La mirada fría e inexpresiva de Eriol era suficiente para helar la sangre de cualquiera. Melodía sentía cómo su cuerpo se tensaba ante su sola presencia. Muchas personas le habían advertido sobre los "correctivos" del duque, y ahora estaba segura de que bailar con el príncipe había sido una pésima idea. Sin pensarlo dos veces, se alejó de inmediato del joven, dando un paso atrás mientras intentaba disimular su temor. Su corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de su pecho.
El príncipe Damián arqueó las cejas, confundido por la reacción repentina de la muchacha. No entendía por qué Melodía lo había soltado tan abruptamente, pero antes de que pudiera preguntar algo, sintió una presencia detrás de él. Se giró lentamente y vio al duque Eriol, quien lo observaba con una sonrisa falsamente amable, aunque sus ojos eran tan gélidos como el hielo.
—¡Tan mal bailo, señorita, para que me soltara así de esa manera tan abrupta! —exclamó el príncipe, con tono burlón pero también genuinamente intrigado. Aún no se había percatado de la presencia del duque Eriol, cuya figura alta y elegante proyectaba una sombra intimidante bajo la luz de las antorchas.
Eriol avanzó un paso hacia ellos, haciendo crujir ligeramente el pavimento bajo sus botas negras pulidas. Su porte era impecable, pero había algo siniestro en la forma en que llevaba su capa oscura, como si ocultara secretos mucho más oscuros de lo que aparentaba. Hizo una pequeña reverencia hacia el príncipe, inclinando apenas la cabeza con gesto calculado.
—Buenas noches, su alteza —dijo con voz suave pero cargada de autoridad—. Veo que mi acompañante le hace compañía, pero ya debemos irnos. Despídete, pequeña Melodía.
Melodía asintió rápidamente ante la orden del duque, aunque no sabía qué decir. Su mente estaba en blanco, paralizada por el miedo y la incertidumbre. Solo atinó a hacer una torpe reverencia, casi perdiendo el equilibrio sobre sus tacones altos.
—Adiós, su alteza —murmuró con voz apenas audible, evitando mirar directamente a Damián. Sabía que cualquier error podría costarle caro, y la presencia del duque solo aumentaba su ansiedad.
Se disponía a seguir al duque cuando, de repente, la mano del príncipe tomó su muñeca con firmeza, deteniéndola. Melodía se quedó helada, su respiración se aceleró mientras miraba alternativamente al príncipe y al duque, temiendo lo que pudiera pasar a continuación.
Damián sentía que algo no cuadraba. Recordaba perfectamente a aquella chica: una fiera indomable, nada dócil ni sumisa. Ahora, de pronto, resultaba ser una sierva del duque de Azair. Algo no estaba bien. Sabía que Eriol tenía una reputación turbia, y aunque nunca le había prestado demasiada atención, ahora comenzaba a recordar cosas que había preferido ignorar. Recordó a su tío visitando la choza de los traficantes de esclavos. «¡No puede ser! ¡Esta muchachita fue el objetivo de esos malditos!», pensó, sintiendo cómo su estómago se revolvía de rabia e indignación. La furia crecía dentro de él, amenazando con hacer desaparecer su autocontrol.
Con un esfuerzo sobrehumano, soltó a Melodía y se volvió hacia Eriol, enfrentándolo con una intensidad que hizo que el aire entre ellos pareciera vibrar.
—Mi estimado duque, usted y yo tenemos temas de que hablar. Espero me reciba mañana —dijo Damián con voz grave, cargada de determinación.
Eriol no mostró ninguna reacción visible, pero sus ojos brillaron brevemente con una mezcla de irritación y cautela. Asintió con calma, sin perder su compostura aristocrática.
—Como usted lo desee —respondió con frialdad—. Ya el rey Darius me había mencionado de su audiencia, príncipe Damián. Dados los conflictos que se han suscitado en algunas naciones, su alteza debe prepararse. Yo, como coronel de Alkarya, debo velar por mi nación. Querido sobrino, cuenta conmigo.
Un apretón de manos selló el encuentro, pero el ambiente seguía cargado de tensiones no dichas. Mientras Eriol se alejaba con Melodía a su lado, esta última no pudo evitar lanzar una última mirada hacia el príncipe. Sus ojos verdes se encontraron brevemente, y aunque ninguno de los dos dijo una palabra, ambos supieron que aquello no había terminado.
Damián permaneció inmóvil, observando cómo las figuras de Melodía y Eriol desaparecían entre las sombras del jardín. Su puño se cerró con fuerza, y una promesa silenciosa resonó en su mente: no iba a permitir que nadie lastimara a esa muchacha, ni siquiera su propio tío.
..........
El baile llegó a su fin. Damian caminó con paso firme por el largo corredor que conducía a su alcoba, sus botas resonando contra el suelo de piedra como si quisieran anunciar su llegada. La luz tenue de las antorchas parpadeaba a su paso, proyectando sombras agresivas que parecían bailar al ritmo de su humor oscuro. Al abrir la puerta de su habitación, algo sobre la cama llamó su atención: un listón rosa descansaba delicadamente sobre la colcha blanca. Era un toque inesperado, casi fuera de lugar, pero al mismo tiempo demasiado familiar.
Lo tomó entre sus manos con brusquedad, como si temiera que pudiera desvanecerse bajo su tacto. Lo reconoció de inmediato; cada fibra de aquella seda infantil traía consigo un torrente de recuerdos que preferiría olvidar.
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—Entendido sabes, yo conocí a una chica también de una linda mirada esmeralda, la vi tocando su violín y me regaló su listón —dijo Odette mientras llevaba una mano hacia su cabello dorado. Desató lentamente el listón rosa que sujetaba sus mechones rebeldes, dejándolo caer con gracia entre sus dedos—. Mira.
La escena era extraña, casi irreal. El leve brillo de la tela contrastaba con la seriedad en los ojos de Odette, quien sostenía el listón como si fuera un tesoro.
—Fue el día que te escapaste ¿verdad? —respondió Damián, con un tono acusador que apenas lograba ocultar la preocupación en su voz. Su postura cambió, cruzando los brazos mientras lo observaba fijamente.
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Editado: 26.04.2025