Comenzó a tocar la ocarina, sus dedos temblorosos deslizándose sobre los agujeros mientras intentaba mantener el ritmo de la melodía. Cada nota resonaba en el aire cargado de tensión, como un eco frágil que luchaba por imponerse sobre el rugido del caos que los rodeaba. Sin embargo, un gruñido profundo y amenazante hizo que se detuviera abruptamente, su cuerpo entero paralizado por el miedo.
El zorro avanzaba hacia ella con pasos pesados y deliberados, cada movimiento haciendo temblar el suelo bajo sus pies. Sus fauces brillaban con un resplandor azul etéreo, y sus ojos ardían con una furia incontenible. Era una criatura imponente, casi sobrenatural, cuya presencia parecía tragarse toda la luz a su alrededor. Melodía sentía cómo el aire se espesaba a medida que Tisha se acercaba peligrosamente, como si la bestia estuviera absorbiendo hasta la última brizna de esperanza que quedaba en el ambiente.
Los copos descendían lentamente del cielo gris, flotando como plumas silenciosas que se posaban sobre la tierra devastada. La nieve cubría los escombros, las huellas y las cicatrices dejadas por la batalla, envolviendo el mundo en un manto blanco y puro. Era como si la naturaleza misma intentara sanar las heridas del campo de batalla, aunque el peligro aún acechaba.
Aún así, siguió tocando aquella tonada de salvación. Su respiración era entrecortada, y el miedo hacía que sus manos sudaran, dificultando aún más el control sobre el instrumento. Pero no podía detenerse. Sabía que cada nota era una oportunidad, un rayo de luz en medio de la oscuridad que amenazaba con consumirlo todo. La melodía comenzó a fluir nuevamente, esta vez con más fuerza, como si su determinación estuviera alimentando la música misma.
Los copos de nieve parecían danzar al ritmo de la ocarina, moviéndose en remolinos suaves que acompañaban cada nota. Era como si la naturaleza respondiera a la llamada de la tonada, uniéndose a la joven en su intento por calmar a la bestia. El sonido de la ocarina se elevó sobre los rugidos de Tisha, una melodía dulce pero poderosa que parecía vibrar en lo más profundo del alma de quienes la escuchaban. Era una canción antigua, cargada de magia y promesas de redención, y Melodía podía sentir cómo la energía de la tonada empezaba a tejer un hilo invisible entre ella y la bestia.
Sin embargo, el avance de Tisha no cesó; la criatura seguía acercándose, su enorme figura proyectando una sombra que cubría por completo a la joven. La nieve bajo sus patas se derretía instantáneamente debido al calor que emanaba de su cuerpo, creando pequeños charcos que reflejaban el brillo azul de sus fauces. Era un contraste brutal: la pureza de la nieve frente a la destrucción que representaba Tisha.
Melodía cerró los ojos por un breve instante, concentrándose en la música y en la conexión que intentaba forjar. Sabía que no había margen para el error. Si fallaba, no solo sería su vida la que se perdería, sino también la esperanza de salvar a Damián y detener la destrucción que asolaba Aldremir. La nieve seguía cayendo, silenciosa pero constante, como un testigo mudo de la lucha entre la luz y la oscuridad que se desarrollaba en ese preciso instante.
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«¿Dónde estoy?» Se preguntó Damián, caminando con pasos vacilantes por un laberinto que parecía no tener fin. Las paredes eran altas e impenetrables, formadas por sombras densas que absorbían cualquier rastro de luz. Sin embargo, a medida que avanzaba, comenzó a escuchar una melodía suave y cálida que resonaba en el aire. Era una tonada reconfortante, llena de luz y esperanza, como si intentara guiarlo hacia algún lugar desconocido.
El sonido de la música lo envolvía, haciéndole olvidar momentáneamente el miedo y la confusión que sentía. Cada nota parecía vibrar en su pecho, despertando algo profundo dentro de él, algo que había estado dormido durante mucho tiempo. Siguió adelante, guiado por aquella melodía que se hacía más clara con cada paso.
Finalmente, llegó a un lugar oscuro, donde solo podía distinguir unas rejas doradas que brillaban débilmente en la penumbra. Parecían ser lo único vivo en aquel espacio desolado, como si fueran una barrera entre dos mundos opuestos: la luz y la oscuridad.
—¿Hay alguien allí? —preguntó Damián, su voz resonando en el vacío.
No hubo respuesta, solo un rugido grave y amenazante que le erizó hasta los pelos de la cola. El sonido era tan poderoso que parecía sacudir las mismas paredes del laberinto, resonando en su alma como un eco inquietante.
—Ya no reconoces al huésped que habita dentro de ti —se escuchó una voz rasposa, cargada de irritación y desprecio.
Damián apretó los puños, molesto. Aquella voz le resultaba demasiado familiar, y aunque intentó ignorarla, sabía perfectamente a quién pertenecía.
—¿Cómo olvidarte si eres el motivo de mis pesadillas? —respondió el pelirrojo con fastidio, su tono lleno de sarcasmo y resentimiento.
—Yo no pedí a un niñato estúpido como recipiente —bramó Tisha, su voz cargada de desdén.
—¿Y crees que yo pedí tener a un zorro sarnoso dentro de mí? —replicó Damián, igual de altanero, sin darle tregua al enorme zorro.
—Eres un niño inepto —gruñó Tisha, furioso.
—¡Y tú un sarnoso resentido! —refutó Damián, devolviendo el insulto con la misma intensidad.
La tensión entre ambos era palpable, como si las palabras fueran armas que chocaban en el aire. Sin embargo, antes de que pudieran continuar su enfrentamiento verbal, una luz cegadora inundó el lugar, borrando todo rastro de oscuridad. La melodía de la ocarina resonó con más fuerza, envolviendo el espacio en una calidez que parecía provenir de otro mundo.
—Se te cumplió tu deseo. Tú ganas, yo gano. Ya no seré tu pesadilla —dijo Tisha, su voz ahora más calmada, como si hubiera aceptado algo inevitable.
—¿De qué hablas? —cuestionó Damián, confundido por las palabras del zorro.
Ante sus ojos, el cuerpo del enorme zorro de pelaje blanco comenzó a desvanecerse, como si fuera absorbido por la luz que lo rodeaba. Su figura se deshacía lentamente, convirtiéndose en partículas brillantes que flotaban hacia el cielo infinito.
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Editado: 26.04.2025