Ya había anochecido hacía algunas horas, por lo que Melodía sabía que su hermano no tardaría en llegar. No le había ido tan mal ese día, gracias también a esa niña que había dado mucho por escuchar un poco. Cabe destacar que era solo su primer día en Aldremir y sentía que los dioses la habían ayudado mucho. A este paso, podría ayudar a su hermana Melibea.
—Qué bueno que estás aquí, Mel. Siento haberte hecho esperar, pero en la taberna los campesinos estaban muy contentos con las cosechas. Hermana, te traje algo de cenar, debes estar hambrienta.
Bastián le entregó un paquete envuelto en tela, que al desenvolver encontró una pieza de pan, un pedazo de queso y algunos trozos de carne. Luego le dio una cantimplora con agua.**
—¡Bastián, gracias! Huele todo muy delicioso, hermano. ¿Pero tú has comido? Mira que no tengo problema alguno en compartir estos alimentos contigo.
—No seas tonta, ya me di una buena atascada en la taberna. Anda, Mel, después de comer te daré una pequeña y dulce sorpresa. Ven, siéntate a un lado de la fuente y come tranquila, luego iremos con los demás a dormir.
—Vale, está bueno todo. Gracias por la comida. Toma la bolsa del violín, allí están mis ganancias del día de hoy. Guárdalas tú, recuerda que soy demasiado distraída, además podría perderlas.
La verdad es que sí era muy distraída. Le daría todo a su hermano, pero para mañana guardaría algunas monedas para buscarle un doctor a Melibea.
—¡Melodía, en serio has conseguido dieciséis coronas hoy! Hermana, has tenido buena fortuna. Mira que ganar eso solo tocando tu violín en una tarde es de ocurrirle a pocos. Mel, a mí me han pagado diez coronas hoy, pero mañana la fortuna también me sonreirá, hermana —dijo el castaño con evidente entusiasmo.
—Muy bien dicho, vamos a dormir. Muero del agotamiento y esta noche siento que caeré como una roca.
—¿Pero tu sorpresa, Mel, ya no la quieres...?
—Obvio, me la das al llegar a las carretas. Es que tengo frío y sueño.
..........
En una vieja cabaña en ruinas, tres hombres discutían acaloradamente. La cabaña estaba llena de sombras y el olor a humedad impregnaba el aire. El líder, con el rostro enrojecido por la ira, levantó la voz, haciendo eco en las paredes de madera podrida.
—¡Esperaron mucho por esa chica! No quiero más retrasos, le he conseguido un buen comprador y no pienso quedarle mal a mi mejor cliente.
Uno de los hombres, que tenía una cicatriz en la mejilla y cuyas manos temblaban ligeramente mientras hablaba, trató de excusarse:
—Pero, señor, esa chica estaba en medio de muchas personas. No podíamos llevarla nada más así. Ya de por sí la esclavitud en Alkarya está casi abolida; lo más seguro es que los soldados nos habrían detenido.
El líder de los tres, furioso con aquel par, gritó:
—¡Par de inútiles! Esa es una chiquilla gitana sin apellidos ni dolientes. Es menos que una plebeya, estrato cero. Los gitanos son escoria. Uno más, uno menos, ¿qué?
..........
El príncipe Damián miró a su hermana menor, Odette, con una mezcla de preocupación y reproche mientras se sentaba a su lado. — Odette, ¿qué hacías afuera del palacio? Podrían haberte hecho algo. No ves que eres lo más importante, hermosa — le dijo con tono severo, aunque sus ojos revelaban el cariño que sentía por ella.
La pequeña princesa bajó la mirada, haciendo un mohín adorable. —Lo sé, pero es muy aburrido estar tan sola aquí. Tú me has contado cosas tan interesantes sobre los festivales de la ciudad… Solo quería verlo por mí misma — respondió con voz melancólica, como si intentara justificarse ante su hermano mayor.
Damián suspiró profundamente, pasándose una mano por el cabello. —Si, pulga, pero no puedes ir y venir así sin más. Pudiste haberme pedido que te llevara.
—Seamos honestos, Damián, me hubieras dicho que no — replicó Odette con una sonrisa traviesa. Luego, sus ojos se iluminaron al recordar algo —. ¡Hice una amiga! Es muy linda y toca el violín de una manera tan hermosa… Su música hace flotar los sentimientos — exclamó emocionada, levantándose de la cama para girar como si estuviera bailando al ritmo de aquella melodía imaginaria.
Con ojos suplicantes, la niña miró a su hermano. —Damián, es tan hermosa… ¿Me llevarías a verla mañana, por favor?
El príncipe frunció el ceño, intentando disimular la ternura que sentía al verla tan entusiasmada. Sin embargo, antes de responder, acarició suavemente la cabeza de Odette, como si quisiera grabar ese momento en su memoria. — Lo pensaré — respondió evasivo, tratando de calmar su insistencia. Luego añadió—, ahora ve a la cama, antes de que Rowena vea que no estás en tu habitación — el solo mencionar el nombre de la mujer hizo que su expresión se endureciera; Rowena nunca había sido de su agrado.
Odette, ajena a la tensión en el rostro de su hermano, se acercó a él con una sonrisa dulce. —Antes de irme, quiero decirte algo. A mí me gusta cómo eres. Ese maleficio que te han hecho solo te ha cambiado físicamente, pero para mí, tu alma y tu corazón siguen siendo los mismos. Y eso es lo verdaderamente importante, ¿no crees? —la pequeña extendió su mano para acariciar la mejilla de Damián con ternura —, además, esas orejitas y esa colita tan suave y esponjosa te hacen ver más tierno cuando jo rraes tu medallón.
Al contacto de su mano, Damián sintió un escalofrío que recorrió su espalda. Era extraño cómo algo tan simple podía hacerle sentir tan humano, tan conectado a su hermana. Por un momento, olvidó la rabia y la frustración que siempre lo acompañaban. —Gracias, pequeña aduladora. Ahora ve a dormir — dijo, bajándola de la cama con delicadeza.
Una vez solo, el príncipe se despojó de su ropa y calzado, quedándose en un pantalón negro y una camisa blanca desabotonada hasta la mitad del pecho, dejando entrever una cadena con una piedra de un enigmático color azul. Sus pensamientos lo llevaron de vuelta a aquel fatídico día, diez años atrás, cuando una maldición le arrebató parte de su humanidad. Aunque conservaba sus sentimientos y convicciones, sabía que algo dentro de él había cambiado para siempre.
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Editado: 26.04.2025