De Gitana A Princesa

17 Esmeralda Y Aguamarina.

Realmente era muy distinta a la chica que había conocido. Esta Melodía era todo lo contrario a la gitanilla rebelde que había visto en aquella cantina, o en las calles de Aldremir correteando como un ciervo asustado huyendo de su cazador. Ahora, frente a él, estaba una joven ataviada con un vestido de seda que brillaba bajo la luz de las dos lunas, sus manos cubiertas por largos guantes blancos y joyas que deslumbraban incluso en la penumbra del jardín. Su cabello negro caía en delicados rizos sobre sus hombros, enmarcando un rostro que parecía tallado en mármol: piel canela clara, labios finos y unos ojos verdes que aún conservaban ese brillo desafiante que tanto lo había intrigado aquella noche.

Pero no todo era igual. La altivez que recordaba se mezclaba ahora con una cautela casi palpable, como si estuviera caminando sobre brasas encendidas. Melodía parecía fuera de lugar en aquel mundo de opulencia, como si llevara una máscara que no terminaba de ajustarse a su verdadera esencia. Aun así, Damián no podía apartar los ojos de ella. Había algo hipnótico en su presencia, algo que iba más allá de su apariencia actual. Era fascinante ver cómo esa chispa de rebeldía seguía viva bajo capas de seda y formalidad.

—¿Qué ocurre, su alteza? ¿Acaso le han comido la lengua los ratones? —preguntó Melodía sarcásticamente, riendo por fuera aunque por dentro estaba muy sorprendida. No podía creer que el mismo hombre al que había abofeteado sin piedad estuviera ahora frente a ella, luciendo como un príncipe de cuento de hadas. «Me van a echar a la horca la guardia real por cachetear a ese real dolor de muelas», pensó con amargura. Aunque lo merecía, quién tenía las de perder era ella, no su alteza. Además, siendo ella gitana, la familia real odiaba a los gitanos. «Dioses, ya puedo sentir la soga rodear mi cuello. Melodía, te metes en cada lío, uno más grande que el otro».

El príncipe arqueó una ceja, divertido por su comentario. Estaba claro que la muchacha no había perdido su carácter agudo, incluso en un lugar como este. Era refrescante, especialmente comparado con las mujeres refinadas que solían rodearlo, siempre midiendo sus palabras y movimientos para no ofender a nadie.

—Señorita Melodía, ¿por qué tan callada? Se ve algo pálida —dijo Damián con un tono socarrón, evaluándola con la mirada. Quería ver si, ahora sabiendo que era un príncipe, seguiría mostrándose tan altanera y sin temor a su jerarquía.

—Estoy bien —respondió Melodía con altivez, aunque su voz tembló apenas un instante. Bajó la vista, evitando encontrarse con esos ojos turquesa que parecían leerla como un libro abierto.

La pequeña Odette, quien había estado observando la interacción con curiosidad, decidió intervenir antes de que la tensión entre ellos aumentara.

—Damián, ¿dónde están tus modales? Invita a la señorita Melodía a bailar —pidió la niña, emocionada de ver tan pronto a su nueva amiga.

El príncipe sonrió con ironía, haciendo una reverencia exagerada mientras extendía su mano hacia Melodía. No entendía del todo el repentino cambio de humor de la muchacha, pero no podía negar que era fascinante. Había algo en ella que lo atraía, algo que no podía explicar.

—Señorita Melodía, ¿me concedería esta pieza? —dijo Damián sin abandonar su sonrisa de superioridad. Era divertido ver a la altiva gitana comportándose como una dócil señorita afable, aunque era mucho más interesante cuando era ella misma y no trataba de ser como una noble más del montón.

Melodía aceptó, pero en cuanto aquel joven quiso llevarla al salón a bailar, recordó las palabras de Eriol y su advertencia de no acercarse a ese lugar. Soltó su mano abruptamente y regresó a la fuente donde estaba, el lugar del que no podía moverse.

No entendía nada. Después de haber aceptado bailar con él, esa chica se soltó de su mano para volver a la fuente. Estaba siendo amable, ¿por qué su rechazo? Fue de vuelta con la pelinegra, pero ahora era su hermana Odette quien se adelantó a sus preguntas.

—¿Qué sucede, señorita? ¿Ya no quiere bailar con mi hermano? —preguntó la pequeña rubia, haciendo un puchero de lo más tierno.

—No, no, princesa. Es solo que no sé andar muy bien con estos zapatos y me molestan un poco —respondió Melodía, y en parte lo que había dicho era verdad. Esas cosas le estaban torturando los pies.

—Le traeré algo de tomar, señorita. Damián, quédate ahí, no te muevas. Cuando regrese, quiero que me cuenten cómo es que se conocieron ustedes dos —pidió Odette señalando a los dos jóvenes antes de marcharse.

Odette era una niña encantadora. No entendía cómo un ser tan dulce era familia de aquel grosero.

—Claro, su alteza, como usted diga —rió el príncipe con ironía, para luego volver junto a la joven sentada en la fuente. En cuanto la niña se marchó, Damián centró su atención en la muchacha. Sabía que estaba ocultando algo.

—Muy bien, pequeña mentirosa, me dirás: ¿qué haces aquí y por qué no quieres entrar al salón? —arguyó Damián sin rodeos.

Melodía miraba de reojo al muchacho frente a ella, que no le quitaba los ojos de encima. Esos ojos aguamarina que la incitaban a no dejar de mirarlos. «Ese príncipe anda muy preguntón», pensó. Siguiendo el consejo de su hermano, decidió decir parte de la verdad y ser lo más natural posible. Suspiró, esperando que no hiciera más preguntas después de responder.

—Mi señor me mandó a este lugar y me dio orden de no moverme —dijo Melodía con simpleza, esperando que eso bastara para finalizar el interrogatorio de su alteza.

—¿Quién es tu señor? —preguntó el futuro rey, poniendo un dedo en su barbilla, interesado en el tema.

Fue un grave error. Ese chico era insistente, y Melodía optó nuevamente por la verdad a medias.

—Alteza, mi señor es el duque de Azair. Soy su sierva —respondió, ya incapaz de sostenerle la mirada. Si seguía así, terminaría contándole todo. La idea era tentadora: quizás ese muchacho le devolvería su libertad. Era el príncipe, su poder estaba por encima de Eriol. Pero las amenazas del duque retumbaban en su mente, haciéndola retractarse de su idea de hablar.




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