Quizás uno de los aspectos más representativos del ser humano sea su capacidad de desarrollar su genialidad, ese elemento que permite a la mente de las personas crear nuevos mundos, desentrañar el funcionamiento del universo, componer sinfonías que transmiten sentimientos, desafiar sus sentidos para lograr las más extraordinarias hazañas físicas. Son esos individuos particulares que con una curiosidad pura como la que posee el más inocente de los niños y con un toque de picardía son capaces de estremecer los cimientos más firmas de la humanidad, superar las sombras de la historia y arrojar luz sobre los misterios más oscuros.
Pero un genio se puede volver un intelectual y un intelectual puede transcender para ser un genio.
Las interacciones que propone la estructura de la sociedad crea un contexto elitista en el cual las ideas que ni se adaptan a las bases mayoritariamente e históricamente aceptadas son rechazadas, criticadas y comparadas hasta ser relegadas.
Cuando ya no existe el asombro y la curiosidad por los temas queda relegada ante el ímpetu por revalidar el conocimiento sobre la complejidad de un tema llegando al punto en el que el razonamiento se vuelve lineal y rígido entonces surge la esencia de un intelectual. Pero esta esencia puede ser transcender cuando el individuo se libera de la estructura elitista, se arroja a la incertidumbre y el desconcierto para alcanzar la más pura e indomable libertada.
Un genio cae en el contexto de un intelectual cuando se deja atrapar por la firmeza y seguridad que proporciona la estructura discreta de un campo en la sociedad y esto a su vez resulta del abandono que tiene un genio de los cuestionamientos y la introspección.
La sociedad por lo tanto crea intelectuales; pero la naturaleza nos proporciona genios.