De Gitana A Princesa

15 La Rapsodia De Melodia

La luz de la mañana se filtraba por los altos ventanales del despacho del duque Eriol, iluminando el polvo que flotaba en el aire como diminutas partículas de oro. Sentado tras su escritorio, el aristócrata revisaba unos papeles con gesto pensativo, sus dedos largos y finos deslizándose por el borde de los pergaminos. Había estado ausente del ducado durante algunas semanas, pero ahora que había regresado, su mente no podía evitar divagar hacia cierta joven que había traído consigo.

—¿Cómo se ha portado nuestra gitanilla, Sebastián? —preguntó Eriol sin levantar la vista, su voz cargada de curiosidad contenida.

El mayordomo, un hombre alto y delgado cuyas arrugas parecían trazar un mapa de secretos y años de servicio, permanecía junto a la puerta con las manos cruzadas sobre el abdomen. Su postura era impecable, pero en sus ojos brillaba un destello de sorpresa al recordar a la muchacha.

—La jovencita se ha comportado bien, no me ha generado ningún inconveniente —respondió Sebastián, acariciando su barbilla con aire reflexivo—, desde que su excelencia le dio autorización para entrar a la biblioteca, allí es donde suele estar, o en su habitación leyendo. Para mí fue una sorpresa ver que esa joven supiera leer. Sobretodo que le gustase la lectura… eso no es lo usual entre los grotescos e irreverentes gitanos. Todos son un montón de brutos, inadaptados. No sé cómo los tolera el rey Daríus, después del ataque a la reina Marion yo les habría exterminado. Pero debo admitir que Melodía resultó ser una rosa en medio de tantas malas hierbas, su excelencia.

Eriol dejó caer lentamente los documentos sobre el escritorio, sus ojos grisáceos oscureciéndose mientras procesaba la información. Recordó cómo había permitido que la chica entrara a la biblioteca, aunque ahora le parecía extraño que alguien como ella, una plebeya gitana, tuviera acceso a conocimientos reservados para los nobles. Sin embargo, algo en su interior no cuadraba. La imagen de Melodía vestida con los elegantes atuendos que él mismo había seleccionado para ella cruzó su mente; su porte distinguido, casi aristocrático, le hacía dudar de su origen. Incluso había momentos en los que veía en ella un reflejo difuso de Rosella. ¿Sería posible que Melodía fuera descendiente de algún noble sobreviviente de Azrrahen?

"¿Qué leerá esa gitanilla?" se preguntó para sí, intrigado. Finalmente, rompió el silencio con una orden directa:
—Sebastián, me gustaría saber exactamente qué tipo de lectura busca Melodía.

El mayordomo inclinó la cabeza con respeto, pero en su mirada se percibía un brillo de complicidad. Conocía demasiado bien a su señor como para ignorar que la curiosidad lo carcomía por dentro. Y, para ser sincero, él también sentía una profunda inquietud ante el misterio que rodeaba a aquella joven.

—Iré a averiguarlo, señor. Tan pronto tenga la respuesta, hablaré con Louis y se la haré saber —dijo Sebastián, girándose para marcharse. Sin embargo, antes de llegar a la puerta, la voz de Eriol lo detuvo.

—Sebastián —llamó el duque, entrelazando los dedos bajo su barbilla—, necesito que envíes una misiva a la mansión de Aldremir. En unos días nuestro príncipe cumplirá años, y yo como buen tío debo ir a festejar a mi "querido sobrino" —una sonrisa sardónica se dibujó en sus labios mientras apoyaba los brazos sobre el escritorio, formando garras con las manos— no todos los días se celebra algo tan importante como el inicio de la vida adulta de nuestro futuro rey.

El mayordomo se volvió hacia él, sabiendo perfectamente lo que implicaban esas palabras. Eriol no era precisamente conocido por su afecto hacia la familia real, y menos hacia su sobrino Damián. Sin embargo, decidió abordar otro tema que rondaba en su mente.

—Amo Eriol, ¿llevará a la muchacha con usted a Aldremir? —preguntó Sebastián, midiendo cuidadosamente cada palabra.

Eriol se levantó de su asiento con un movimiento fluido, caminando hacia la estantería que cubría una de las paredes del despacho. Sus dedos recorrieron los lomos de los libros hasta detenerse en uno en particular, el cual extrajo con delicadeza.

—Lo he estado pensando, Sebastián. Mi idea es hacer de Melodía mi esposa, y si ella debe ser instruida como tal, necesita aprender todo lo que implica ser una noble. Además, no sé cuánto tiempo estaré en Aldremir —explicó, regresando al escritorio con el libro en mano. Lo colocó sobre la superficie con un golpe seco, como si quisiera subrayar la importancia de sus palabras.

—Estimo que solo será el baile del príncipe Damián, ¿no? —comentó el mayordomo, frunciendo el ceño—, al menos eso es lo que tengo entendido.

Eriol soltó una carcajada estruendosa, como si acabara de escuchar el chiste más gracioso del mundo. Luego, recuperando la compostura, clavó sus ojos en Sebastián.

—Ah, viejo amigo, tú llevas mucho tiempo sin estar en las murallas del palacio. El consejo de ancianos y el parlamento tienen a mi primo Darius presionado para que Damián asuma el trono cuanto antes. Pero ese mocoso insolente no muestra interés alguno en la corona. Cada vez que se le permite asistir a una reunión, simplemente declina. Darius ha perdido el control de su vástago.

—¿Y el príncipe no está interesado? —preguntó Sebastián, desconcertado. Era difícil imaginar a alguien rechazando el destino que le había sido asignado desde su nacimiento.

—No, viejo amigo. Si dependiera de él, Damián pasaría sus días vagando sin rumbo ni responsabilidades. Pero el tiempo se agota. El amuleto de Hirios, sea réplica o reliquia genuina, no durará para siempre. Tarde o temprano, el sello se perderá, y si no se purifica, será inservible. Darius sabe que necesita actuar rápido, pero el consejo y el parlamento están divididos —Eriol hizo una pausa, su expresión tornándose sombría—, Alkarya necesita un nuevo orden. Y quién mejor para liderar ese cambio que yo, el siguiente en la línea de la familia real después del rey y sus hijos.




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