En el silencio de la noche, mi mente se convierte en un laberinto de pensamientos. Pensamientos que giran y giran, como un carrusel que nunca se detiene. Sobrepienso, sobreanalizo, me pierdo en un mar de dudas e inseguridades.
Me comparo con otras chicas, me miro en el espejo y veo todas las formas en que no mido. Ella es más bonita, ella es más inteligente, ella es más todo. Cada risa, cada mirada, cada palabra se convierte en una espina que se clava en mi corazón.
Veo a él con otras chicas y mi mente empieza a divagar. ¿Le gustará más ella? ¿Estoy a la altura? Cada sonrisa compartida, cada conversación casual se convierte en una tormenta de dudas en mi mente.
Cuando no me responde, mi mente se llena de escenarios. ¿Está ocupado? ¿Está con alguien más? ¿Ha perdido interés? Cada minuto que pasa sin una respuesta se convierte en una eternidad de incertidumbre.
Sobrepienso por todo, cada detalle, cada gesto, cada palabra. Como una persona insegura, me cuestiono a mí misma, cuestiono todo. Me pregunto si soy suficiente, si alguna vez seré suficiente.
Pero en medio de toda esta tormenta de pensamientos, me doy cuenta de algo. Me doy cuenta de que la sobrevaloración no es más que un reflejo de mis propias inseguridades. No es ella, no es él, soy yo. Soy yo quien necesita aprender a amarse a sí misma, a aceptarse tal como es.
Porque al final del día, no importa cuánto sobrepiense, no importa cuánto me compare con los demás, la única opinión que realmente importa es la mía. Y aunque pueda ser difícil, aunque pueda llevar tiempo, sé que eventualmente encontraré la forma de silenciar la tormenta en mi mente.
Así que aquí estoy, en medio de la noche, luchando contra mis propios pensamientos. Pero sé que, con el tiempo, aprenderé a navegar por este laberinto. Aprenderé a amarme a mí misma, a aceptarme tal como soy. Y aunque pueda ser un camino largo y difícil, sé que al final, valdrá la pena.