Melodía se dio cuenta de que había llegado a una plaza algo rudimentaria, pero no por eso menos hermosa. En medio de ese lugar había una preciosa fuente de los deseos, o bueno, eso era lo que relataba su hermano mientras le daba instrucciones de qué hacer y cómo debía actuar frente a la gente que se acercara.
—Bien, Mel, que esas cuerdas hablen y que tu violín hable por ti. Haz que los sentimientos de los Aldreminos afloren y vengan por más. Nena, confío en tu talento.
—Bastián, ¿y qué pasa con mi ocarina? Sabes que la música que emito con ella es hermosa, relajante y a todos gusta.
—¡Melodía, trajiste esa cosa! Si nuestros padres se enteran, nos castigarán y no podremos volver. Estás loca, fue una de las condiciones que puso nuestro padre...
—¡Ash, Bastián, no lo notarán! Además, me has alejado de nuestro grupo, acá nadie me verá tocarla. Ya deja tu histeria. Te juro que solo tocaré una canción con la ocarina —le suplicó a su hermano mientras rodaba los ojos.
—Está bien, Mel, confío en ti. Vendré al caer la noche y, por todos los dioses, no te muevas de este lugar. Eres demasiado terca y curiosa y, francamente, hermana, acá no nos podemos meter en problemas.
—Claro, Bastián, tú tranquilo, yo nerviosa. Nos irá bien, le he hecho una ofrenda a la diosa Astra para nuestra buena senda en este viaje. Ahora lárgate y déjame trabajar en paz; mi violín y yo necesitamos brillar.
Al irse su hermano, Melodía sacó su violín de su bolsa de cuero y se dispuso a tocar algunas notas, mientras decidía qué tonada tocar. Ya había escogido con qué deleitar a su público, para que arrojaran una tras otra sus monedas en la bolsa de cuero donde descansaba su violín.
Había comenzado con unas notas delicadas y algo melancólicas, pero románticas a la vez. Poco a poco hacía vibrar más su violín, y cada nota iba cargada de distintos matices. De a poco se fueron acercando algunas personas a escuchar su música.
Sus expresiones alegraban el alma de Melodía, pues disfrutaban de su música. Notó cómo tres personas echaban algunas monedas a la bolsa. No había notado a la pequeña espectadora que arrojó unas monedas; se asombró al notar que tiró varias monedas y no solo una, como el resto de quienes estaban allí. Al terminar su canción, la pequeña seguía mirándola con carita de ensoñación, o más bien miraba a su violín.
—Hola, pequeña. ¿Te gusta la música?
—Sí, me gusta la música. Tú tocas muy bonito el violín y eres muy bonita. Además, me gusta tu ropa, es más cómoda que este vestido que yo cargo —se quejaba la niña del voluminoso vestido que traía.
Entre risas, la pequeña aún seguía con su mirada curiosa.
—Me has hecho reír, hermosa. Tu vestido te hace ver muy mona. Yo, pues, me habría gustado vestir alguna vez como tú, guapa. Mírate, pareces una muñeca, o una princesa.
—Gracias, eres muy amable y de personalidad alegre. ¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Melodía, niña preciosa, pero tú me puedes llamar Mel. Así me llaman los amigos y mis padres. ¿Y tú, cómo te llamas, niña?
—Mi nombre es Odette, un gusto, Mel. Gracias por considerarme tu amiga. Yo no tengo amigas, la verdad —dijo la pequeña haciendo una reverencia delicada y muy elegante. Se veía tierna a los ojos de Melodía.
—Oh, nunca nadie ha hecho una reverencia para mí. Sabes, no debiste arrojar tantas monedas a la bolsa; puedes tener problemas con tus padres y no quiero que eso pase.
**Melodía había visto a la chiquilla tirar muchas monedas; sabía que esto podría meterla en líos con sus padres.**
—Pero me gustó tu canción y mucha gente escuchó sin pagarte. Puedes estar tranquila, para mis padres es como quitarle una gota al mar, Mel. No debes preocuparte.
—¿¡Lo dices en serio, pequeña Odette...?!
—Claro, no le mentiría a mi primera amiga. Quería pedirte que vuelvas a tocar tu música para mí. Te he pagado bien, merezco al menos una canción más, ¿no crees? —decía la pequeña entre risas.
—Y yo tocaré complacida para mi nueva y exigente amiguita.
**Melodía comenzó de nuevo a tocar, pero algo más alegre para la niña, que a los segundos daba saltitos y comenzaba a bailar y a dar vueltas llenas de gracia y elegancia. Para la sorpresa de Melodía, era seguro que la pequeña era de buena familia; su vestimenta y porte la delataban. Lo más probable es que estuviera escapada, porque no creía que los padres le hubieran permitido salir y con tantas monedas encima, menos. Su canción ya había acabado.**
—Bueno, Mel, ya debo irme a casa. Si mi padre nota que huí de casa, el castigo me durará hasta que sea mayor —decía la pequeña guiñando un ojo y riendo.
—Pero sabes el camino. Si quieres, te puedo acompañar, pequeña. No me gustaría que te perdieras...
—No, tranquila, ya me sé el camino. Mi hermano ya me lo ha mostrado y lo he memorizado. Espero que los dioses me permitan volver a verte, amiga.
—Adiós, niña.
*Al despedirse de la niña, Melodía se dispuso a seguir tocando. Más personas comenzaron a acercarse a escuchar su música, y de a poco comenzaron a echar monedas a su bolsa de cuero.*
Después de un tiempo de caminata, entró a una pequeña cantina, llena de hombres tomando y jugando a la baraja. Se acercó a lo que supuso era el mesón donde atendían.
En el bullicio de la cantina, una sedienta Melodía pidió algo de agua para calmar su sed. Una señora de baja estatura y ya mayor se ofreció amablemente a ayudarla, pero su hijo, un hombre malencarado, se negó con brusquedad. La anciana le pidió que esperara mientras iba por el agua.
Mientras tanto, un hombre sentado junto a ella llamó su atención. No lo había notado antes, pero su presencia era difícil de ignorar: desprendía un fuerte olor a alcohol, estaba desparramado sobre el mesón y su piel clara contrastaba con el rubor en sus mejillas, producto del exceso de bebida. Su cabello rojizo, largo y desordenado, resaltaba aún más contra su tez pálida.
—Bah, ¿por qué no tomas algo mejor? Un ron, vino o, de plano, una cerveza de Guelder —dijo el desconocido con voz pastosa, alzando su vaso en un brindis imaginario.
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Editado: 18.03.2025