Dicen que todos estamos unidos por un hilo rojo, un hilo que, sin importar lo lejos que nos alejemos, siempre nos mantiene conectados. Aunque nuestras vidas puedan tomar caminos diferentes, aunque nuestros corazones puedan alejarse, ese hilo rojo siempre está ahí, silencioso pero constante.
Hubo un tiempo en que nuestros caminos se cruzaron, un tiempo en que nuestros corazones latían al unísono. Pero la vida, con su incesante flujo y reflujo, nos llevó en direcciones diferentes. Nos alejamos, nos perdimos de vista, pero el hilo rojo permaneció.
A pesar de la distancia, a pesar del tiempo, algo siempre nos hacía reencontrarnos. Un encuentro casual en una calle concurrida, una canción familiar en la radio, un sueño que parecía demasiado real. Pequeños momentos, pequeñas coincidencias que nos recordaban el hilo que nos unía.
Y aunque ya no estemos juntos, aunque nuestros caminos hayan divergido, siento la presencia de ese hilo rojo. En los momentos de soledad, en los momentos de añoranza, siento el tirón suave pero insistente de nuestro hilo rojo.
Quizás sea solo una leyenda, quizás sea solo una metáfora. Pero prefiero creer en la magia del hilo rojo. Prefiero creer que, a pesar de todo, estamos destinados a encontrarnos una y otra vez.
Porque aunque ya no estemos juntos, aunque nuestros caminos sean diferentes, el hilo rojo nos une. Y tal vez, solo tal vez, el destino tenga reservado otro encuentro para nosotros. Hasta entonces, llevaré nuestro hilo rojo en mi corazón, un recordatorio constante de lo que una vez fue y de lo que podría ser de nuevo.