De Gitana A Princesa

47 UN NUEVO AMANECER.

Caminaba lentamente por los pasillos del palacio, sus pasos amortiguados por el silencio de la noche. El eco de su respiración y el crujido de su vestido eran los únicos sonidos que rompían la quietud. Cada noche, sin falta, iba a verlo. Desde aquel fatídico día bajo la segunda luna negra, Damián no había vuelto a abrir los ojos. Pero ella seguía visitándolo, incapaz de rendirse.

La habitación donde descansaba estaba envuelta en penumbra, apenas iluminada por velas que ardían día y noche. Las cortinas estaban siempre corridas, dejando que la oscuridad se adueñara del espacio como un manto protector. Era una atmósfera pesada pero reconfortante, como si las sombras mismas intentaran protegerlo del mundo exterior. Melodía cerró la puerta tras de sí con cuidado, asegurándose de no hacer ruido. Su mirada se posó sobre la figura inmóvil de Damián, tendido en la cama.

Llevar ahora la labor de reina no era fácil. Sin el rey Darius, quien había sido una figura de sabiduría y firmeza, y sin Damián, quien técnicamente ya era rey pero aún permanecía sumido en su letargo, el peso del reino recaía completamente sobre sus hombros. Cada decisión, cada reunión, cada juicio debía ser tomado por ella sola. Los nobles murmuraban entre ellos, algunos con preocupación, otros con impaciencia, mientras que los ciudadanos esperaban liderazgo en un momento tan frágil para Alkarya. Aunque Aurora e irina le ofrecían su apoyo, y Lillyanne ayudaba con la logística del palacio, Melodía sentía que cada día era una prueba de resistencia. La ausencia de Damián se hacía más palpable con cada problema que surgía, y aunque trataba de mantenerse fuerte, había momentos en los que sentía que el peso del trono podría aplastarla.

Damián yacía inmóvil, su cuerpo cubierto por mantas que lo protegían del frío. Su cabello rojo, antes corto y desordenado, había crecido considerablemente durante su letargo, extendiéndose hasta cubrir casi toda su espalda. Los mechones caían en ondas suaves, algunos rozando sus hombros y otros desparramándose sobre la almohada, dándole un aspecto casi etéreo. Sobre su pecho, descansaba el amuleto de Hirios, un colgante antiguo que parecía brillar débilmente incluso en la penumbra de la habitación.

Se acercó a él con pasos vacilantes, sintiendo cómo cada movimiento parecía resonar en el silencio de la habitación. Se sentó junto a él, colocando su mano sobre la de él. Era fría, pero aún así la sostuvo con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Luego, con delicadeza, llevó su otra mano al vientre abultado, colocando ahí la palma de Damián. Aunque él no podía sentirlo conscientemente, el bebé dentro de ella parecía reconocer su toque. Se movió con fuerza, como si intentara llamar su atención.

Melodía sonrió a través de las lágrimas que amenazaban con desbordarse. —Ya falta poco, zorro mañoso —murmuró, acariciando su cabello con ternura—, no sé si puedes oírme, pero quiero que sepas que estamos aquí. Te necesitamos… *te necesito. Despierta pronto, ¿de acuerdo?

Su voz se quebró al final, incapaz de contener la angustia que la embargaba. Había momentos en los que la esperanza flaqueaba, cuando el peso de todo lo que había perdido y todo lo que aún debía enfrentar parecía aplastarla. Pero siempre regresaba a esa habitación, porque Damián era su ancla, incluso en su estado actual. Verlo allí, respirando aunque fuera débilmente, le recordaba que aún había algo por lo que luchar.

Observó su rostro detenidamente, buscando alguna señal de cambio. Sus labios estaban ligeramente entreabiertos, como si estuvieran a punto de pronunciar una palabra. Sus largas pestañas proyectaban sombras delicadas sobre sus mejillas, y su piel pálida parecía casi translúcida bajo la luz tenue de las velas. Era difícil reconciliar esta imagen con el hombre fuerte y sarcástico que había conocido. Sin embargo, incluso en su letargo, había algo en él que seguía siendo inconfundiblemente Damián: esa chispa de terquedad que parecía resistir incluso en la inconsciencia.

Melodía acarició su mejilla con suavidad, sus dedos temblorosos trazando el contorno de su mandíbula.
—No te rindas —susurró—. No ahora, cuando estamos tan cerca. Tú nunca te das por vencido, ni siquiera cuando las cosas se ponen difíciles. Así que no empieces ahora, ¿entendido?

Cerró los ojos por un momento, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. Había tanto que quería decirle, tantas promesas que quería hacerle. Pero sabía que las palabras no eran suficientes. Lo que realmente importaba era que él despertara, que volviera a ser parte de su vida. Porque sin él, nada parecía tener sentido.

Finalmente, después de unos minutos, Melodía se levantó con dificultad. Colocó la mano de Damián sobre su pecho, justo encima de su corazón.
—Estaremos aquí cuando despiertes —dijo, su voz apenas un murmullo—. Todos nosotros.

Con una última mirada hacia él, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Afuera, el pasillo estaba igual de silencioso que cuando entró. Pero mientras caminaba de regreso a sus aposentos, una pequeña llama de esperanza ardía en su corazón. Sabía que, de alguna manera, él la escuchaba. Y que, cuando llegara el momento, encontraría la fuerza para volver a abrir los ojos.

..........

El amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos dorados y rosa, filtrándose tímidamente a través de las cortinas de los aposentos reales. Pero dentro de la alcoba, la luz suave del alba apenas lograba disipar la tensión que llenaba el aire. En el centro de todo estaba Melodía, la reina de Alkarya, tendida en su lecho mientras enfrentaba una de las pruebas más difíciles de su vida. Aunque el sol anunciaba un nuevo día, para ella, este amanecer traía consigo una lucha que parecía no tener fin.

Llevaba meses preparándose para este momento, aunque nada podía haberla preparado realmente para lo que estaba enfrentando. El pequeño que crecía dentro de ella no era un simple humano; era una criatura sobrenatural, hijo de un linaje marcado por la magia, el poder y el conflicto. Llevaba en su sangre la esencia del zorro demoníaco Tisha, un ser que había dejado cicatrices imborrables en el mundo antes de ser sellado. Su llegada al mundo no sería fácil, y el cuerpo de Melodía pagaba el precio de esa carga.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.