De Fenomenos y Otras Cosas

CRONOFRAGMENTACIÓN

El diagnóstico llegó en mi trigésimo cumpleaños: "Cronodisociación perceptiva", una anomalía neurológica tan rara que solo existían siete casos documentados en todo el mundo. El neurólogo, un hombre de apellido Kraus con manos temblorosas y ojos inquietos, me explicó que mi cerebro procesaba el tiempo de manera fragmentada, como si fuera un vídeo defectuoso que salta constantemente entre escenas sin orden aparente.

"No es que usted viaje en el tiempo, señor Darius" aclaró Kraus, evitando mi mirada. "Su percepción es la que se desplaza, mientras su cuerpo permanece anclado al presente físico."

Llevaba años sabiendo que algo funcionaba mal en mí. Desde niño, experimentaba "saltos" —así los llamaba—, momentos en que mi consciencia parecía desconectarse del flujo temporal ordinario. A veces presenciaba conversaciones que ocurrirían días después, o revivía situaciones pasadas con una inmediatez desconcertante. No era como recordar; era estar allí nuevamente, sintiendo el aire, los olores, las texturas.

"¿Tiene cura?" pregunté, conociendo ya la respuesta.

"Podemos intentar estabilizarlo con medicación, pero siendo honesto... no."

Salí de la consulta con un frasco de pastillas que prometían "anclarme al presente" y una certeza: era un fenómeno irremediable. Un monstruo temporal condenado a la fragmentación perpetua.

No tomé ni una sola píldora. Si debía ser un fenómeno, al menos exploraría los límites de mi condición.

**Fragmento 17**

El tiempo no fluye como un río. Es un océano de posibilidades simultáneas, todas coexistiendo en un eterno ahora que solo nosotros, los cronofragmentados, podemos percibir en su terrible totalidad.

He aprendido a navegar mis saltos con cierta precisión. Una técnica de meditación concentrada en un objeto personal —un reloj de bolsillo que perteneció a mi abuelo— me permite ahora cierto control sobre cuándo y hacia dónde saltar. No es perfecto. A veces termino en momentos insignificantes: observando a un desconocido comprar pan o a una mujer esperando un autobús que nunca llegará. Otras veces presencio instantes fundamentales: la muerte de mi padre tres meses antes de que ocurra, el nacimiento de un niño que será importante para la humanidad, el derrumbe de un edificio que sepultará a docenas.

La mayoría de las veces soy un mero espectador, incapaz de interactuar. Mi condición me convierte en un fantasma temporal, condenado a observar sin poder intervenir. Pero descubrí que, en ocasiones muy específicas, cuando mi estado emocional alcanza cierta intensidad, puedo provocar pequeñas alteraciones en los eventos: una taza que cae, un papel que vuela, una palabra susurrada que alguien cree haber imaginado.

Comencé a experimentar con estas interferencias, primero por curiosidad, luego con un propósito cada vez más definido.

**Fragmento 42**

La Sociedad me encontró después de que intentara salvar a una niña de ser atropellada por un colectivo. No sabía que estaba saltando a un pasado ya ocurrido, a un momento donde su muerte había sido parte fundamental de una cadena de eventos que resultarían en avances médicos importantes. Mi intervención —conseguí apartarla en el último instante— provocó lo que La Sociedad llama una "fractura temporal": un desajuste significativo en la realidad que conocemos.

"Somos como vos" dijo la mujer que se presentó como Eleonora, una figura delgada con un rostro imposiblemente simétrico y ojos tan oscuros que parecían absorber la luz. "Cronofragmentados que han aprendido a vivir con su condición."

La Sociedad operaba desde las sombras desde hace siglos. Algunos de sus miembros eran individuos cuyos saltos abarcaban apenas unas horas; otros, como Eleonora, podían percibir fragmentos de tiempo separados por milenios.

"La regla principal es no interferir" explicó. "Observar, comprender, pero nunca alterar."

"¿Por qué?" cuestioné. "Si podemos evitar tragedias, ¿no tenemos la obligación moral de hacerlo?"

Su sonrisa fue gélida, casi compasiva.

"Porque no comprendes la totalidad. Cada tragedia forma parte de un equilibrio mayor que no podemos percibir completamente, ni siquiera nosotros."

**Fragmento 8**

"¿Nunca pensaste que quizás todos somos cronofragmentados, pero la mayoría no lo sabe?"

La pregunta vino de Marcos, un hombre de unos cincuenta años con un parche en el ojo izquierdo. Éramos cinco reunidos esa noche en el sótano de una librería antigua. Nuestro pequeño subgrupo disidente dentro de La Sociedad.

"Pensalo por un momento" continuó. "Los déjà vu, los sueños premonitorios, esa sensación de que ya viviste algo antes... tal vez son manifestaciones menores de lo que nosotros experimentamos con más intensidad."

La idea me inquietó. Si todos fuéramos cronofragmentados en diferentes grados, ¿qué nos hacía realmente fenómenos? ¿Era nuestra condición una evolución y no una aberración?

Las reuniones clandestinas continuaron. Mientras La Sociedad predicaba la no interferencia, nosotros desarrollábamos una teoría diferente: nuestra capacidad de percibir el tiempo de manera fragmentada implicaba también una responsabilidad.

"No somos simples observadores" insistía Lucía, la más joven de nosotros, apenas veintitrés años y ya capaz de saltar décadas. "Somos nodos de corrección temporal."

Comenzamos a experimentar con pequeñas intervenciones, calculadas minuciosamente para generar el menor impacto colateral posible: una palabra susurrada al oído de un científico estancado, un objeto movido que evitaría un accidente, una nota anónima que prevendría una decisión catastrófica.

La Sociedad no tardó en detectarnos.

**Fragmento 93**

Eleonora me interceptó durante un salto al pasado, algo que creía imposible. Estaba observando la firma de un tratado internacional cuando sentí su presencia materializarse junto a mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.