De Gitana A Princesa

27 Unión Bajo La Luna.

Melodía intentaba divisar el amanecer, pero la alta naturaleza que los rodeaba no se lo permitía. Según Damián, ya estaban en los terrenos de la familia Rutden, una extensión inmensa de tierra donde los árboles se alzaban majestuosos, tan altos que parecían tocar el cielo. Bajó la vista y, entre aquellos gigantes verdes, alcanzó a distinguir un par de ciervos que pastaban tranquilamente. Aquella visión le trajo recuerdos de sus huidas al bosque: las risas compartidas con sus hermanos o los momentos de paz cuando iba sola. Por un instante, deseó estar de vuelta en su aldea, junto a su madre y su gente. Pero ahora también estaba Damián. «Me pregunto si mis padres aceptarán al príncipe», pensó, dejando que su mente divagara. «¿Y si el rey no me acepta? Si Damián asume el trono, seré una princesa». Sacudió la cabeza para despejar esos pensamientos que solo la confundían más. Lo único que importaba era que amaba a ese zorro mañoso.

El carruaje finalmente se detuvo. Primero bajaron Tristán, el duque de Bleddyn, y su sierva Arella, cuyos movimientos eran elegantes y precisos. Luego fue el turno de Melodía, quien recibió ayuda del duque para descender. Finalmente, Damián bajó detrás de ella, aún con esa expresión sombría que no había abandonado su rostro desde hacía horas.

La mansión Rutden era impresionante: una estructura blanca e inmaculada que resplandecía bajo la luz del sol. Jardines extensos rodeaban la propiedad, y en el centro destacaba una hermosa fuente adornada con una estatua de la diosa Selene. A sus pies, dos lobos de ojos dorados parecían vigilar el lugar con una calma eterna.

—¿Estás lista? —preguntó Damián, su voz resonando cerca de su oído. La cercanía repentina hizo que Melodía diera un respingo involuntario.

—¿Lista para qué, alteza? —respondió ella, fingiendo indiferencia mientras trataba de disimular el calor que subía a sus mejillas.

—Mañana tú y yo iremos al templo de la luna, y allí nos casaremos.

Damián guardó silencio mientras bajaban las escaleras de mármol dos figuras imponentes: el coronel Dominic Rutden, un hombre de porte elegante con cabello rubio y mirada celeste, y a su lado, una muchacha pelirroja de grandes ojos verdes que brillaban con curiosidad.

—Bienvenidos a las tierras de Rutden, príncipe, y a usted también, lord Tristán. Su hermana Genna estaba esperando su llegada —dijo el coronel, inclinándose ligeramente.

—Bienvenidos, príncipe Damián y usted también, lord Tristán —repitió la joven pelirroja, haciendo una reverencia perfecta ante los dos hombres frente a ella.

—Ustedes y yo tenemos un asunto pendiente. Han llegado noticias de Aldremir. Ariadna, hija mía, atiende a la señorita —ordenó el militar, señalando a Melodía.

—Sí, padre —respondió la muchacha con una sonrisa, asintiendo obedientemente. Los tres hombres se retiraron, dejando a las tres mujeres atrás.

—Vengan conmigo, por favor. Bienvenida, señora Arella, la señorita Genna la espera en el invernadero… —dijo Ariadna, dirigiéndose a la sierva de Tristán.

—Ya sé dónde queda, querida, no te preocupes, que me he aprendido el camino —respondió Arella con una sonrisa tranquila antes de alejarse por los corredores.

Melodía observó cómo la mujer se marchaba, sintiendo una extraña tensión en el aire. Había algo en Arella que la incomodaba. Esa señora sabía cosas, y Melodía sentía que, por más que intentara evitarla, seguiría insistiendo hasta obtener respuestas.

—Tú eres la prometida del príncipe —afirmó Ariadna, más como una declaración que como una pregunta. Melodía solo asintió en respuesta.

—Mi nombre es Ariadna, hija del coronel Rutden. Todavía no me adapto a su nuevo puesto —rió la muchacha antes de continuar—. También soy quien te alistará para mañana. ¿Qué emoción, no? Estás a punto de ser desposada por el soltero más codiciado y difícil de atrapar en todo Alkarya. ¿Qué hiciste para domar a la bestia? —bromeó, poniendo a Melodía en un aprieto.

—¿Tú me alistarás? —preguntó Melodía, confundida—, pero pensé que…

Sus palabras fueron interrumpidas cuando Ariadna tomó sus manos con entusiasmo, una sonrisa radiante iluminando su rostro.

—¡Señorita, usted debe casarse acorde a lo que se convertirá! El príncipe me mandó a arreglar todo con anticipación. Lo lógico habría sido casarse en el palacio y ser nombrada princesa en una ceremonia formal, pero dadas las circunstancias, será aquí en Bleddyn, en el templo de la luna de nuestra diosa Selene. ¡Algo fuera del protocolo real! —exclamó Ariadna, emocionada.

—O sea que Damián tenía planeado esto —murmuró Melodía, procesando la información.

La muchacha pelirroja asintió, sin borrar la sonrisa de sus labios—, sí, señorita Melodía. Conozco a su alteza desde que éramos niños. La familia real siempre ha tenido una buena relación con la familia Rutden, que desde muchas generaciones atrás ha forjado soldados para proteger a la familia real de Alkarya y a sus monarcas. Quiero mucho al príncipe Damián como a un hermano, y por eso acepté encantada su petición.

—Muchas gracias, señorita Ariadna —dijo Melodía, tratando de asimilar todo lo que estaba pasando a su alrededor.

—Aún no agradezcas, pues no he hecho nada por ti. Ven, sígueme, te llevaré a tu habitación —respondió Ariadna, guiñándole un ojo de manera juguetona.

Recorrieron los pasillos de la enorme mansión. A diferencia del palacio real, este lugar tenía un aspecto más rústico pero igualmente impresionante. Las ventanas eran vitrales coloridos que proyectaban destellos vibrantes sobre el pulido piso de mármol blanco. Finalmente, llegaron a la habitación de Melodía, ubicada en el tercer piso. Era un espacio encantador, un poco más grande que su habitación compartida en el palacio, pero igualmente acogedor.

Melodía intentaba memorizar cada detalle de los corredores de la mansión Rutden mientras seguía a la doncella hacia el comedor. Los pasillos eran un laberinto de mármol blanco y vitrales coloridos, iluminados por la luz tenue del atardecer que se filtraba a través de las ventanas. Aunque estaba cansada, no podía permitirse descansar. Necesitaba ver a Damián y también encontrar a Arella; esa mujer no iba a evitarla por más tiempo.




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