Cerró sus ojos con fuerza, pues la luz a su alrededor era cegadora. Era como si el mismo sol se hubiera desatado frente a ella, envolviéndolo todo en un resplandor blanco que parecía no tener fin. A medida que la claridad comenzaba a disiparse, otra apertura se formó ante ellos, mostrando un exterior desconocido. Lilly, al ver que aquella brecha se hacía más pequeña con cada segundo que pasaba, extendió sus alas con urgencia y voló con todas sus fuerzas hacia la salida, luchando contra la corriente de energía que intentaba cerrar el portal tras ella.
Cuando finalmente atravesaron el umbral, el paisaje que se reveló ante sus ojos era completamente ajeno para Lilly. Un bosque denso y misterioso se extendía en todas direcciones, con árboles altos cuyas ramas parecían rozar el cielo. La luz del sol se filtraba entre las hojas, pintando el suelo de sombras que danzaban al compás del viento. El aire estaba impregnado de un aroma fresco y terroso, mezclado con el dulce perfume de flores silvestres que crecían dispersas entre los troncos.
Lilly descendió lentamente hasta tocar el suelo, sus alas plegándose detrás de ella con un leve temblor. Depositó con cuidado a Bastián al pie de un árbol centenario, cuya corteza rugosa y nudosa parecía contar historias de siglos pasados. Se arrodilló a su lado, examinando sus heridas con atención. Para su sorpresa, estas estaban cicatrizando a una velocidad asombrosa, como si su cuerpo tuviera un poder curativo extraordinario.
—Qué raro, la última vez que fuiste herido no sanabas tan rápido. Por otra parte, me pregunto ¿dónde será este lugar? —murmuró para sí misma, frunciendo ligeramente el ceño. Desde que tenía uso de razón, nunca había salido de la mansión de Miraz en Azair. Este mundo desconocido la llenaba tanto de asombro como de incertidumbre.
Se incorporó, limpiándose las manos en su vestido mientras observaba a Bastián, quien aún permanecía inconsciente. Su respiración era pausada pero constante, y su rostro, aunque pálido, parecía tranquilo.
—Espera aquí, Bastián. Iré por algo de agua y quizás alguna fruta; debes comer algo —le acarició la mejilla con suavidad, un gesto que reflejaba preocupación y ternura. Pero antes de alejarse, se detuvo un momento, mirándolo fijamente. Por alguna razón, cada vez que estaba cerca de él, sentía un nerviosismo extraño, acompañado de sensaciones desconocidas pero agradables que hacían latir su corazón más rápido. Sacudió la cabeza, tratando de despejar esos pensamientos, y se puso nuevamente de pie para explorar el lugar.
Después de caminar algunos minutos, llegó a una pequeña laguna cristalina cuya superficie reflejaba el cielo azul como un espejo perfecto. El agua brillaba bajo los rayos del sol, y el sonido suave de un riachuelo cercano completaba la tranquilidad del entorno. Lilly se inclinó sobre la orilla, juntando sus manos en forma de jarra para beber un poco de agua fresca. El líquido frío calmó su sed y le ayudó a despejar su mente confusa.
De pronto, unos ruidos en la maleza la hicieron girar bruscamente, alerta. Sus alas se tensaron, listas para extenderse si era necesario. Pero lo que emergió fue un caballo de un color casi dorado, cuyo pelaje relucía como si estuviera hecho de oro líquido. El hermoso corcel se acercó a la laguna con elegancia, bajando la cabeza para beber agua. Su presencia irradiaba una majestuosidad que dejó a Lilly sin aliento.
—Traes montura, de seguro tu amo debe estar cerca —murmuró para sí misma, observando el arnés y la silla de montar que el animal llevaba. Sabía que estaba en territorio desconocido, y lo mejor sería no llamar la atención. Con un movimiento rápido, ocultó sus alas tras su espalda, asegurándose de que no quedara ni una pluma visible.
—¡Azafrán! —se escuchó una voz femenina, no muy lejos.
—¡Azafrán! —repitió la voz, ahora más cercana.
Lillyanne se sobresaltó al reconocer esa voz. Le resultaba familiar, pero no podía ubicarla del todo. Decidió esconderse tras unos arbustos cercanos, agazapándose lo más posible para pasar desapercibida. Desde su escondite, observó cómo una joven de largo cabello negro aparecía entre los árboles, acercándose al caballo con una sonrisa cariñosa.
—Así que allí estás, travieso, no escapes así de mí —dijo la muchacha con tono amable, acariciando el hocico del caballo.
Lillyanne, agazapada bajo aquellos arbustos, no podía creer lo que sus ojos veían. Aquella joven era idéntica a Melodía, su amiga rebelde y valiente. Sin pensarlo dos veces, impulsada por la emoción y el alivio, salió de su escondite y se lanzó hacia la muchacha, abrazándola con fuerza.
—¡Estás bien! Me alegra que pudieras escapar...!
—¿Qué yo escapar y de qué? —preguntaba la joven, confundida, pues no entendía nada de lo que allí ocurría. «¿Quién era esa chica?», se cuestionaba, desconcertada.
—¿Qué ocurre, Melodía? Ya no me recuerdas —empero Lilly, confundida, tomando de los hombros a la recién llegada joven de grandes ojos esmeralda.
La muchacha de tez morena se soltó de aquel efusivo abrazo, desconcertando aún más a Lilly.
—Mi nombre no es Melodía, es Melibea —respondía ella, sorprendida.
—Lo siento, disculpe yo...
—No te disculpes —respondió de manera afable—, Mel y yo somos gemelas, es normal que nos confundas —dijo Melibea con una sonrisa amable.
Lillyanne estaba impresionada con el parecido. Eran como dos gotas de agua, excepto por el aura que emanaba de cada una. Mientras Melodía era audaz y llena de energía, esta joven, Melibea, parecía más apacible y serena, como un lago en calma.
Finalmente, llegó a la conclusión de que si esa chica y su amiga eran hermanas, eso significaba que estaba en el Bosque Celestia, el hogar de Melodía.
..........
Despertó, pero un punzante dolor de cabeza le impidió abrir los ojos de inmediato. Sentía como si cada músculo de su cuerpo estuviera siendo apretado por una mano invisible, un peso agotador que lo mantenía anclado a la cama. Sin embargo, en medio de ese malestar, una calidez extraña comenzó a extenderse por su pecho, como un bálsamo que poco a poco aliviaba el dolor. Era una sensación reconfortante, casi mágica, que le hizo sentir mejor.
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Editado: 26.04.2025