De Gitana A Princesa

43 UN NUEVO REINOADO.

El amanecer llegó lentamente, bañando las blancas torres del palacio Alkaryo con una luz dorada que parecía resplandecer sobre la capa de nieve que cubría cada rincón del reino. El aire gélido de la mañana se colaba por las ventanas altas, llevando consigo un ligero aroma a pino y escarcha que recordaba a todos que el invierno aún tenía un fuerte dominio sobre la tierra. La seguridad en el palacio se había redoblado: guardias armados patrullaban cada pasillo, sus botas crujiendo suavemente sobre el mármol helado, mientras nobles y emisarios de otras naciones comenzaban a reunirse en los salones principales. Todos aguardaban expectantes la ceremonia de coronación del nuevo monarca, un evento que marcaría el inicio de una nueva era bajo el manto invernal.

En una de las habitaciones privadas de la emperatriz, una elegante mujer de porte regio sostenía con delicadeza un libro encuadernado en azul oscuro, con letras plateadas que brillaban débilmente bajo la luz matutina que se filtraba por los ventanales emplomados. Su hija, Alya, observaba atónita desde el umbral de la puerta, mientras su aliento formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.

—¿Regalará ese libro, madre? —inquirió Alya, incapaz de ocultar su sorpresa. Para su madre, aquella posesión era algo mucho más que un simple objeto; era un tesoro cargado de historia y significado.

—Sí, pequeña Alya —respondió la emperatriz con calma, acariciando la cubierta del libro con un gesto casi reverencial—. La princesa Melodía necesita más que yo el conocimiento que este libro contiene, ¿no es así, Aurora querida?

Aurora, hasta entonces en silencio, asintió apresuradamente al oírse mencionada. Sus ojos azules, usualmente serenos, reflejaban una mezcla de nerviosismo y admiración hacia la emperatriz, mientras sus manos jugueteaban inconscientemente con los bordes de su abrigo forrado de piel para protegerse del frío.

Nubia notó la inquietud en su consejera y amiga, cuya postura rígida y mirada evasiva delataban que algo la preocupaba. Era imposible ocultar algo a Nubia; su intuición era infalible, un don casi sobrenatural que le permitía leer entre líneas y descubrir verdades ocultas.

—Bueno, madre, aún debo alistarme para la ceremonia de coronación —intervino Alya, rompiendo momentáneamente la tensión en la sala. Con una pequeña reverencia, la joven princesa de Altamyr se retiró, dejando a la emperatriz y a Aurora a solas.

Una vez que la puerta se cerró tras Alya, Nubia tomó asiento frente a Aurora, su mirada índigo clavándose en la joven rubia con una mezcla de curiosidad y comprensión. Una sonrisa nostálgica cruzó su rostro mientras recordaba al hombre cuyo nombre había sido mencionado minutos antes. El fuego de la chimenea crepitaba suavemente a su espalda, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra.

—Mi Alexander escribió este libro con la intención de compartir conocimiento —explicó Nubia con suavidad, su tono teñido de melancolía—. Intuyo que la princesa Melodía necesitará ayuda. Algo me dice que la muchacha tiene mucho que aprender.

—Nubia —llamó Aurora, captando la atención de la emperatriz—. ¿También notaste los cambios en la joven?

La emperatriz asintió lentamente, sus labios formando una línea pensativa.

—A pesar de tener poco tiempo en cinta, la energía demoníaca mezclada con aura mágica es perceptible. Es algo poco común, la familia real de Alkarya no posee magia de ninguna índole. Sin embargo...

—Sin embargo, el príncipe Damián guarda un secreto, mi señora —completó Aurora, interrumpiendo a Nubia antes de que pudiera terminar su explicación.

—No es tan secreto, Aurora —replicó la emperatriz con un deje de ironía—. El incidente con la princesa Melodía dejó al príncipe al descubierto. La chica y tú han hecho buenas migas, ¿acaso tú sabes algo?

—Solo sé lo que usted sabe, mi señora —respondió Aurora, tratando de mantener un tono neutral—. La princesa es un hada. Ella misma me lo ha contado. Lleva poco tiempo descubriendo su origen como hada... Luz, si no me equivoco.

—Luz y su contraparte, la oscuridad —completó Nubia, su mirada ensombreciéndose ligeramente.

Aurora abrió los ojos, sorprendida ante la revelación de la emperatriz. La virtud de la luz estaba asociada al clan de Howl, pero la oscuridad siempre había sido vista con recelo, incluso temor. En muchos lugares, quienes portaban el don de las sombras eran perseguidos, y en algunos casos, sacrificados. Que la princesa Melodía poseyera ambas virtudes era algo sin precedentes.

—Mi señora, sé que usted tiene algo que decir —dijo Aurora finalmente, su voz cargada de determinación—. Me gustaría saberlo.

—Veo que estar tanto tiempo conmigo te ha hecho igual de observadora —respondió Nubia con una sonrisa, sabiéndose descubierta—. Me intriga la virtud de la princesa, pero quien de verdad me inquieta es el príncipe Damián.

Las palabras de la emperatriz resonaron en la mente de Aurora. No era la única que tenía ese mal presentimiento sobre el joven príncipe. Él era un enigma: se suponía que carecía de magia, pero el incidente lo había expuesto. Además, su esencia era inusual; solo se percibía la magia de Melodía en él, o absolutamente nada. Esto solo podía significar dos cosas: o la princesa sellaba su energía demoníaca, o lo purificaba.

Aurora estaba a punto de decir algo cuando Irina entró en la habitación, acompañada de dos doncellas. El crujido de sus pasos sobre el suelo helado resonó en el silencio.

—Majestad, lamento la demora, pero...

—Irina, no te preocupes, aún es temprano, querida —la tranquilizó Nubia con un gesto despreocupado. Tomó el libro de manos de Aurora y lo colocó en las de Irina, junto con una carta dirigida a la rubia—. Entrégala por mí luego de la ceremonia. Partiremos a nuestro hogar; mi amada Altamyr ya la extraño.

La emperatriz caminó hacia la puerta, seguida de Irina, pero Aurora la detuvo con un llamado apresurado.




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