De Gitana A Princesa

5 La Promesa Del Listón

El olor a pan recién horneado llenó de inmediato las fosas nasales de Melodía, pues aquel exquisito aroma la tentaba a comprar una pieza de ese delicioso pan para ella y Bastián.

—Melodía, sé en lo que estás pensando, hermana. Yo también tengo lo mismo en mente.

—Pues vamos, hermanito, ¿a qué esperas? Que el pan se acabe. El que llegue al último paga.

Se echó a correr en dirección a la panadería, sin mirar atrás y esquivando a algunas personas que se metían en su camino. Solo le faltaba cruzar una esquina más para llegar, pero no vio a alguien que se interpuso en su camino y, por tal impacto, cayó de sentón en la empedrada calle. No quiso quejarse, pero de verdad, le dolió esa caída.

—¡Vaya, vaya, miren a quién tenemos acá! Si no me equivoco, es la señorita belicosa. ¿Te volviste a meter en líos, cariño?

Esa voz, esa ronca, pero irritante voz burlona, ya la conocía bien. Era aquel chico de la cantina. "Oh, por los dioses, ¿qué mal habré hecho para toparme con ese imbécil de nuevo?" pensó.

El chico miraba a la muchacha sentada en el suelo.

—¿Y...? ¿Te comieron la lengua los ratones?

—No estoy metida en ningún problema y, en segundo lugar, fuiste tú quien formó jaleo aquella vez. Yo solo me defendía de gañanes manos largas como tú, mañoso.

Aquel tonto, ni sobrio, era medianamente educado.*

—Aparte de conflictiva, me sales cínica, gitanilla. Eres todo un estuche de sorpresas, preciosa. Ven, te ayudo a levantarte.

Se inclinó ofreciendo su mano a la altiva gitana para que se levantara del suelo. La chica lo miraba dubitativa, pero aún así aceptó su ayuda para ponerse en pie nuevamente.

Aquel joven se ofreció a ayudarla y ella aceptó, tomando la mano que él le ofrecía como apoyo para levantarse. Se sintió algo tonta, pues ya tenía mucho rato sentada en el suelo.

—Gracias.

Soltó de inmediato su mano. No había por qué alargar más el roce entre ellos.

—Y dime, niña, si no estás huyendo de nadie, ¿por qué andabas correteando como un cervatillo asustado? La gente normal suele caminar para ir por el pan.

Comentó el pelirrojo con un tono burlesco de voz, dejando a un lado la hostilidad de su primer encuentro en el pasado.

—No eres gracioso. ¿Se supone que debo reírme? Yo voy a comprar el pan como a mí se me antoje: corriendo, dando brincos o a gatas. Eso no es tu asunto y no me llamo niña, ni gitanilla, ni pequeña belicosa. Soy Melodía, ¿oíste bien? ¡MELODÍA! —soltó exasperada ante la actitud del joven de llamativos ojos turquesas.

—Muy armonioso tu nombre, Melodía, aunque no contrasta con tu falta de equilibrio y coordinación al andar por ahí llevándote a quien sea en el camino...

Damián no pudo evitar reír ante la expresión indignada de Melodía, lo que hizo que ella se enfadara aún más.

—Hermana, ya llegué. Me entretuve un poco, pero ya llegué y, bueno, por lo visto, me toca pagar el pan, ¿verdad, Mel? —dijo Bastián fatigado por la carrera que había dado.

Al percatarse de la presencia del muchacho junto a la gitana, decidió marcharse. Ya había tenido su dosis de diversión fastidiando a la muchacha y tenía cosas más importantes que hacer.

—Sí, claro. Además, tampoco tengo cómo pagar. Todo el dinero te lo entregué anoche, así que sí o sí no tienes muchas opciones. Después de todo, debes pagar tú, Bastián.

Melodía miró otra vez y aquel muchacho había aprovechado su distracción para retirarse. Aunque esto último lo agradeció internamente, pues Bastián era muy protector y, de seguro, si la veía con aquel muchacho, no dudaría en hacer preguntas.

Entraron al recinto con gusto, pues aquel olor a pan era verdaderamente una delicia. La panadería estaba llena de actividad, con gente entrando y saliendo, y el calor de los hornos llenaba el aire con un acogedor aroma a pan recién horneado. Bastián dividió aquella pieza de pan en dos y comenzaron a comer gustosos ese manjar.

—Está rico, Mel. Las manos de ese panadero están bendecidas, hermana. ¿No lo crees así? —dijo Bastián, dándole una mordida al delicioso pan.

—Estoy de acuerdo contigo, hermano. Sus manos están benditas. Es el pan más rico que he probado —dijo también dándole una mordida.

—Mel, ¿quién es aquel chico que estaba contigo antes de que yo llegara?

—¿A quién te refieres, Bastián? Al chico frente a mí me estaba preguntando por una dirección, aunque le dije que no conozco este lugar. Luego se fue, supongo.

Melodía sentía un nudo en el estómago al mentirle a su hermano, pero no podía arriesgarse a perder la oportunidad de volver a la ciudad. No sabía si su hermano le creyó o no, pero debía ser lo más natural. Bastián no debía saber que fue a aquella cantina, de seguro no le permitirían volver a la ciudad. Bastante le costó convencer a sus padres para que le permitieran ir y ese chico podría arruinar su oportunidad.

—Vale, está bien. Mira lo que te quiero mostrar. Me lo dieron unos campesinos, ya los había visto ayer en la taberna.

Lo que Bastián le mostró era un pergamino, algo doblado por haber estado en su bolsillo mientras corría. Aquel pergamino era una invitación para una fiesta en la taberna donde los gitanos se presentaban. Allí era donde Bastián y el resto de su aldea estaban haciendo sus actuaciones. Melodía se quedó un momento pensando en si podría asistir a la taberna. Bastián no quería que ella estuviera en ese lugar, aunque por otro lado no quería que se molestara con ella por seguir insistiendo.

—Mel, hoy será la última noche en Aldremir. Mañana partiremos a casa. Quiero que asistas esta noche a la taberna. Vendrán muchos a celebrar, y muchos nobles también, hermana. Eso es mucha plata. Hoy vendré por ti más temprano.

Melodía se dispuso a ir de nuevo a la plaza donde tocaba su violín. Para ella, la música era más que un trabajo; era su escape. Deleitar a las personas con notas que salían de su alma era como abrir su corazón, sin temor ni pudor frente a las personas.




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