os recuerdos, como fantasmas del pasado, me invaden constantemente. Cada momento que pasé contigo, cada risa compartida, cada abrazo intercambiado, cada palabra susurrada al viento, todo vuelve a mí con una claridad desgarradora.
Recuerdo nuestras risas resonando en la quietud de la noche, nuestras miradas cruzándose en medio de la multitud, nuestros dedos entrelazados bajo la luz de las estrellas. Recuerdo tus ojos brillando con alegría, tu sonrisa iluminando mi mundo, tu voz susurrando promesas de amor eterno.
Pero también recuerdo el dolor. Recuerdo las lágrimas que derramamos, las palabras que nos herían, los silencios que nos separaban. Recuerdo las despedidas no deseadas, los adioses no pronunciados, los sueños no realizados.
Recuerdo cómo tu ausencia llenaba cada rincón de mi ser, cómo tu silencio resonaba en mi corazón, cómo tu recuerdo teñía cada amanecer y cada anochecer con tonos de melancolía.
Los recuerdos, aunque llenos de tristeza y dolor, son todo lo que me queda de ti. Son como un álbum de fotos descoloridas, una colección de momentos congelados en el tiempo, una serie de ecos que resuenan en el vacío.
Y aunque estos recuerdos me causan dolor, también me brindan consuelo. Porque cada recuerdo es un testimonio de un amor que fue real, de un sentimiento que tocó nuestras almas, de un vínculo que, aunque roto, nunca se olvidará.
Así que aquí estoy, sumergida en un mar de recuerdos, dejando que las olas de la nostalgia me arrastren. Aquí estoy, recordando cada momento, cada risa, cada lágrima, cada palabra, cada silencio. Aquí estoy, recordándote a ti, recordándonos a nosotros, recordando nuestro amor.
Porque al final del día, los recuerdos, por muy dolorosos que sean, son todo lo que nos queda. Y aunque el amor pueda doler, aunque el amor pueda dejarnos con el corazón roto, siempre, siempre, valdrá la pena recordar.