De Gitana A Princesa

32 Calma Antes De La Tempestad.

El carruaje avanzaba por el camino empedrado mientras el horizonte se teñía de un dorado intenso. A lo lejos, el campo de girasoles característico de Aldremir se extendía como un mar vibrante bajo la luz del sol. Las flores parecían capturar cada rayo de luz, brillando con una intensidad que casi dolía mirar. Era un espectáculo que desafiaba cualquier intento de describirlo con palabras.

—Son preciosos, ¿no lo crees, Aurora querida? —dijo la emperatriz Nubia, admirando el paisaje con una sonrisa melancólica.

Las palabras de Nubia sacaron a Aurora de su ensimismamiento. La dama de compañía, con su cabello rubio y lacio cayendo sobre sus hombros, parpadeó como si despertara de un sueño profundo. Forzó una sonrisa que apenas logró disimular su incomodidad. —Sí, majestad, todo un espectáculo a la vista —respondió, aunque su voz sonó distante, como si estuviera hablando desde otro lugar—, su majestad debe estar feliz de ver a la princesa Alya.

Nubia percibió el cambio de tema, pero no insistió. Sabía cuándo dejar las cosas en paz, especialmente cuando se trataba de Aurora. Con un leve suspiro, respondió—: Sí, Aurora, amiga mía, estoy feliz de venir al reino de Alkarya por mi pequeña Alya y por la firma de esta alianza. A pesar del cambio de planes, tanto el rey como el príncipe han mantenido su palabra en este momento tan crucial para mi reino.

—Tiene razón, majestad.

La monarca tomó la mano de Aurora entre las suyas y la apretó con suavidad, como si quisiera transmitirle algo más que simples palabras. Aurora alzó el rostro, sorprendida por el gesto, pero antes de que pudiera decir algo, Nubia se le adelantó.

—Lamento haberte hecho venir aquí, Aurora. Sé que no tienes lindos recuerdos de Alkarya...

—No... Nubia, el pasado aquí quedó. Mi deber era acompañarte —interrumpió Aurora, tratando de sonar genuina, aunque su tono seguía siendo forzado.

—Algún día esas cicatrices sanarán y volverás a sonreír, amiga. Ten fe en los dioses.

El carruaje se detuvo frente a las murallas de la ciudad de Aldremir, capital del reino de Alkarya. Los guardias abrieron las puertas sin mucho protocolo, revelando calles empedradas llenas de vida. Puestos de flores y frutas adornaban las esquinas, y las casas de aspecto rústico, con grandes puertas de madera y ventanas cubiertas de flores, parecían salidas de un cuento. En el centro de la ciudad se alzaba el templo de la diosa Astra, imponente y sereno, rodeado por una plazoleta donde una fuente burbujeaba con suavidad. Más allá, a las afueras, el palacio real destacaba como una joya blanca entre jardines exuberantes y torres elegantes.

—No venía a este lugar desde la muerte de la reina Marion —murmuró Nubia, volviendo su atención a Aurora. Había algo en su voz que sugería que estaba reviviendo viejos recuerdos—, ultimamente no he salido mucho de Altamyr; me siento como una niña descubriendo el mundo otra vez.

—Si mal no recuerdo, acababa de dar a luz, ¿verdad? —respondió Aurora, clavando sus ojos celestes en la emperatriz.

—Sí, Odette es su nombre. Hoy debe estar por cumplir sus once primaveras.

—Once años —repitió Aurora, como si el eco de esas palabras tuviera un peso especial.

—Sí, próximamente será toda una señorita, la pequeña princesa.

—Recuerdo que para las mujeres de mi familia, cumplir once años era muy especial.

—El clan Howl solía preparar a sus hadas a partir de esa edad, aunque había excepciones —añadió Nubia con un tono que oscilaba entre la nostalgia y la curiosidad.

—Sí, bueno, eran excepciones, majestad —corrigió Aurora rápidamente—, había niñas que despertaban un gran poder a temprana edad.

—Tú eras una de esas excepciones...

Aurora bajó la mirada, incómoda por la dirección que estaba tomando la conversación—, yo no lo creo así, mi lady. Solo hacía desastres y no fui capaz de madurar como hada. Solo estuve en el templo para controlar mis "desastres".

La emperatriz iba a preguntar más, intrigada por la forma en que Aurora menospreciaba su propia magia, pero el carruaje se detuvo frente al palacio antes de que pudiera continuar.

Al abrirse la puerta, el coronel Jasper Colbert y tres guardias hicieron una reverencia ante Aurora, quien descendió con gracia contenida. Luego fue el turno de la emperatriz, quien, ayudada por Colbert, pisó el suelo con la dignidad de quien ha nacido para gobernar. Los guardias, tanto Alkaryos como Altamyros, se inclinaron profundamente ante ella.

En lo alto de las escalinatas de mármol, la familia real esperaba junto a la princesa Alya y sus dos acompañantes. Cuando la emperatriz llegó frente al rey, ambos intercambiaron reverencias formales.

—Bienvenida al reino de Alkarya, emperatriz Nubia —dijo el monarca con una sonrisa cálida.

—Gracias a usted por recibirme, por prestar ayuda a mi pueblo y por cuidar de mi hija, mi tesoro más preciado —respondió Nubia, posando sus ojos indigo en Alya. Agradeció en silencio a los dioses porque aquella flecha solo hubiera sido un susto y no una tragedia.

La princesa se acercó a su madre hasta quedar frente a ella. —Me alegra verte, madre —dijo, haciendo una reverencia.

Sin importarle el protocolo, Nubia la abrazó con fuerza, como si temiera perderla nuevamente. —Yo también estoy feliz de verte, mi pequeña flor —murmuró, tomando el rostro de Alya entre sus manos para besar su frente—, Irina, Annia, gracias por proteger a mi Alya —agradeció, volviéndose hacia las acompañantes de su hija. Luego, su mirada se posó en el militar tras ella— y a usted también, coronel Jasper.

—No es a mí a quien debe agradecer, su alteza. El príncipe Damián fue quien enfrentó a aquella mujer cuervo de los Leones Carmesíes.

—En ese caso, le agradezco también, alteza —dijo Nubia, dirigiendo su atención al joven príncipe. Pero su mirada pronto se centró en la figura junto a él—. Eres la princesa Melodía ¿No es así?

La joven hizo una reverencia, sintiendo cómo el peso de esos ojos indigo la atravesaba. —Sí, majestad.




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