De Gitana A Princesa

11 Revelación.

Bastián no cabía en su asombro, de un momento a otro enterarse que sus padres, no eran quienes decían ser que, sus nombres reales no eran los que él conocía y que no eran gitanos, "oh bueno no gitanos del todo". Y es que esta revelación no era fácil de tragar, sus vidas eran una mentira, una ilusión eso era lo que el joven gitano pensaba.

—¿Hijo estás bien? —preguntaba su madre algo nerviosa, al ver cómo el muchacho quedaba inmóvil y en completo silencio.

—¿Eres un hada madre? —preguntaba este en tono apenas audible aún asi ella alcanzó a oír y movió su cabeza en forma afirmativa; las palabras en ese momento no podían salir.

—Si — respondió con su voz apenas audible.

—Melodía y Melibea, ellas también ¿Son hadas? —inquirió este para reafirmar, lo que ya sospechaba.

—Si, Bastián tus hermanas son hadas aunque en desarrollo, su magia se manifiesta, pero si ellas no han tenido adiestramiento, está puede ser involuntaria o no mostrarse en teoría son humanas hasta su despertar. —explicaba Lluvia, tomando asiento.

—¿Con la magia Melodía podría ser encontrada? —cuestionó Bastián esperanzado que la respuesta de su madre fuese un si.

—Si podría pero no es tan fácil...

—¿Por qué lo dices?

—Porque tu hermana no tiene la más remota idea de lo que es Bastián, al no tener conocimiento, es como un humano normal quizás tenga momentos, pero es posible que no los note.

—¿Pero tú si podrías hacerlo?, ¿podrías usar tu magia y saber dónde está Mel? —dijo este algo exaltado, ante la ilusión de ver a su hermana sana y salva en casa.

Gastón no había mencionado palabra en todo este tiempo, pero ante la idea de Lluvia usar magia, para encontrar a su hija, había más contras que pros, él no quería arriesgar a su familia. —Si tu madre usa su magia alguien muy peligroso podría encontrarla, ese alguien fué la razón por la que tu madre y yo huimos Bastián.

—¡¿No ayudaremos a mi hermana, por miedo a ser descubiertos?! —dijo este algo molesto por la objeción, de su padre.

—No, es tan fácil Bastián tu, madre y tus hermanas son mi vida pero, no quiero arriesgar a más gente.

—¡Es mi hermana maldita sea y tú eras un maldito militar, es difícil de creer ésto! —escupió este perdiendo los estribos ante la frustración.

—¡Ya basta Bastián! No faltes el respeto a tu padre, no es un acto de cobardía el querer oponerse a que yo use mi magia. Ya había decidido usarla para buscar a mi hija, aunque tu padre se oponga, aún así lo haré en el momento indicado también le haré saber a Melibea lo que ella en verdad es y así estará lista si llega a pasar algo.

Luego de decir aquella Gastón le miraba atónito a esa decisión, esmeralda y ebano tenian un duelo de miradas hasta que el gitano salió de la cabaña notablemente molesto.

Lluvia suspiró cansada entendía a su compañero, sabía que era peligroso usar magia esa podría ser la forma de delatarse, pero nada de eso era realmente importante ella solo quería a su niña de vuelta

Gastón la observó en silencio, sus ojos oscuros reflejaban un conflicto interno profundo. Él entendía su determinación, pero también veía el peligro que implicaba seguir ese camino. Finalmente, sin más palabras, salió de la cabaña. La puerta se cerró tras de él con un ruido sordo, un eco que resonó en el espacio como un recordatorio de la tensión que ahora los separaba.

La cabaña quedó en silencio. Lluvia permaneció inmóvil, mirando hacia la puerta cerrada, mientras sus pensamientos se arremolinaban como un torrente incontenible. Sus ojos esmeralda, habitualmente llenos de calidez, ahora parecían perderse en una mezcla de miedo y resolución. Sabía lo que debía hacer, aunque su decisión la apartara de Gastón. Nada, absolutamente nada, era más importante que su hija.

—Volverás a casa, Melodía. —murmuró finalmente, como una promesa que el viento llevó consigo hacia la noche oscura.

..........

El sol de la mañana se filtraba entre las cortinas de terciopelo granate de la alcoba real, proyectando rayos dorados que se colaron sobre los restos de un sueño inquieto. El aire aún llevaba el rastro de humo lejano del incendio en la taberna, mezclado con el olor a cera de velas derretidas y madera pulida de los muebles en la pared, una mancha de hollín recordaba la noche del fuego, como una sombra que se negaba a desvanecerse.

Damián se revolvió entre las sábanas de seda arrugadas, cuyos pliegues guardaban el calor de su agitación. La imagen de la chica del antifaz de mariposa volvía a él: el verde intenso de sus ojos, como musgo brillante bajo el sol, y aquellos rizos negros que caían como cascadas de ébano. Cerró los puños, sintiendo la textura resbalosa de la colcha de seda bajo sus dedos, mientras un soplo de aire fresco traía el fantasma de su aroma. —Flores de jazmin, dulce y efímero— que se le había adherido a la memoria.

—Maldición esa chica de ojos verdes no sale de mi cabeza, pareces imbécil estar así por una chica desconocida, tú no eres así y menos por una mujer —se quejaba—, ya deja de pensar en ella concéntrate en lo verdaderamente importante Damián —se tomó los cabellos pelirrojos, revueltos como brasas apagadas, y se incorporó con un crujido de la armadura de madera de la cama.

Fue entonces cuando la puerta chirrió, lenta, y el sonido de pasos ligeros, casi un susurro de pies descalzos sobre la alfombra, precedió a Odette. La niña entró con una canasta entre las manos, de la que escapaba el olor dulzón y terroso de los arándanos recién cosechados. Sus mejillas, sonrosadas por la carrera, contrastaban con el vestido blanco bordado de hilos de oro, y el listón rosa que antes sujetaba su cabello dorado colgaba ahora suelto, rozándole el hombro.

—¿Quién no sale de tu cabeza, Damian? —preguntó, con una vocecilla que sonó a campanillas entre el silencio.

El príncipe entrecerró los ojos, notando el brillo travieso en la mirada de su hermana. La luz jugaba con los destellos de su cabello, pero Damián solo veía oscuridad: la noche de la taberna, el brillo de las llamas reflejado en el antifaz, la forma en que la chica se había movido entre las sombras, ajena al desastre, como si fuera parte de él.




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