Wadim colocó ambas manos sobre el ventanal y recargó su frente en él, cerró los ojos ante el frío contacto y las comisuras de sus labios partidos se curvaron hacia arriba.
—Ya te lo he dicho. —Expresó con diversión en su tono de voz. — Mejor guárdate tu energía y mátame de una vez.
La mujer detrás de él soltó una sonora carcajada, jugueteando con la daga manchada de sangre entre sus manos. Wadim la observó por sobre su hombro y la sangre en su frente continuó escurriendo hasta sus labios, el lamió el líquido y se despegó del ventanal.
— ¿Tú crees que es tan fácil?—cuestionó la morena caminando con lentitud hacia él, sus tacones resonando en la habitación. — Querido,Wad, la muerte sería liberarte. Y aquí yo he venido para obtener respuestas y no me iré hasta que me digas dónde mierda está el libro. —Mientras le decía aquello, Wadim se giró por completo y recargó su peso en el ventanal; Miranda chocó su frente con la del viejo vampiro y éste no pudo evitar desviar su mirada, estaba aterrado. —Te liberaré en cuánto me digas dónde está el maldito Memento Ubrarum.
Ante la mención del libro, una última llama de coraje surgió en el pecho del hombre y mirando a Alouqua con fiereza, pronunció: —No.
La vampiresa sonrió, pero Wadim podía ver que era una expresión llena de rabia; ahora comprendía que las hijas de Lilith estaban desesperadas y eso fue suficiente para que el vampiro sonriese por última vez antes de que Alouqua hundiese sus garras en el cuello del anciano. Eso no lo mataría, pero en definitiva ese era el comienzo de su tortura.
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Los ojos del hombre deambulan por toda la habitación, hasta el último rincón. La ha visitado un centenar de veces desde que era un niño y sin embargo nunca se cansará de la belleza que ostenta la sala de reuniones. Hay una larga mesa de bubinga rodeada por grandes y cómodas sillas de cuero negro en donde hombres y mujeres de diversas zonas del país se encuentran charlando amenamente mientras esperan por el “Algol”.
Illya Gimondi se encuentra en el segundo piso de la sala, donde sólo hay un par de mesas de ajedrez, enormes libreros y un elegante barandal que le permite colocar sus manos sobre el e inclinarse un poco para observar a los miembros del Consejo, y después de unos segundos sus ojos se posan en su padre; Marco se encuentra sentado en la esquina superior derecha de la mesa en donde el vampiro no se inmuta ante nada de lo que ocurre en la habitación, de hecho, sus ojos están fijos en el enorme ventanal que abarca una buena parte de la pared frente a él.
Confundido con la expresión en el rostro anguloso de su padre, Illya dirige su atención hacia el ventanal y frunce el ceño cuando nota que realmente no hay nada interesante que ver. Pero cuando la enorme puerta al otro lado de la habitación se abre y Marco gira la cabeza de inmediato, Illya lo entiende rápidamente.
Una sonrisa amarga se le dibuja en los labios cuando la soberbia Octavia Roux ingresa a la sala, la cabeza en alto y un sequito de guardaespaldas que se colocan estratégicamente en la habitación.
Octavia es una mujer que emite poder por cada poro; su presencia es apabullante y hace que cada uno de los miembros del consejo guarde silencio y no se atrevan ni a mirar en su dirección. Todos excepto Marco.
Y es que el cabecilla de la familia Gimondi conoce a Roux desde que era una niña con la que Illya solía convivir mucho en los jardines del castillo Teleborg, en Suecia. Tanto Marco como su hijo menor están consientes del gran carácter de Octavia, no obstante, están al tanto de que temerle es simplemente una exageración por parte de los miembros del Consejo: no saben lidiar con mujeres como Octavia.
Pero con todo y su regio porte, Octavia esboza una cálida sonrisa dirigida a Marco justo antes de pasar a su lado y sentarse en la silla reservada específicamente para el Algol. Illya no falla al notar la forma en la que las manos de la chica se ciernen sobre los costados de su silla; al parecer se ha vuelto un hábito en la mujer. La vampiresa lo hace de forma delicada, casi como si estuviese acariciando su puesto; Illya no puede mentir, se siente orgulloso de ella y gustoso de poder servirle.
Con inexpresividad, Octavia observa detenidamente a cada uno de los miembros, las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba por unos segundos mientras que Illya y todos los asistentes le miran con atención.
— ¿Alguna vez pensaron que esto sería posible?—la pregunta queda flotando en la habitación y algunos intercambian miradas, es claro que no comprenden a qué se refiere. — Estar sentados junto a seres humanos, trabajando juntos y conviviendo como si fuésemos iguales.
No sabían que responder, algunos asintieron y los tres humanos que habían en el consejo sonrieron levemente. Pero Viktor Yurovsky era la clase de vampiro que con su altanería y petulancia siempre tenía algo qué decir, además de la habilidad de hacer que sus palabras sonasen como si fueran la verdad absoluta.