De Gitana A Princesa

2 Aldremir.

Cuando la gente oía la palabra "gitano", se les venían a la mente palabras como "alboroto", "brujería", "juegos de azar", "rateros" y un montón de malos calificativos que preferían no mencionar.

Melodía, con diecisiete años y gitana, vivía con sus padres en una aldea pequeña, oculta en lo más profundo del bosque de Celestia, a las afueras de la ciudad de Aldremir, capital del reino de Alkarya.

Ese día sería su noche. Sus padres la habían dejado bajar con su hermano y el resto de los gitanos al festival de la Luna de Plata. Le había costado convencerlos de tal decisión, y Bastián le ayudó un "poquito". Bueno, en realidad, si no fuera por él, ella no habría podido ir al festival.

—Muy bien, Mel, hoy es tu día —dijo mientras ataba la cinta, soltando su cabello que caía en gráciles caireles en cascada hasta un poco más abajo de sus caderas. Se miró al espejo y acto seguido puso colorete en sus labios. «Estoy perfecta», pensó. Tomó su ocarina e intentó salir, antes de que sus padres cambiasen de parecer.

—¿A dónde vas, pequeña? Al menos despídete de tus padres debidamente. Déjanos darte la bendición, Melodía.

—Madre, claro que me despediría de ustedes. Denme su bendición —al ser sorprendida por su madre, escondió la bolsa tras su espalda. Si ella descubría lo que ahí tenía, un lío grande se armaría—. Es solo que llevaba algo de prisa, quería ver a Melibea antes de irme. Recuerden que es por ella que hago todo esto.

Melibea era su hermana menor... bueno, menor por minutos; era su gemela. Hacía tres años había enfermado y ni levantarse de su cama podía. Melodía no podía verla sin sentir impotencia e inmensa tristeza al ver sus ojos esmeralda, esperanzadores y chispeantes de alegría, ahora opacos y sin luz ni brillo.

Le aterraba sobremanera que la vida de su hermana se apagara. Melibea era la serenidad, la calma y la dulzura andante; era una ninfa danzando, con sus listones de seda y un hermoso pajarillo al cantar. Todo cambió desde que enfermó. Sus padres, Gastón y Lluvia, se habían vuelto tan serios y recelosos con ella. Desde que su hermana enfermó, por esa razón y por la poca tolerancia de la gente de Aldremir con los gitanos, no la dejaban bajar a la ciudad. Toda la carga caía en su hermano Bastián, quien era un año menor que su hermana y ella, aunque no lo pareciera.

Sus padres tenían un pequeño taller de orfebrería, aunque últimamente eso no bastaba para mantener su hogar. Los tiempos estaban difíciles y con un familiar enfermo, todo era más cuesta arriba.

Su padre evitaba a toda costa que ella saliera, pero no podía dejar todo el peso en los hombros de Bastián y sus padres mientras ella se quedaba sin hacer nada. Tenía dos metas al ir a la ciudad: llevar plata a su casa y buscar un médico para Melibea. Y si seguía en casa, nada de eso pasaría. Sus padres y Bastián eran gitanos muy cerrados; no aceptaban que un médico civil, es decir, no gitano, viera a su hermana. Pero en su aldea no había tal cosa; los gitanos no tenían esa preparación.

Solo había curanderos y ancianos con conocimientos en herbolaria, pero un médico como tal no tenían. Ella haría lo que fuera por Melibea; juraba por los dioses que haría cualquier cosa por su hermana.

—Madre, padre, ya debemos irnos. Mi hermana estará bien, la protegeré de todo y de todos —dijo Bastián, un chico de cabellera castaña y ojos negros.

—¡Oye, tampoco soy una niña, Bastián, deja de tratarme como si lo fuera! Además, recuerda, soy mayor que tú —dijo Melodía, inflando sus mejillas sin poder evitar un sonrojo de frustración.

—¡Bueno, bueno, hijos, dejen de pelear! Ya se les hará tarde. Que los dioses les protejan. Cuídense mutuamente, recuerden, solo tienen tres días. Lo que dura el festival, ni un día más, ¿oyeron? —exclamó, en tono serio, Gastón.

Bastián y Melodía tomaron sus cosas y se dispusieron a ir a las carretas, con el resto de los gitanos que también irían a ganarse el pan en la ciudad.

..........

.Muchos gitanos eran solicitados en la ciudad por entretenimiento. Su gente destacaba en esa área, y, de manera irónica, iban para los aldreminos.

Los trataban como escoria, pero solo para su diversión los llamaban hasta con antelación.

Melodía y su hermano subieron a una de las carretas. Esta comenzó a moverse, y ella iba distraída mirando el paisaje cuando Bastián rompió el silencio.

—Mel, necesito explicarte cómo debes actuar cuando lleguemos a Aldremir. Allí hay todo tipo de personas y no quiero que tu inocencia y falta de malicia te perjudiquen...

—A ver, señor sabelotodo, ilumíname —le dijo Melodía, chasqueando la lengua para molestarle, algo que sabía que lo irritaba con facilidad.

—¡Eres insoportable, Melodía! Es en serio, allí hay de todo y si no eres atenta, puedes ser violada o vendida como esclava y llevada a quién sabe dónde. Ya es suficiente ver a Melibea en esa cama para que a ti también te ocurra algo. No me lo perdonaría y nuestros padres tampoco.

Hasta ahora, Melodía sabía que Bastián ya no era el mismo chico de antes. Esta situación lo había hecho madurar, pero no sabía hasta qué punto. Aún lo veía como su hermanito.

—Vale, Bastián, no te enojes, hermanito. Lo siento, solo era una broma —le dijo, sintiéndose algo tonta y apenada—. Lo siento, dime lo que querías decirme, no te volveré a interrumpir.

Notó que Bastián tomó una bocanada de aire y la miraba con una expresión seria.**

—Muy bien, Mel, así está mejor. Verás que la ciudad al caer la noche suele ser algo peligrosa, más que todo para las mujeres, aún más para las gitanas. Alkarya no escapa de los cazadores de esclavos. Eso ahora es negocio. Cada vez que bajamos a Aldremir, esos malditos cobardes están atentos a nuestras mujeres. Las venden a otras naciones para trabajos domésticos y, en el peor de los casos, las venden a prostíbulos. Quiero que seas muy astuta, hermana, lista, que tengas malicia y corras si ves algo sospechoso. Siempre quédate cerca de nosotros o en lugares concurridos. Allí no correrás peligro.




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