Todos somos imperfectos, todos tenemos defectos. Somos un caleidoscopio de virtudes y vicios, de fortalezas y debilidades. Y en esa imperfección, en esos defectos, es donde reside nuestra humanidad.
Él, con su sonrisa encantadora y su risa contagiosa, también tenía sus defectos. Era terco, a veces demasiado terco. Se aferraba a sus ideas y opiniones, incluso cuando estaba claro que estaba equivocado. Pero eso también era parte de su encanto, esa terquedad, esa determinación.
Yo, por otro lado, siempre he sido demasiado crítica conmigo misma. Veo mis defectos amplificados, mis errores se convierten en montañas insuperables. A veces, me cuesta aceptar cumplidos, me cuesta creer que soy digna de amor y afecto.
Y juntos, nuestros defectos a veces chocaban. Sus palabras obstinadas contra mi auto-crítica, sus acciones impulsivas contra mi cautela. Pero a pesar de todo, a pesar de nuestros defectos, encontramos la manera de amarnos.
Porque al final del día, el amor no se trata de encontrar a la persona perfecta. Se trata de ver a una persona imperfecta perfectamente. Se trata de amar a alguien no a pesar de sus defectos, sino por ellos. Así que sí, todos tenemos defectos.
Él los tiene, yo los tengo. Pero esos defectos son lo que nos hace únicos, lo que nos hace humanos. Y aunque a veces puedan causar conflictos, también son lo que hace que el amor sea tan hermoso, tan real.
Porque en nuestros defectos, encontramos nuestra humanidad. En nuestras imperfecciones, encontramos nuestra perfección. Y en nuestro amor, a pesar de todos nuestros defectos, encontramos nuestra felicidad.