La fría noche desplegaba su manto estrellado sobre Alkarya, mientras los primeros copos de nieve comenzaban a descender lentamente desde el cielo oscuro. Desde su ventana, Melodía observaba cómo flotaban con gracia, como pequeños fragmentos de cristal que giraban y danzaban antes de posarse sobre el suelo. Si seguía así, al amanecer, todo estaría cubierto por un hermoso manto blanco, tan puro como los sentimientos que guardaba en su corazón. Sin embargo, aquella belleza invernal apenas lograba distraerla. En pocas horas, Damián sería coronado como rey, pero ella no podía dejar de pensar en algo mucho más personal.
—Mel —llamó una voz somnolienta desde la cama.
—¿Sí? —respondió sin despegar la vista de los copos, cuya delicadeza parecía hipnotizarla.
—¿Qué haces despierta? Cervatilla, aún falta para que amanezca —dijo Damián, incorporándose ligeramente sobre el lecho. Su cabello pelirrojo estaba revuelto por el sueño, y sus ojos aguamarina brillaban con curiosidad bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana.
—Lo sé… Es solo que… —Melodía titubeó. Honestamente, no había podido conciliar el sueño. Una opresión en el pecho, una mezcla de ansiedad y emociones confusas, la mantenía alerta.
—¿Ocurre algo, princesa...? —preguntó él, su tono suave pero cargado de preocupación.
—Quería ver los copos de nieve —mintió rápidamente, tratando de sonar convincente.
—Melodía, han pasado varias noches así, pequeña mentirosa —replicó Damián, rodando los ojos con una media sonrisa mientras se levantaba de la cama. Sus pasos eran silenciosos sobre la alfombra, acercándose a ella con la seguridad de un depredador sigiloso.
—No es nada… Yo… —Melodía no terminó la frase. Damián dio un salto ágil y quedó frente a ella en un instante, sorprendiéndola. Instintivamente, retrocedió un par de pasos, pero él tomó su mano con firmeza, eliminando la distancia entre ambos.
—Ahora, cervatilla mentirosa, sigo esperando una respuesta coherente al motivo de tu insomnio —dijo, acortando aún más el espacio entre ellos. Sus ojos turquesa brillaban intensamente, como los de un zorro al acecho de su presa.
—No es nada…
—Solo quiero saber qué te tiene así. Me preocupas —murmuró él, soltando su mano para tomarla con delicadeza del mentón. Antes de que pudiera decir algo más, sus labios se encontraron en un beso suave y cálido, que contrastaba con el frío de la noche.
Para Damián, Melodía era como un libro abierto. No importaba cuánto intentara ocultar sus preocupaciones; él siempre las percibía, como si pudiera leer cada línea de su alma. Esta vez no sería diferente.
—Damián… ¿Qué piensas de ser padre? Es decir, ¿cómo lo tomarías? —preguntó Melodía en un hilo de voz, su corazón acelerado por la anticipación de su respuesta.
Las palabras de Melodía fueron música para los oídos de Damián. Así que finalmente lo había notado: el fruto de su amor crecía dentro de ella. Esa pregunta era justo lo que esperaba.
—Así que ya lo notaste —dijo él con una sonrisa traviesa, cruzándose de brazos.
Los ojos de Melodía se abrieron de par en par. No esperaba esa respuesta.
—¿Ya lo sabías? —preguntó atónita, sintiendo una mezcla de molestia, sorpresa y desconcierto al darse cuenta de que todos parecían saber lo que le pasaba menos ella.
Con delicadeza, quitó su mano del mentón de Damián. Su mirada reflejaba confusión.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Mel, intuía que ya lo sabías, pero luego me di cuenta de que no era así —respondió él, rascándose la nuca nerviosamente. El silencio inundó la habitación, haciéndose incómodo. Melodía seguía mirándolo con acusación en sus ojos esmeralda.
Finalmente, Damián rompió el silencio. —Mel, son tantas cosas… Estoy muy feliz, pero también preocupado. En mi condición, no sé si mi maleficio afecte a nuestro hijo —confesó, revolviéndose el cabello, un gesto que hacía cada vez que estaba angustiado.
—Damián —dijo Melodía, tomando sus manos y guiándolas hacia su vientre aún plano—. ¿Qué percibes? Mi hermana lo siente, tú también lo ves, pero yo… No puedo, y me gustaría saber cómo se siente esa vida que crece dentro de mí.
Damián se arrodilló frente a ella, sus manos aún sobre su abdomen. —Yo lo primero que percibí fue un cambio en tu esencia. Tu aroma se mezcló con uno desconocido. Días después, una tercera esencia apareció, junto con contrastes de energía demoníaca y magia.
Las palabras de Damián, lejos de disipar sus dudas, la confundieron aún más. Su curiosidad aumentaba. —Sabes, no te entiendo. Aunque tampoco entiendo por qué no puedo sentir a ese pequeño. ¿Cómo lo haces tú o Melibea?
—No te mortifiques, cervatilla impaciente. Aún es muy pronto —respondió él, abrazándola con ternura.
—Debes dormir, princesa. Será un día largo, y no quiero que estés cansada —murmuró contra su cabello, envolviéndola en su calor.
—Como usted ordene, su majestad —bromeó Melodía, besando sus labios con dulzura. Enredó sus brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo más cerca. Las caricias se hicieron más intensas, llenando la habitación de una atmósfera cálida y apasionada.
Damián, sumergido en las profundidades de aquellos ojos esmeralda, cayó en un abismo de sensaciones. Un camino de besos trazó su camino por el cuello de Melodía, arrancándole un suspiro que ella ahogó en los labios de su príncipe.
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El gran salón del trono estaba envuelto en penumbras, apenas iluminado por los rayos dorados del sol que se filtraban tímidamente a través de las altas ventanas emplomadas. En el centro de la estancia, sobre un pedestal de mármol blanco, descansaba la corona real, cuyas joyas engarzadas brillaban con un destello casi sobrenatural bajo la luz tenue. Era un objeto que parecía respirar historia, cada detalle tallado con precisión, cada gema cargada de significados ancestrales. En pocas horas, tendría un nuevo portador.
Darius, el rey, observaba la corona con una mezcla de nostalgia y expectativa. Sus ojos, de un turquesa profundo como tormentas marina, reflejaban la lucha interna que llevaba consigo desde hacía días. Con un suspiro apenas audible, murmuró para sí mismo:
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Editado: 26.04.2025