

"Ser normal es un asco", se repetía mientras practicaba expresiones frente al espejo. "Pero ser un fenómeno consciente de su propia anormalidad... eso es poder."

Fue una noche de tormenta —un detalle que Santiago apreciaba por su ironía literaria— cuando ocurrió el incidente más impactante.

Había invitado a su departamento a un viejo amigo, Marcos, con quien mantenía una relación superficial. Durante la cena, calculada para parecer casual pero meticulosamente planeada, Marcos comenzó a hablar de su reciente divorcio. Santiago desplegó su repertorio de reacciones empáticas: la mirada compasiva, los asentimientos oportunos, incluso una mano ocasional sobre el hombro de su amigo.

"Es como si me hubieran arrancado algo del pecho", confesó Marcos entre sollozos.

"Te entiendo perfectamente", respondió Santiago, inclinándose ligeramente hacia adelante, como había leído que hacen las personas cuando muestran interés genuino.

"No", interrumpió Marcos con una repentina claridad en la mirada. "No me entiendes. Es imposible que lo entiendas."

"¿Por qué dices eso?"

"Porque tus ojos están muertos, Santiago. Hablas como un libro de psicología. Tus gestos son... mecánicos. ¿Qué te pasó?"




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