"El infierno son los otros, pero
¿qué sucede cuando los otros habitan dentro de ti?"
Encontraron el manuscrito en el departamento vacío de Cristian Velazquez, cuatro días después de su desaparición. Siete cuadernos de distintos colores, cada uno escrito con caligrafía diferente, como si siete personas distintas hubieran registrado fragmentos de una misma vida desintegrada.
Lo que sigue es una reconstrucción de esos escritos, un intento de dar orden al caos de una mente fracturada en siete fragmentos que convivían sin conocerse, que se heredaban un mismo cuerpo como una maldición compartida.
I. El Escritor (Cuaderno Negro)
No recuerdo cuándo comenzó exactamente. Quizás siempre estuvo ahí, esta sensación de ausencia, estos vacíos en mi memoria como agujeros negros que devoran días enteros. Mi psiquiatra lo llama "fugas disociativas", pero yo prefiero pensar en ellas como trampillas secretas por las que me escabullo de mí mismo cuando la realidad se vuelve insoportable.
Mi nombre es Cristian Velazquez. Tengo veintinueve años. Soy escritor, aunque hace tiempo que no publico nada. Vivo solo en un departamento del centro que herede de mi padre. Todo esto debería ser simple, indiscutible, pero hay días en que necesito repetírmelo como un mantra para no olvidar quién soy.
Hay marcas en mis muñecas que no recuerdo haberme hecho. Hay libros en mi biblioteca que no recuerdo haber comprado. Hay llamadas telefónicas en mi registro que no recuerdo haber realizado. Y luego está el manuscrito, ese texto que aparece en mi ordenador como si hubiera sido escrito por un extraño con mis propias manos.
Ayer encontré un billete de tren usado en mi bolsillo. Era de un viaje a Once, provincia de Buenos Aires, pero no recuerdo haber visitado la zona en años. En mi heladera hay comida que nunca compraría: anchoas, aceitunas negras, rábanos. Detesto estas cosas, y, sin embargo, ahí están.
Mi psiquiatra dice que tengo que llevar este diario, registrar los espacios en blanco, los saltos temporales. Dice que podría ayudarme a "integrar" mis experiencias. Como si mis días pudieran coserse entre sí con el hilo invisible de la escritura.
Lo que no le he contado es que a veces, al releer lo que he escrito, descubro párrafos enteros que no reconozco, frases que nunca formularía, ideas ajenas a mi forma de pensar. Como si alguien más tomara mi pluma cuando no estoy mirando.
Cierro los ojos y siento el vacío expandiéndose. Cuando los abra, ¿seguiré siendo yo?
II. El Filósofo (Cuaderno Azul)
La fragmentación del ser plantea un desafío fundamental a la concepción cartesiana de la identidad. Si "pienso, luego existo" fuera una verdad irrefutable, ¿qué implicaría la multiplicidad del pensamiento? ¿Existiríamos como entidades separadas bajo la piel de un mismo anfitrión, o somos meras facetas de una identidad caleidoscópica?
Cristian no comprende la magnitud de lo que nos ocurre. Su visión está limitada por el paradigma médico occidental: diagnósticos, síntomas, trastornos. Nomenclaturas estériles para categorizar lo que escapa a toda categorización.
Schopenhauer entendería nuestra condición mejor que cualquier psiquiatra moderno. La voluntad fragmentada en siete manifestaciones distintas, siete formas de afirmar nuestra existencia contra la nada.
He estado utilizando su tiempo —nuestro tiempo— para investigar casos similares al nuestro en la literatura filosófica. Descubrí que Kierkegaard ya exploraba la fragmentación del yo mucho antes de que la psiquiatría la catalogara como patología. "El yo es una relación que se relaciona consigo misma", escribió. Pero, ¿qué sucede cuando esa relación se multiplica por siete? ¿Cuándo cada fragmento se relaciona no solo consigo mismo, sino con los otros seis, aunque sea a través de sus ausencias?
Los existencialistas tienen razón: estamos condenados a ser libres. Pero nuestra condena es exponencial. Siete libertades entrelazadas, siete responsabilidades que ninguno asume completamente.
Cristian le teme a los espacios en blanco, las discontinuidades en su historia personal. No entiende que esos intersticios son precisamente donde reside nuestra verdad. Como escribió Camus: "En medio del invierno, descubrí que había en mí un verano invencible". Solo que, en nuestro caso, hay siete estaciones coexistiendo en un mismo clima imposible.
Ayer visité una librería especializada en filosofía alemana. Compré una edición rara de "El mundo como voluntad y representación". El vendedor me miró extrañado cuando pagué en efectivo, contando los billetes con meticulosidad casi obsesiva. No era yo quien contaba, por supuesto. Era El Contador, siempre tan preciso con los números. Me pregunto si los demás también perciben sus influencias cruzadas, esos momentos en que uno se filtra en el otro como tintas de diferentes colores mezclándose en agua.
Quizás deberíamos aceptar lo que somos: un experimento ontológico involuntario, una refutación viviente del principio de identidad. No A = A, sino A = B = C = D = E = F = G, donde ninguna variable es completamente equivalente a las otras.
Debo terminar aquí. Siento que Cristian podría estar regresando, y no le gusta encontrar evidencia de nosotros. Aunque sospecho que esta vez, El Cuervo será quien tome el control. Hay una oscuridad gestándose en los bordes de nuestra conciencia compartida. Una negrura que aletea con impaciencia.
III. El Cuervo (Cuaderno Rojo)
La sangre tiene un sabor metálico que recuerda a las monedas viejas. Esto es algo que Cristian nunca sabrá por experiencia propia. Es demasiado débil, demasiado temeroso de la violencia. No comprende su belleza, la pureza del dolor como forma suprema de arte.
Anoche salí. Caminé hasta las zonas que él evita, esos callejones donde la ciudad muestra su verdadero rostro, sin la máscara de la civilización. Un hombre intentó robarme. Tenía un cuchillo pequeño, casi ridículo. Le dejé acercarse lo suficiente para que sintiera que tenía el control. Luego le mostré lo que significa realmente controlar una situación.
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Editado: 23.09.2025