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El amanecer estaba por llegar, y el frío que se filtraba por las cortinas pesadas anunciaba con suavidad el inicio del invierno. La alcoba, estaba decorada con muebles opulentos y tapices bordados, permanecía en penumbra, iluminada apenas por los últimos rescoldos de la chimenea que aún ardía débilmente en un rincón. Melodía miró hacia el otro lado de la cama, donde Damián seguía dormido, su cabello rojizo esparcido sobre la almohada como llamas apagadas. Le pareció extraño; últimamente, el príncipe llegaba muy tarde y se marchaba antes de que el sol asomara. Su ausencia constante era como una sombra que se extendía entre ellos.
Habían pasado casi tres meses desde su matrimonio, y aunque el amor entre ellos era innegable, Damián aún no cumplía su promesa de llevarla a su aldea. Tampoco le permitía ir por su cuenta. Melodía sentía cómo las cadenas invisibles que había creído romper al escapar de Eriol volvían a atarla, solo que esta vez eran hilos dorados tejidos por el peso de una corona. Aunque el caso era diferente, las ataduras eran igual de fuertes, y la abrumaban hasta el punto de hacerle sentir que aquello no era su lugar.
Damián siempre decía que la situación en el reino no era la mejor, que los peligros acechaban en cada esquina y que debía permanecer en el palacio por su propia seguridad. Para él, salir del palacio solo sería justificable en una verdadera emergencia. Pero para Melodía, ver a sus padres *era* una emergencia. El deseo de volver a abrazar a su familia era imperativo, un anhelo que le quemaba por dentro. Sin embargo, Damián no cedía ante su petición, y eso solo aumentaba su frustración.
—Mel —musitó Damián tras ella, su voz ronca y cargada de sueño.
Melodía no se giró. Estaba molesta, aunque ni siquiera sabía exactamente por qué. Era como si un torbellino de emociones negativas la desestabilizara, impidiéndole concentrarse en la magia que poseía y que aún no lograba controlar.
—¿Qué? —respondió sin darse la vuelta, su tono distante pero cargado de tensión.
—¿Aún estás molesta, cervatilla? —preguntó Damián, pero al no recibir respuesta, se acercó lentamente a ella. Sus manos cálidas rozaron su piel mientras besaba su espalda y cuello con delicadeza, como si intentara calmar un animal herido.
—Mel, si te sirve de algo, cumpliré mi promesa. Es más, podrás traer a tu familia a vivir aquí, si así lo desean.
Las palabras de Damián sorprendieron a Melodía. No esperaba que dijera algo así. Su corazón dio un pequeño salto, pero no quería demostrarlo tan pronto. Se giró ligeramente para mirarlo, tratando de ocultar la esperanza que comenzaba a florecer en su pecho.
—Me gustaría conocer a mis suegros y comprobar si tú y tu gemela son tan parecidas. Espero no equivocarme y confundirlas —dijo Damián, acariciando el rostro de Melodía con la yema de sus dedos, su sonrisa juguetona iluminando la penumbra de la habitación.
—Puedo ir sola, Damián. Yo... —la oración no terminó de salir de sus labios, pues Damián se levantó de la cama, molesto ante aquella petición tan insegura.
—Ya hemos hablado de eso, Melodía. No te dejaré, no con los leones carmesí sueltos. Tú misma has visto de lo que son capaces. Además, nadie me quita de la cabeza que Eriol está con ellos...
—¡Eres detestable! —gritó Melodía, cubriéndose por completo con las mantas y cobijas, frustrada por la intransigencia del obstinado príncipe.
—Y tú una malcriada belicosa—Damián aprovechó la distracción de Melodía para besarla. Ella se resistió al principio, pero poco a poco terminó cediendo ante las caricias del pelirrojo, quien, con brusquedad fingida, le quitó las cobijas de la cabeza.
Muy a su pesar, Melodía apartó a Damián a un lado. Tenía lecciones con Ariadna y luego con la señorita Aurora. Hoy sería un día importante; había logrado convencer a la señorita Aurora de abrir un portal a su aldea, así podría ir y venir sin problemas. Con un suspiro exasperado, se levantó de la cama y comenzó a vestirse, ignorando deliberadamente la mirada de Damián.
—Qué arisca estás hoy, princesa —dijo Damián, rodando los ojos mientras veía a Melodía moverse por la habitación con energía contenida.
Ella se detuvo frente al espejo para arreglar su cabello, lanzándole una mirada por el reflejo que era pura ironía.
—Oh, no te preocupes, mi querido príncipe. Solo estoy practicando para cuando tengas que enfrentarte a tus enemigos políticos. Ya sabes, la frialdad y la indiferencia son cualidades que todo buen gobernante debe dominar —su tono era dulce, pero había un filo peligroso en sus palabras.
Damián arqueó una ceja, divertido pero visiblemente molesto. Abrió la boca para responder, pero Melodía lo interrumpió antes de que pudiera decir algo.
—Además, tú eres el experto en dejar a otros esperando. ¿No es eso lo que siempre haces? Llegar tarde, marcharte temprano... Deberías estar orgulloso de mí. Estoy aprendiendo mucho de ti.
Sin darle tiempo a replicar, Melodía se giró hacia él con una sonrisa radiante que no alcanzaba sus ojos. Tomó su capa del perchero y se la colocó sobre los hombros con un movimiento dramático.
—Ahora, si me disculpas, tengo asuntos más importantes que atender que quedarme aquí discutiendo contigo. Por ejemplo, ver a mi familia y salvarlos de tu incapacidad para tomar decisiones racionales —con eso, caminó hacia las puertas, dejando a Damián sentado en la cama, boquiabierto.
Antes de salir, Melodía se detuvo en el umbral y giró la cabeza hacia él con una expresión falsamente pensativa.
—Ah, y no te preocupes por mí. Estoy segura de que podré manejar cualquier obstáculo mejor de lo que tú manejas tus propios miedos. Después de todo, yo no soy la que se esconde detrás de excusas baratas —le guiñó un ojo y cerró la puerta tras de sí con un golpe suave pero firme.
Damián se quedó en silencio durante unos segundos, procesando lo que acababa de pasar. Finalmente, soltó una risa baja y sacudió la cabeza.
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Editado: 26.04.2025