De Hombres y Bestias

III: Pólvora y Sangre

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La forma en la que Luca y Octavia habían reaccionado ante la información que Illya les había dado no le sorprendió en lo más mínimo. Ellos sabían lo mismo que él y, sin embargo, Illya había tenido que enterarse de ello a través de otra persona, alguien ajeno a su familia; esta era una de las razones por las que tener como una aliada a la detective era tan importante para el vampiro, necesitaba que alguien le cuidase la espalda, alguien que no dudase en contarle cosas tan importantes.

—Estamos haciendo todo lo posible. —le aclaró Octavia, firmando documentos sin siquiera alzar la mirada para ver a los hermanos Gimondi — No hay razón para que se preocupen ¿de acuerdo? Sólo…enfóquense en sus actividades y yo resolveré esto. —pero cuando Illya bufó, burlón, la morena no lo toleró, alzó la mirada y soltó con brusquedad la pluma que hasta ese momento había estado sosteniendo con tanta fuerza. — ¿Cuál es el problema?

—Que nos hablas como si fuésemos unos niños, Octavia. —siseó Illya. Ante el tono lleno de ira de su hermano, Luca alzó la barbilla y le miró de reojo con esa forma tan característica que tenía el mayor de los Gimondi para juzgar a los demás, lo cual hizo que la sangre de Illya hirviese en sus venas; era como si ambos estuviesen en su contra, no lo soportaba. — ¿Por qué se pensaron que no necesitaba saber sobre La Compañía del Cráneo?

—Ya te lo dije —comenzó la muchacha, colocando los codos sobre la mesa y cruzando las manos frente a sí misma, una posición autoritaria que Illya le había visto tomar cuando Viktor Yurovsky se le ponía a la defensiva sin Marco cerca para defenderla. — el asunto está siendo tratado por profesionales.

Illya soltó una carcajada, haciendo que Octavia se molestase más y Luca con tono despectivo murmurase un “Idiota”: — Y ¿qué hay de los “profesionales” aquella noche en el Cipriani?

—Illya, ya basta. —gruñó la muchacha, golpeando con ambos puños su escritorio, levantándose bruscamente de su asiento y captando de inmediato la atención del menor de los Gimondi.— No necesito esto ni lo merezco, yo no soy el enemigo ¿recuerdas? Además, ¿¡tú te crees que yo tengo el poder de hacer y rehacer a como se me plazca!? Tengo las manos atadas, ¡yo también tengo que obedecer órdenes! ¡Tenemos responsabilidades y por tanto no podemos darnos el lujo de ir por allí lloriqueando que no se nos incluye en esto o aquello!

El vampiro sabía que su amiga tenía razón y, sin embargo, su respuesta le hizo rabiar; mas no sabía que responderle, simplemente dejó salir algo que parecía haber estado atrancado en su garganta desde aquella noche: — Era mi padre.

Vislumbró los ojos llorosos de su amiga de la infancia e inclusive sintió el cambio repentino de humor en su hermano.

— ¿Qué crees que era para mí? —masculló ella.

Illya, por supuesto, se sintió avergonzado por su estúpida respuesta ante la situación, pero podía ser alguien extremadamente orgullosa por lo que simplemente terminó dejando el despacho de Octavia.

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Cuando Illya se había retirado de su apartamento, Odette había intentando detenerlo, notando de inmediato la cólera en los ojos del vampiro y el poco control que parecía estar teniendo; claro, no le asustó que pudiese hacerle algo puesto que continuaba murmurando maldiciones hacia su hermano mayor y al “Algol” en turno. Y por lo poco que había entendido, Octavia Roux y Luca Gimondi seguro sabían lo mismo que la detective y el vampiro, así que suponía que Illya iría  hacerles una rabieta.

Intentó llamarlo durante horas pero fue en vano. A Odette sólo le quedaba esperar que el vampiro no hiciese algo estúpido.

Durmió poco aquella noche y eso le ponía de un humor terrible; Odette necesitaba más de cinco horas de sueño, si no se volvía una mujer llena de ira que difícilmente podría ser contenida por otro ser vivo, a menos que dicho ser vivo le llevase donas y un café americano. Por suerte, Murphy era ese ser que sabía cómo tratarla.

Su compañero tenía la llave de su apartamento, lo cual resultaba especialmente útil cuando Odette tomaba sus largos baños por la mañana y Murphy —siendo Murphy— se colaba en su hogar y le preparaba su café mientras miraba TV, con un paquete de donas sobre la mesa esperando por ella.

Cuando Odette terminó por fin de prepararse, le ofreció una leve sonrisa a su compañero y  este le ofreció una dona; los ojos de la detective se iluminaron, no tardó nada en tomar una dona y darle un mordisco.




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