De Gitana A Princesa

Lazos.

Se suponía que solo venía a ver como estaba y pedirle que descansara un poco, que en la noche continuarían el camino, pero terminó confesando sus secretos y mirándola. Estar sentado a su lado y en el mismo lecho, no era que le ayudara mucho esos labios rosados y provocativos se le antojaba probarlos una vez mas, lentamente se acercaba a ella la tentación le ganaba y francamente ya se quería rendir ante sus bajos deseos.

Sin previo aviso hizo suya su boca, no sabía cómo explicarlo pero desde la primera vez que besó a aquella chiquilla quedó con ganas de mas y no sabía si fue el destino, o una extraña casualidad, aunque sea cual sea la razón agradecía el hecho de haberla traído a él. Avanzó a su cuello Melodía reaccionaba a cada caricia, con pequeños temblores cuando estás se volvían más intensas, ella no se quedó atrás sus manos inexpertas acariciaban con torpeza sus orejas se enredaban en sus mechones rojizos, los besos de su gitanilla le llevaban por un camino nublado del cual no quería regresar: pasó de su cuello, a su clavícula a este punto Melodía ya estaba más que sumergida en la misma nebulosa, en la que él estaba.

—Da-mián... —No podía articular palabra alguna, mi respiración era irregular, estaba nerviosa.

Sus orejas de zorro se irguieron, cuando la pequeña belicosa dió un suspiro, que más bien parecía un gemido ahogado, para él ese pequeño gemido fue el no retorno, a lo que estaba a punto de pasar; recostó a Melodía en la cama y dedicandose a besar lo que pudiese de ella, se levantó un poco sobre sus brazos para poder admirarla era preciosa su cabello negro desparramado por doquier, sus orbes esmeralda resplandecían con la luz del ocaso. Acariciaba con la punta de sus dedos su hermoso rostro, grabando cada facción de este en su memoria.

Su pecho subía y bajaba agitada por el mar de emociones que vivía en aquel momento y eso le encantaba; no era primera vez que estaba con una mujer, pero ella era distinta, Melodía era diferente en todo sentido. Y con ese pensamiento muy a su pesar se detuve, este no era el momento, ni el lugar indicado, ella no era una más y debía demostrarlo.

Acariciaba sus lindas y peludas orejitas de zorro, a él no le gustaban pero a mí me encantaban, eran tan tiernas me sorprendió que se detuviera y se quitara de encima de mi, «¿acaso hice algo mal?» me incorporé de nuevo, quería preguntar aunque temía a la respuesta decidí preguntar y dejar el pudor a un lado —¿Ocurre algo? —me quedé sentada en medio de la cama, Damián volteó a verme esperaba verlo serio pero no fue así, al contrario su sonrisa pícara y ladina adornaba su rostro dejándome más confundida aún de lo que ya estaba.

—Ven aquí Mel. —Pedia con un tono de voz tranquilo y apacible.

Me acerqué gateando hasta quedar detrás de él, no resistí las ganas y besé su cuello, su cola de zorro se movía traviesa haciéndome cosquillas se volteó quedando su rostro muy cerca de mi, besó nuevamente mis labios pero está vez era un beso tierno y lento, no como los de hace un momento, estiró su brazo hasta alcanzar el amuleto que había quedado olvidado en la cama.

Se levantó y colocó nuevamente el colgante en su cuello, segundos después sus rasgos de demonio desaparecieron —descansa princesa está noche nos iremos de este lugar, mañana debemos estar en la mansión Rutden.

Era ahora o nunca salté de la cama y lo alcancé, antes de salir de la habitación —¡Espera! —lo tomé de la mano, aterrizando en su pecho por el impulso de la carrera, y el salto de la cama—.¿Estás seguro de todo esto?

—¿Seguro de qué? —inquirió confundido.

—De unirte en matrimonio a mi una gitana, la realeza y los plebeyos no se mezclan...

La hizo callar posando sus dedos en sus tersos labios, cualquier motivo para arrepentirse era inexistente, amaba a esa chica era todo lo que podía decir, aunque todo empezó como simple trato de conveniencia ahora era diferente, debía entender que tenía miedo a lo desconocido —descansa Mel. —Besó su frente para luego salir de la habitación, también debía descansar un poco y esa niña gitana le estaba volviendo loco.

.........

La noche llegó y con ella también la luna en su máximo esplendor, Damián y yo habíamos ido a la caballeriza de aquella posada por Orión, era hora de irnos la sensación de un mal presentimiento no me abandonaba; ya teníamos al menos unas dos horas de camino, era todo tan silencioso y eso hacia a la negra noche más tenebrosa, unas nubes habían cubierto la luna de la nada una flecha impactó frente a Orión haciéndolo relinchar del susto el animal que nos derribó a ambos, sin pensarlo mucho la barrera que había creado aquella vez en el palacio volvió aparecer. Aquella mujer de alas negras apareció otra vez, otra flecha fue lanzada, aunque está estaba envuelta en un aura oscura desintegrando la barrera de luz que había creado.

—El mismo truco no funcionará dos veces mocosa, además yo y su alteza, tenemos asuntos pendientes así que no te metas. —Espetó el cuervo arrastrando las palabras.

Damián me bajó al suelo, pidiéndome ir a un lugar seguro, entregandome el amuleto de Hirios —yo no tengo asuntos con pajarracas como tú pero si quieres jugar aquí estoy. —Dijo el príncipe desenvainando su espada—, además tengo preguntas que hacerte.

Ágata descendió al suelo también desenvainando su espada, pero está era totalmente negra. Corrió directamente hacía el príncipe para atacarlo de frente, pero este fué más rápido y esquivó la estocada, que seguramente habría recibido Damián arremetió con la mujer de alas negras, está frenó el golpe usando su espada como escudó, con ambas manos tomando impulso haciéndolo retroceder.

—¿A dónde ibas tan a prisa principito? —preguntaba el cuervo fingiendo interés.

—¿Te importa? —empero con burla—, acá quien hará las preguntas seré yo. —Refutaba Damián dispuesto a atacar de nuevo a aquel molesto cuervo.

—¿Y quién te asegura que responderé? —El sonido de los metales chocando y las chispas surgiendo de los impactos en ambas espadas, mostraban la destreza de ambos guerreros, pero Ágata fue más astuta y usó sus alas para amortiguar los golpes que Damián daba. La pelea estaba reñida aquella mujer era de armas tomar, valiéndose de sus polvos nocivos arrojó una de sus esferas, dejando a Damián desorientado.




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