Realmente era muy distinta a la chica que conoció, está era todo lo contrario a la gitanilla rebelde que él vió en aquella cantina y, en las calles de Aldremir correteando por un poco de pan como un ciervo asustado huyendo de su cazador.
—¿Qué ocurre su alteza? ¿Acaso le han comido la lengua los ratones? —preguntaba sarcástica riéndome de él, aunque por dentro estaba muy sorprendida, no podía ocultarlo también estaba demasiado asustada. Le di dos bofetadas a un principe «me van a echar a la horca la guardia real por cachetear a ese real dolor de muelas», aunque lo merezca quién tenía las de perder era yo, no su alteza además siendo yo gitana, la familia real odia a los gitanos «dioses ya podía sentir la soga rodear mi cuello, Melodia te metes en cada lío uno más grande que el otro».
—Señorita Melodía ¿Por qué tan callada? se ve algo pálida. —Dijo el principe de manera socarrona a ver si la jovencita aún sabiendo que era un principe, seguiría igual de altanera y sin temor a su jerarquía.
—Estoy bien. —Digo con altivez.
—Damián ¿Dónde están tus modales? Invita a la señorita Melodía a bailar. —Pedía la pequeña Odette emocionada de ver, tan pronto a su nueva amiga.
El joven de ojos aguamarina se acercó a mi, haciendo una reverencia, no entendía el repentino cambio de humor.
—Señorita Melodía me concedería está pieza. —Dijo el pelirrojo sin abandonar su sonrisa de superioridad, era divertido ver a la altiva gitana comportándose como una dócil señorita afable, aunque era más divertido cuando era ella misma y no trataba de ser como una noble más del montón.
Acepté pero en cuanto aquel joven quiso llevarme al salón a bailar, recordé las palabras de Eriol y su advertencia de no acercarme a ese lugar y solté su mano para regresar a la fuente dónde estaba y de dónde no podía moverme.
No entendía nada, después de haber aceptado bailar con él esa chica se soltó de su mano para volver a la fuente estaba siendo amable se preguntaba ¿Por qué su rechazo? Fue de vuelta con la pelinegra pero ahora era su hermana Odette quien se adelantó a sus preguntas.
—¿Qué sucede señorita ya no quiere bailar con mi hermano? —preguntó la pequeña rubia, haciendo un puchero de lo más tierno.
—No, no princesa es solo que no se andar muy bien con estos zapatos y me molestan un poco. —En parte lo que había dicho era verdad; estás cosas me estaban torturando mis pobres pies.
—Le traeré algo de tomar señorita Damián quédate ahí no te muevas, cuando regrese quiero que me cuenten, ¿cómo es que se conocieron ustedes dos? —pedía Odette señalando a los dos jóvenes.
Odette era una niña encantadora, no entendía como un ser tan dulce era familia de aquel grosero.
—Claro su alteza como usted diga —reía el principe con irónia, para luego volver junto a la joven sentada en la fuente. En cuanto la niña se marchó Damián centró su atención en la muchacha, sabía que estaba ocultando algo—. Muy bien pequeña mentirosa, me dirás ¿Qué haces aquí y porqué no quieres entrar al salón...? —arguyó Damián sin rodeos.
Miraba de reojo al muchacho frente a mi, que no me quitaba los ojos de encima, esos ojos aguamarina que me incitaban a no dejar de mirarlos, «ese príncipe anda muy preguntón y como dice mi hermano di parte de la verdad y se lo más natural posible» suspiré esperando que no hiciera más preguntas después de decirle las cosas —mi señor me mandó a este lugar y me dió orden de no moverme. —Dije con simpleza esperaba que con eso bastara, para finalizar el interrogatorio de su alteza.
—¿Quién es tu señor? —preguntaba el futuro rey poniendo un dedo en su barbilla interesado en el tema.
Grave error ese chico, era insistente y pues opté otra vez por la verdad a medias — alteza mi señor, es el duque de Azair, soy su sierva. —Ya no podía sostenerle la mirada, si seguía así le terminaría contando todo y la idea era tentadora, quizás ese muchacho me devolvería mi libertad, era el principe, su poder estaba por encima de Eriol aunque de nuevo sus amenazas, retumbaban en mi mente. Haciéndome retractar de mi idea de hablar.
Al final esa gitana había sido víctima del enfermo de Eriol, pensaba que esa joven escaparía pero no fue así, esa chica despertó un sentimiento desconocido en él. No sabía si era lastima, o empatia, aún así algo si estaba claro en todo esto y era que debía liberarla detestaba el hecho de que aquel maldito de Eriol y él tuviésen parentesco sanguíneo; esa chica aún era una niña, pero ya sabia que era típico de Eriol aprovecharse de los más indefensos y en Alkarya los gitanos eran los más vulnerables a este tipo situación.
—Señorita ¿Me concede está pieza, aquí mismo...? —preguntaba extendiendo de nuevo la mano, esperando una respuesta de la muchacha.
Me sorprendió su insistencia, dubitativa acepté de nuevo su mano, nunca había bailado un vals «si mi hermana Melibea me estuviese viendo diría que esto es tan romántico», una vez más caí en ese hechizo de ese par de gemas de aguamarina y es que como no hacerlo, eran hipnotizantes, sentía mis mejillas arder ¿Qué me pasa? Me cuestionaba urgida de una respuesta ante tantas cosas que no reconocía.
Era mucho más baja de estatura que él, sus movimientos eran torpes, en cada giró esos caireles negros como la noche danzaban al compás de sus movimientos, sus mejillas sonrojadas se notaban a pesar de su piel canela clara. Aunque lo que le tenía cautivo a esa chiquilla eran ese par de esmeraldas que hacían juego perfecto con esas pestañas largas y rizadas.
—L-o siento... No era mi intención pisarlo su alteza...
Para el principe de rojizo cabello fue inevitable no reírse a carcajadas, «joder esa chica no dejaba de sorprenderme, de altanera y fierecilla, a una sumisa cervatilla». Era interesante, pero le gustaba más cuando era altanera y belicosa, sin caretas, ni segundas intenciones solo ella y nada más que su volátil temperamento —no te preocupes, que no me ha pasado nada, más dolieron tus palmas en mis mejillas y...
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Editado: 22.01.2024