De Gitana A Princesa

22 Todo En Contra.

El suave sonido del cuchillo cortando vegetales resonaba en la cocina, mientras el aroma a hierbas frescas y caldo de pollo llenaba el aire. Lilly se movía con diligencia entre las mesas de trabajo, preparando alimentos nutritivos y organizando vendajes limpios sobre una bandeja de madera. Sebastian, el anciano mayordomo, le había encomendado cuidar al joven desconocido que había llegado a la mansión. Después de un par de días de insistir, finalmente logró convencer a Sebastian de permitirle trasladar al muchacho a una de las habitaciones de servicio, aunque siempre bajo la atenta vigilancia de un guardia apostado en la puerta.

La cocina era un lugar acogedor, lleno de vida y bullicio constante. Las sirvientas charlaban animadamente mientras trabajaban, pero ese momento de tranquilidad no duró mucho. Marina, una doncella de cabello oscuro y ojos inquisitivos, entró con su habitual actitud burlesca. En una mano llevaba una manzana roja que mordisqueaba sin prisa, mientras en la otra sujetaba un trapo húmedo.

—Lilly, ¿qué tal el moribundo que te encasquetó el abuelo Sebastián? —preguntó Marina con sorna, riendo entre dientes mientras daba otra mordida a su manzana.

Lilly detuvo sus movimientos por un instante, apretando ligeramente los labios. Marina siempre tenía ese efecto en ella: una mezcla de irritación y cansancio. No entendía cómo alguien podía ser tan desdeñosa y malintencionada, lanzando comentarios venenosos incluso hacia personas que ni siquiera conocía. Pero esta vez, Lilly estaba decidida a no dejarse intimidar.

—Él está bien, si tanto te preocupa —respondió con calma, levantando la mirada para enfrentarla—. Puedo decirle al anciano Sebastián que el joven te aflige y quieres ayudarme a cuidarlo. ¿Qué te parece la idea?

Marina parpadeó, sorprendida por la réplica. Su rostro adoptó una expresión molesta, y sin decir una palabra más, salió de la cocina dando un portazo. El silencio que siguió fue interrumpido por las risas contenidas de Adelaida y las otras sirvientas, quienes habían presenciado el intercambio con deleite.

—Bien dicen que quien tiene cola de paja, no debe acercarse al fuego, pequeña Lillyanne —dijo Adelaida entre risas, mientras continuaba picando zanahorias con destreza—, pero a Marina le gusta quemarse.

Lilly sonrió ligeramente, aunque su expresión pronto se tornó pensativa. Dejó la bandeja sobre la mesa y miró a la cocinera, quien llevaba años sirviendo al duque.

—¿Por qué será así de amargada? —preguntó, genuinamente intrigada.

Adelaida suspiró, limpiándose las manos en el delantal antes de responder. Sin embargo, fue Violeta, una de las sirvientas más jóvenes, quien tomó la palabra primero.

—Es una amargada porque está enamorada del amo Eriol —dijo Violeta con tono confidencial, bajando la voz aunque todas sabían que Marina no estaba cerca—, pero él no le da ni la hora. Y anda que no la calienta ni el sol porque, desde que la niña Melodía llegó a la mansión, su excelencia solo le presta atención a ella. La trata como a la señora de la casa y la llena de lujos...

—¡Guarda silencio, Violeta! —la reprendió Adelaida rápidamente, mirando hacia la puerta con preocupación— si Marina te escucha, se arma un escándalo.

Violeta se encogió de hombros, aunque obedeció y volvió a su tarea. Lilly asintió lentamente, comprendiendo un poco mejor la situación. Marina no era simplemente una persona desagradable; su comportamiento tenía raíces más profundas, aunque eso no justificaba su crueldad.

Con la bandeja lista en sus manos, Lilly salió de la cocina, caminando por los pasillos de la mansión. Los rayos dorados del sol de la tarde se filtraban por las ventanas altas, iluminando el suelo de mármol pulido. El aire olía ligeramente a flores frescas, un contraste marcado con el ambiente cargado de tensión dentro de la cocina.

Pronto llegó a la habitación donde estaba el joven desconocido. El vigilante apostado en la puerta la saludó con un leve asentimiento y abrió la puerta para ella. Lilly sonrió agradecida, aunque cargar la bandeja y los vendajes limpios hacía que abrir la puerta sola fuera complicado. Entró con cuidado, cerrando tras de sí para evitar que el ruido despertara al muchacho si aún dormía.

La habitación era pequeña pero funcional, con muebles sencillos y una ventana que dejaba entrar la luz natural. El joven descansaba en la cama, su respiración pausada indicaba que seguía débil pero estable. Lilly dejó la bandeja sobre una mesita cercana y comenzó a organizar todo lo que necesitaría para cambiar sus vendajes.

Aunque no lo demostraba abiertamente, Lilly sentía cierta empatía por el desconocido. Cuidarlo no era solo una tarea encomendada por Sebastian, sino también una forma de hacer algo bueno en medio de tanta intriga y tensiones en la mansión. Mientras trabajaba, no pudo evitar pensar en cómo las emociones humanas —el amor, el odio, los celos— podían ser tan destructivas como cualquier enfermedad o herida física.

El rostro del joven, quien estaba sentado en la cama con la espalda apoyada contra la cabecera de madera tallada. Aunque sus heridas aún no sanaban por completo, parecía más fuerte que días atrás. Lilly observó cómo sostenía algo entre sus manos: un colgante delicado, con una pequeña piedra de cuarzo rosado engastada en un corazón de plata. Lo miraba con una mezcla de nostalgia y preocupación, como si ese objeto guardara un pedazo de su alma.

Lilly terminó de organizar las vendas limpias y el ungüento sobre la mesita junto a la cama. Se acercó con cuidado, tratando de romper el silencio que flotaba entre ellos.

—Buenas joven Bastián, me alegra ya se pueda levantar, le traje comida y vendas limpias espero se haya podido asear con el agua que dejé anoche —el nombrado apenas y la miró, se acercó un poco más notando que admiraba un colgante, era un corazón con una pequeña piedra de cuarzo rosado junto a una cadena delgada.

—¿Es de su novia? —no quería sonar atrevida, solo quería hacer conversación y acabar con el incómodo silencio.




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