De Gitana A Princesa

16 Otra Vez Tú.

El carruaje se detuvo frente a una majestuosa mansión que emergía imponente en medio de un paisaje verde y exuberante. La estructura era impresionante, con columnas blancas que destacaban contra el cielo azul claro y ventanas altas que reflejaban la luz del sol. En el centro del jardín, una fuente elaborada lanzaba chorros de agua que brillaban como diamantes bajo los rayos dorados. Sin embargo, algo faltaba: no había ni una sola flor en todo el lugar. El verdor dominaba, pero la ausencia de colores vivos otorgaba al entorno una sensación fría, casi estéril, que Melodía percibió inmediatamente.

Aunque el lugar era hermoso, su grandeza quedaba empequeñecida en comparación con Miraz, la residencia del duque Eriol. Ambas propiedades compartían una peculiaridad: ningún jardín estaba adornado con flores. Era extraño, pensó Melodía mientras bajaba del carruaje, como si esos espacios hubieran sido deliberadamente privados de vida.

—Melodía, quiero que te portes a la altura —advirtió Eriol con tono severo, girando hacia ella apenas sus pies tocaron el suelo. Sus ojos grises destellaban con una mezcla de autoridad y amenaza—. No toleraré ningún intento de escape ni otra travesura. ¿Entendido?

Melodía sintió cómo cada palabra caía sobre ella como un peso invisible, aplastándole el pecho. Los sirvientes del duque ya le habían advertido sobre su crueldad, pero ahora, enfrentándose directamente a él, comprendió que las historias apenas rozaban la superficie de su verdadera naturaleza. Su mente voló hacia Bastián, su hermano menor. ¿Estaría a salvo en la aldea con sus padres? O, peor aún, ¿habría pagado por sus actos? El solo pensamiento hizo que su corazón latiera desbocado, bombeando miedo y culpa por todo su cuerpo.

Las manos de Eriol se movieron de repente, sujetando su barbilla con firmeza para obligarla a mirarlo. El contacto fue brusco, insistente, y aunque Melodía intentó evitarlo, sus ojos terminaron encontrándose con los de él. Fríos, calculadores, implacables. El agarre se intensificó hasta convertirse en dolor, y un gemido escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo.

—Me está lastimando, excelencia —susurró, tratando de ocultar el temblor en su voz. Pero Eriol no aflojó. Por el contrario, acercó su rostro al de ella y, sin previo aviso, reclamó sus labios en un beso áspero y corto que dejó un sabor amargo en la boca de Melodía. La repulsión invadió cada fibra de su ser, pero sabía que no podía reaccionar. No todavía. Tenía que esperar el momento adecuado, aguardar pacientemente hasta que Eriol bajara la guardia.

Cuando finalmente retrocedió, Melodía sintió una mezcla de ira y vulnerabilidad bullendo dentro de ella. Sus ojos verdes, normalmente llenos de determinación, brillaban con un atisbo de desafío mientras sostenía la mirada del duque.

—Tienes prohibido decir que eres mi esclava, ¿entendido? —murmuró él, su voz cargada de amenaza mientras mantenía su rostro cerca del de ella.

Por un instante, el miedo dio paso a una chispa de valentía. ¿Valentía o locura? Melodía no lo sabía, pero las palabras brotaron de sus labios antes de que pudiera detenerlas.

—¿Y si digo algo qué pasará?

La sonrisa de Eriol se ensanchó, pero no había calidez en ella. Solo crueldad. Apretó aún más su agarre, arrancándole otro quejido de dolor, y acercó su boca al oído de Melodía.

—No querrás saberlo, preciosa —ronroneó, su aliento helado contra su piel—. Además, esa piel tersa que tienes se vería muy mal con las cicatrices de un látigo, Melodía. ¿No crees?

Al soltarla, lo hizo con un gesto brusco, como si fuera un objeto molesto que ya no necesitaba. Melodía se alejó unos pasos, su respiración rápida y superficial, tratando de mantener la compostura mientras el eco de sus palabras resonaba en su mente.

Ambos entraron en la mansión, donde una anciana regordeta y de baja estatura los esperaba junto a dos mujeres y un hombre. La anciana llevaba un vestido sencillo pero limpio, y sus ojos pequeños y astutos recorrieron rápidamente a Melodía de arriba abajo. Algo en la muchacha llamó su atención, y sus ojos se abrieron con sorpresa cuando notó el asombroso parecido entre ella y alguien del pasado.

—Buenos días, excelencia —saludaron todos al unísono, inclinándose respetuosamente ante Eriol.

—Tal como lo ordenó, todo está listo para su estadía, amo Eriol. Bienvenido —dijo la anciana, adelantándose unos pasos. Su voz era cálida, pero había un matiz de curiosidad en la forma en que observaba a Melodía.

—Gracias, Madeline. Por favor, lleven a mi acompañante a su alcoba —ordenó Eriol, señalando a Melodía con un gesto indiferente.

Madeline hizo una seña a una de las mujeres, quien se acercó de inmediato.

—Lea, lleva a la jovencita a su alcoba. Debe estar cansada por el trayecto desde Azair —indicó la anciana.

La doncella hizo una reverencia y luego se dirigió a Melodía con una sonrisa amable.

—Por aquí, señorita —dijo, invitándola a seguirla.

Melodía asintió en silencio y caminó detrás de la joven, sintiendo que cada paso la alejaba un poco más de la presencia opresiva de Eriol. Mientras subía las escaleras, su mente trabajaba a toda prisa, buscando formas de escapar. No importaba cuánto tiempo tuviera que esperar; encontraría una oportunidad y la aprovecharía.

En el vestíbulo, Madeline se acercó a Eriol, entregándole un sobre sellado.

—El pedido está listo, amo Eriol —anunció, orgullosa de haber cumplido tan rápido con su encargo.

Eriol tomó el sobre con satisfacción evidente.

—Magnífico, Madeline. No pensé tener respuesta tan pronto.

La anciana vaciló un momento antes de hablar nuevamente, consciente del riesgo que implicaba mencionar ciertos temas.

—Señor, no quiero parecer indiscreta, pero me parece impresionante el parecido de esa jovencita con la difunta ama Rosella.

Un destello oscuro cruzó los ojos de Eriol, pero no dijo nada. En cambio, se limitó a asentir brevemente.




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