De Hadas y Zapatos de Cristal

Uno

Elira

Nunca había fallado tan espectacularmente en toda mi vida.

Bueno… había tenido muchos fracasos a lo largo de mi tiempo en la academia Benevolens como aprendiz de hada madrina. Demasiados, diría yo. Pero, a pesar de eso, siempre conseguí estar a la altura.

Hasta ahora.

—Elira Petalvine, reprobada —había dicho la maestra, Lady Mavara, tras supervisar mi examen de graduación.

Mi mundo se rompió en mil pedazos cuando me di cuenta de que fui la única de mi año que no consiguió el tan anhelado título por el cual había luchado tanto.

Todo por arruinar el deseo de esa niña.

Estaba sentada en el torreón de piedra, mirándome las manos como si fueran la imagen viva de mi fracaso. Había estado llorando durante media hora. Quizá más. Decir que estaba frustrada era poco.

¿Cómo podía ser tan torpe?

—Estás haciendo ese ruido de nuevo.

La voz chillona, que alternaba las palabras con esos graznidos que solo él podía producir, me hizo alzar la vista: Córax, mi familiar, se había posado encima de una farola mágica y me miraba con sus alas negras extendidas y expresión molesta.

—¿Qué ruido? —le pregunté, limpiándome las lágrimas con la manga del vestido.

—El de una ballena chillando con la cara llena de mocos.

Lo miré como si pudiera ser capaz de agarrarlo de un zarpazo y bajarlo de allí arriba.

—¡Eres imposible!

Córax soltó una carcajada, o lo que parecía serlo. Los sonidos que salían de él siempre me confundían.

—¿Te vas a quedar ahí como una perdedora en lugar de ocuparte de tu futuro como Hada Madrina?

Me agarré la tela del vestido con ambas manos. La textura de la seda era suave y delicada, como debería sentirse el uso de la magia perfecta canalizada a través de mi varita.

—¿Futuro? Ya no tengo futuro —resoplé—. ¡Le di a mi ahijada orejas de burro! ¿Quién confunde confianza con cornamenta? —bufé, me sentía realmente patética en ese momento—. Soy un desastre, Córax. No te mereces ser el familiar de alguien como yo.

El cuervo dobló la cabeza en un ángulo imposible para cualquier criatura con forma humana y luego se rascó la nuca con una pata.

—Y sí, me merezco algo mejor, la verdad.

Puse los ojos en blanco. Él no sería capaz de decirme algo lindo ni aunque su vida dependiera de ello.

—Pero bueno, no te vas a morir. No eres ni la primera ni la última hada en reprobar su examen —dijo con actitud despreocupada, como si el asunto no tuviera la menor gravedad para él—. Además, lo puedes intentar el próximo año.

Claro. El próximo año.

Podía intentarlo, sí. Pero eso implicaba repetir todo el último curso y, además, convertirme en el hazmerreír de todas las demás hadas que estudiaron conmigo.

No podía darme ese lujo. De por sí, ya todas se burlaban de mí por ser tan literal con los deseos. Decían que era estúpida, que no sabía leer entre líneas.

Y tenían razón. Lo peor de todo era eso.

—Estoy acabada.

Bajé la cabeza con resignación. Si no hubiese llevado puesto un vestido, la habría escondido entre mis piernas de la pura vergüenza que sentía.

Quería quedarme sola y dejar que la tierra me tragara, o que los duendecillos del bosque me usaran como abono para su huerto. Seguro así iba a serle más útil al mundo mágico que como hada madrina fracasada.

—Tal vez haya una forma de que no repruebes este año.

La voz de Córax me hizo levantar la cabeza tan solo para mirarlo fijamente, intrigada. Él se dio cuenta de que lo estaba escuchando atenta, así que siguió hablando.

—¿Conoces el registro de deseos mágicos?

Inmediatamente arqueé una ceja.

—¿Ese que custodian al final de la biblioteca bajo siete llaves elementales? —cuestioné—. Sí, lo conozco, ¿por?

Córax soltó un nuevo graznido, supuse que de emoción.

—Pues ese será tu pase para volverte un hada madrina oficial.

Ahora sí que se había vuelto loco. Seguramente ser el familiar de una tonta como yo le estaba afectando la cabeza al pobrecillo.

—¿Perdiste la razón? —dije con el ceño fruncido—. Sí sabes que ese libro está súper vigilado y que cualquiera que le ponga las manos encima será castigado, ¿no? Además, ¿cuál es exactamente tu idea?

El pequeño cuervo volvió a agitar sus alas. Sus plumas negras brillaban en colores iridiscentes cuando los rayos del sol las tocaban. Era un detalle de él que siempre me había fascinado.

—Es fácil, solamente tienes que cumplir un deseo simple para aprobar, ¿no? —Asentí con la cabeza—. Todos los deseos humanos están en el registro. Entramos, tomamos un deseo, lo cumples… y listo.

Así como él lo decía sonaba muy fácil, pero se estaba olvidando de algo crucial en este plan que ya olía a fracaso.

—¿Y las llaves elementales?

Escuché que se reía, con esa risa casi retorcida que solamente él podía producir a través de su garganta de ave.

—El otro día, mientras sobrevolaba la torre de cristal, me di cuenta de que hay una zona de la barrera que está rota. Eres enana, seguro puedes entrar sin problemas.

Abrí la boca sin elegancia alguna. Estaba sorprendida. Sabía que los ojos de mi familiar eran especiales, que podía ver a través de varios hechizos y encontrar puntos débiles. Pero nunca imaginé que habría una rotura en la barrera de la torre más protegida de la academia.

¿Tal vez esta era mi última oportunidad?

Ingresar a la torre no había sido problema. Todas las hadas pupilas tenían acceso ilimitado a la biblioteca de la academia Benevolens, incluso las fracasadas como yo.

—Si necesitas algo solo pídelo —me dijo la bibliotecaria, la señora Laeferie. Ella era un hada cronista, su especialidad era registrar las memorias del reino. Era bastante mayor, contaba con unos novecientos años—. Ah, y lamento que no pasaras tu examen, querida.

—Claro, gracias —respondí con un asentimiento y una sonrisa forzada. Me era casi imposible disimular que estaba a punto de cometer una travesura.




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