De Gitana A Princesa

25 El Escape A Bleddyn.

El tiempo corría inexorablemente, y Damián no aparecía. La noche había caído sobre el castillo como un manto oscuro que parecía devorar cualquier rastro de esperanza. Melodía no podía quedarse quieta; su mente era un torbellino de pensamientos inquietos. ¿Cómo hacerlo? Con Eriol rondando por allí, era imposible relajarse. Ese hombre no era alguien a quien pudiera ignorar o tomar a la ligera.

——♡——

El pasillo del ala este del palacio estaba iluminado por la luz cálida de los candelabros. Melodía caminaba apresuradamente, su tez morena resaltando contra el brillo tenue del mármol pulido. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de determinación y preocupación mientras avanzaba hacia los aposentos de Anel. Sabía que no tenía mucho tiempo; pronto tendría que encontrarse con Odette para dirigirse a la habitación de Damián. Pero antes, necesitaba asegurarse de despedirse de la dama que tanto le había ayudado al llegar al palacio curando sus heridas.

Cuando llegó a la puerta de los aposentos de Anel, llamó suavemente. La doncella abrió casi de inmediato, su rostro iluminado por una sonrisa amable. —Melodía, ¿ya te vas? —preguntó Anel, aunque su tono era más de preocupación que de sorpresa.

—Sí, Anel. Voy con Odette a ver a Damián... quería despedirme antes de irme —dijo ella desviando la mirada.

Anel asintió con firmeza, sus manos entrelazadas frente a su pecho. —No te preocupes por mí. Solo… ten cuidado, Melodía. Confío en que el joven Damián cuidara de ti.

Melodía sonrió débilmente, agradecida por las palabras de Anel. Después de una breve despedida, retomó su camino hacia la habitación de Damián. Con cada paso, sentía cómo el peso de la situación crecía sobre sus hombros. Aunque intentaba mantenerse fuerte, no podía evitar preguntarse qué les depararía el futuro.

Lo vió.

Al final del pasillo, apoyado casualmente contra una columna, estaba Eriol. Su cabello plateado brillaba bajo la luz de las velas, casi como si fuera parte de la misma sombra que lo envolvía. Sus ojos grises, fríos y calculadores, se clavaron en ella con una intensidad que la hizo detenerse en seco. A pesar de su porte elegante y aparentemente relajado, había algo en él que siempre le provocaba escalofríos. Era como una tormenta contenida, peligrosa y letal.

—Melodía —dijo él, enderezándose lentamente y caminando hacia ella con pasos deliberados—. Qué sorpresa encontrarte aquí. Aunque… supongo que no debería sorprenderme. Siempre has sido buena moviéndote entre las sombras de este castillo.

Ella apretó los puños a los costados, obligándose a mantener la calma. —No me estoy escondiendo, Eriol. Estoy aquí porque tengo cosas que hacer.

Él sonrió, una mueca torcida que no alcanzaba sus ojos grises. —Ah, claro. Cosas importantes, sin duda. Pero dime, pequeña, ¿realmente crees que el príncipe Damián te ha traído aquí por salvarte? O… ¿será que simplemente está interesado en tu luz?

Melodía frunció el ceño, confundida por un momento.
—¿De qué estás hablando?

Eriol dio un paso más cerca, su voz baja y venenosa. —Oh, vamos, Melodía. No puedes ser tan ingenua. Tú eres especial, lo sabes bien. Como hada de luz, posees un poder único, un don que muy pocos tienen. Y Damián… bueno, digamos que no es precisamente conocido por sus buenos corazones. Él te usará, Melodía. Te consumirá hasta que no quede nada de ti. Solo eres un juego para él, un medio para alcanzar un fin.

—¿C-como lo sabes? —averiguó ella sorprendida de que eriol tuviera tal información.

Melodía sintió cómo las palabras de Eriol se clavaban en su mente como agujas. Por un instante, dudó. Recordó las miradas intensas de Damián, sus sonrisas secretas, la forma en que siempre parecía protegerla pero también exigirle cosas que no entendía del todo. ¿Y si Eriol tenía razón? ¿Y si todo era una mentira?

Pero entonces, respiró hondo. Sabía quién era Eriol. Sabía cómo jugaba, cómo manipulaba. Sus palabras eran veneno, diseñadas para sembrar duda y destruir cualquier confianza que ella tuviera. No iba a caer en su trampa.

Cuando habló, su voz fue firme, aunque todavía había un ligero temblor en ella. —No sé qué clase de juego estás tratando de jugar, Eriol, pero no voy a creerte. Damián me ha demostrado que puedo confiar en él. Tal vez no entienda todo lo que está pasando, pero sé que no soy solo un… un trofeo para él.

Eriol arqueó una ceja, impresionado por su audacia, aunque su sonrisa no vaciló.
—Qué conmovedor. Realmente crees que él siente algo por ti, ¿verdad? Qué inocente. Pero no importa, Melodía. Ya verás la verdad cuando sea demasiado tarde.

Dio un paso atrás, pero entonces, en un movimiento rápido y brusco, extendió su mano y tomó a Melodía del brazo con fuerza. Su agarre era como un grillete de acero, helado y opresivo. —Escúchame bien, pequeña gitana —susurró, inclinándose hacia ella con una mirada amenazante—, no subestimes mi paciencia ni mi poder. Si sigues negándome lo que quiero, te arrepentirás.

Melodía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no se dejó intimidar. Con un movimiento rápido, giró sobre sí misma y se soltó de su agarre, retrocediendo un par de pasos. Su respiración era agitada, pero su mirada seguía siendo firme. —No me toques, Eriol —advirtió, su voz cargada de furia contenida—, no tienes ningún derecho sobre mí.

Eriol sonrió de nuevo, aunque esta vez había un destello de irritación en sus ojos grises.
—Muy bien, Melodía. Sigue jugando a la heroína. Pero recuerda esto: cuando caigas, no habrá nadie que te levante no olvides a tu pequeñaqldea y mucho menos a tu hermano.

Sin decir más, él dio media vuelta y desapareció entre las sombras del pasillo, dejando a Melodía temblando de adrenalina. Ella se quedó allí por un momento, recuperando el aliento y reafirmando su decisión. No iba a dejar que él la detuviera ni que destruyera su confianza en quienes amaba.

Con un último respiro profundo, Melodía continuó su camino hacia la habitación de Damián. Aquí, en el palacio, se sentía más fuerte. Aquí tenía aliados, recursos y tiempo para descubrir la verdad por sí misma. No iba a rendirse tan fácilmente.




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