De Hombres y Bestias

VIII: Remembranzas

Illya nunca creyó que volvería siquiera a pensar en lo ocurrido; años antes, el imaginarse que estaría hablando sobre ello con alguien le revolvería el estómago. Sin embargo, justo ahora estaba compartiendo sus remembranzas más traumatizantes con una mujer que llevaba en su vida sólo un par de meses.

Ni siquiera fue capaz de contarle aquello a su padre, ni si quiera cuando el viejo vampiro casi se lo había suplicado.

Esta explicación suponía dejar que Odette Moreau entrara de lleno en el infierno que era su vida desde el momento en que se enfrentó a su propio tío en aquél valle abandonado a las afueras de un país que en su vida había visitado.

Muchos no considerarían aquél enfrentamiento como una guerra, pero para Illya siempre lo sería. Habían muerto tantos compañeros suyos que ya había perdido la cuenta y otros tantos seguidores de Aziel habían sido asesinados por él mismo; Illya sabía muy bien qué clase de vampiros eran aquellos a los que les había quitado la vida con sus propias manos, sabía la clase de bestias que eran y toda clase de actos barbáricos que tanto su tío como esos desconocidos habían realizado en contra de humanos y vampiros inocentes.

Sin embargo, la muerte de sus compañeros sería un peso que jamás podría quitarse de sus hombros. No, él no había sido directamente culpable de sus muertes, pero el hecho de que alguien con su misma sangre lo hubiese hecho, era suficiente para que Illya se considerase responsable.

Además, su cobardía...su incapacidad de acabar con la vida de Aziel justo cuando lo tenía bajo él, con un cuchillo de caza contra su yugular, era el mayor peso que tenía que cargar.

De alguna forma u otra, él también era responsable por el asesinato en masa en el Cipriani, la muerte de su padre e, inclusive, la masacre donde la chica que Maxwell consideraba como su hija fuese asesinada de forma tan brutal.

Illya había llevado ese infierno hasta Nueva York. Illya había condenado a cientos de seres inocentes a perecer de una forma horrorosa y no tenía duda alguna de que su tío no pararía hasta conseguir lo que deseaba.

Aziel Volkov aplastaría a la ciudad.

Cuando pudo explicarle todo eso a la detective, no fue, en ningún momento, capaz de mirarla. Ya había tenido que experimentar la desconfianza plasmada en los brillantes ojos azules de la chica, no sabía si podría soportar la repugnancia que seguramente reflejaban en esos momentos.

No obstante y, aunque estaba agotadísimo emocionalmente, continuó explicándole: — Aziel era muy cercano a mi madre, pero cuando ella y mi padre se casaron, la relación de ambos hermanos se fue deteriorando. Luca y yo lo conocimos solo una vez cuando éramos muy pequeños, recuerdo escuchar gritos viniendo de la sala principal de nuestro viejo hogar mientras mi hermano y yo espiábamos la conversación desde las escaleras; no puedo recordar todo, pero sé la razón por la cual Aziel construyó con sus propias manos a la Compañía del Cráneo.

Illya se detuvo de pronto y cuando Odette colocó su mano sobre su rodilla, se decidió a alzar la cabeza y sostenerle la mirada. Estaba sorprendido con el tacto, su creencia de que ella lo odiaría parecía estar equivocada y no había nada más que lo llenara de alivio en esos momentos como el apoyo de esa terca detective.

De pronto, continuar hablando sobre ese asunto ya no se le hacía tan difícil.

—Aziel siempre ha tenido una idea muy de supremacista—explicó— y es que para él y sus seguidores, el hecho de que los hijos de la noche convivamos como si fuésemos iguales con los seres humanos es, prácticamente, un pecado. Y que cualquier vampiro a favor de esta convivencia es un traidor. Para él, los humanos no pueden ser seres con los que nos codeemos, son solo alimento, son la presa que nos mantiene vivos. No con quienes debamos entablar amistades ni yacer con ellos.

—Ok, entiendo todo eso—comentó Odette, asintiendo— es algo súper cliché en los terroristas.

Illya nunca creyó que se reiría después de hablar de esto con alguien. Sin embargo, la detective lo había logrado.

—Lo que no entiendo es ¿por qué ahora? —preguntó la chica, más para sí misma— y si el FBI sabe quién está haciendo todo esto ¿por qué no le han arrestado? ¿Es difícil encontrarlo?

El buen humor que Odette había traído momentáneamente a la conversación desapareció de inmediato ante su cuestionamiento. Aquellos días que no había sido capaz de ir a disculparse con ella, mínimo los utilizó para obtener más información y no volver con la detective con sus manos vacías. Lo que ahora le diría probablemente detonaría el enfado de la muchacha —el cual el entendería por completo— pero tendría que explicarle el por qué no podía hacer nada, no directamente.

—Hace unos días, Aziel y mi hermano tuvieron una reunión.

Illya fue capaz de escuchar los rápidos latidos del corazón de la detective, que incluso palideció considerablemente.

— ¿Cómo dices? —siseó.




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