De Gitana A Princesa

19 Oscura Primavera.

La luz de la tarde se deslizaba como un velo carmesí por las cortinas de terciopelo oscuro, proyectando sombras alargadas que bailaban sobre las paredes de la habitación como espectros silenciosos. Esa mirada grisácea, fría como el filo de una daga, no se apartaba de Melodía. El duque estaba más que molesto; su postura rígida, sus manos crispadas en puños, revelaban algo más profundo: miedo. Pero Eriol Bloodmoon no era hombre de mostrar debilidad, y menos frente a una esclava.

—Amo Eriol, piénselo bien, es solo una chiquilla. No tome esa decisión. ¡Esa criatura no soportará diez azotes, por favor, señor, no! —suplicó Madeline, su voz temblorosa pero firme mientras intentaba interponerse entre el duque y la joven, extendiendo sus arrugadas manos como si quisiera protegerla físicamente.

—¡Calla, Madeline! Melodía pagará las consecuencias de su osadía. Dame el látigo —ordenó Eriol con un tono gélido, extendiendo una mano impaciente hacia la anciana. Su rostro era una máscara de desdén, pero sus ojos brillaban con una mezcla de ira contenida y frustración. Las venas de su cuello sobresalían levemente, marcando su creciente furia.

Madeline dudó, sus arrugadas manos aferrándose al látigo como si fuera su última esperanza. Pero Eriol, molesto por su resistencia, lo arrebató con brusquedad, casi arrancándoselo de las manos. Sus dedos blancos se cerraron alrededor del mango con tanta fuerza que los nudillos se tornaron pálidos.

—Retírate, Madeline —ordenó el duque, su voz cortante como el filo de una espada, resonando en la habitación como un eco amenazador.

—¡Su excelencia, en cualquier momento puede llegar su alteza! ¡Recuerde que hoy es la audiencia solicitada! —insistió la anciana, desesperada por detener el castigo que sabía sería brutal. Sus ojos reflejaban una mezcla de terror y súplica mientras retrocedía lentamente, como si temiera que Eriol pudiera volverse contra ella también.

Eriol fulminó a la mujer con la mirada, sus labios curvándose en una mueca de desprecio que dejaba al descubierto sus dientes apretados—. Con mayor razón, anciana. Retírate y ve a alistar todo para esperar al principito.

Con el corazón pesado y lágrimas contenidas, Madeline obedeció, cerrando la puerta tras de sí con un leve crujido. Sus pasos resonaron por el pasillo mientras se retiraba, rezando en silencio porque su señor tuviera al menos una pizca de misericordia.

Melodía estaba atada a uno de los pilares del dosel de la cama, con la parte trasera de su vestido desgarrada y su espalda expuesta al aire frío de la habitación. Su piel morena, suave y tersa, resaltaba bajo la tenue luz que entraba por las cortinas. A pesar de su juventud y delicadeza, había una fortaleza en sus rasgos que desafiaba su posición vulnerable. Temblaba incontrolablemente, presa del terror ante lo que estaba por suceder. Podía escuchar aún los ecos de las súplicas de Madeline, pero sabía que nada detendría al duque. Aguardaba su castigo, rezando por tener la fuerza necesaria para soportarlo.

—Melodía, te daré una oportunidad de redimirte. Si me aceptas, te quitaré el castigo. No quiero marcar esa hermosa piel tan tersa como la seda —dijo Eriol, su voz adoptando un tono seductor, aunque sus ojos seguían siendo fríos y calculadores. Dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos como un depredador acechando a su presa.

—¿Oportunidad? —repitió Melodía, su voz apenas un susurro, pero cargado de una esperanza vacilante. Su cuerpo temblaba, pero sus ojos verdes, llenos de determinación, no se apartaron de los de él.

Eriol bajó lentamente el vestido de la joven, dejando al descubierto su hombro y depositando un beso en su piel desnuda. Sus labios eran fríos, casi insensibles, pero su toque provocó un escalofrío en la muchacha. Melodía sentía cómo su estómago se revolvía de asco y confusión. Sabía que Eriol tenía la fuerza para tomarla cuando quisiera; había noches en que entraba a su habitación y lo intentaba, pero siempre, en el último momento, algún atisbo de escrúpulos lo detenía.

—Entrégate a mí, y una vez seas mía, serás libre —susurró el duque contra su piel, su aliento cálido rozando su cuello. Sus manos se deslizaron lentamente por los brazos de Melodía, dejando un rastro de escalofríos a su paso.

—Quiero tenerte voluntariamente. Si aceptas, pasarás de ser una esclava a mi duquesa, Melodía. ¿Qué dices? —inquirió Eriol, tomando los labios de la joven en un beso posesivo. Una lágrima traicionera bajó por la mejilla de Melodía, pero Eriol la limpió con delicadeza, pasando la punta de sus dedos por su rostro—. ¿Qué dices, pequeña? ¿Me aceptas? —habló el duque con voz ronca, dejando algunos besos por el cuello de su joven esclava.

—¡Prefiero morir a punta de azotes antes que acostarme con usted, su excelencia! —gritó Melodía, decidida, derramando algunas lágrimas mientras perdía toda esperanza de escapar del infierno que vivía desde que aquel duque había pagado por ella.

Eriol tomó el mentón de la muchacha con brusquedad, obligándola a sostenerle la mirada. Por un instante, creyó ver en ella a Rosella, su antiguo amor. Aquella mirada esmeralda y altiva le recordaba demasiado a la mujer que alguna vez amó.

—Entonces así será —sentenció Eriol, levantando el látigo con determinación. El primer azote resonó en la habitación como un trueno, seguido por un grito desgarrador de dolor. Melodía respiraba agitada, tensando los músculos de su espalda mientras su cuerpo se sacudía involuntariamente. El segundo azote llegó sin piedad, y otro alarido siguió, resonando como un eco desesperado.

—¡Te daré una segunda oportunidad, Melodía! ¡Acéptame y tu suplicio acabará en este instante, lo prometo!

El ardor mezclado con el dolor era insoportable. Melodía no tenía fuerzas ni para sostenerle la mirada al duque. Su cuerpo temblaba, y su respiración entrecortada llenaba el silencio de la habitación. A pesar de eso, logró articular una respuesta débil pero firme:




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