Armand
Emma y yo caminamos en silencio hacia un parque, esta no quiso hablar dentro de la casa por lo que nos dirigimos a otro sitio, el silencio es incómodo y la verdad no sé cómo comenzar a hablar, fue difícil hacer que aceptara aunque debo admitir que pensé que sería peor.
—En realidad si sé cocinar —dice de repente y me mira breves segundos
—Nunca te vi hacerlo
—Nunca lo hacía —se encoge de hombros, yo miro mal a unos hombres que la miran por no decir que se la comen con la mirada, es claro que siempre llama la atención de todos —¿para qué hacerlo cuando se tiene empleados? —ruedo los ojos —¿y tú? ¿Sabes cocinar? —se detiene y me mira, es bastante raro que pregunte algo sobre mí.
—Un poco —murmuro mirando sus ojos y evitando decirle que más de una vez cociné para ella cuando vivíamos juntos, solo que esta nunca se dio cuenta y yo era demasiado orgulloso para decirle que esos platos, sus favoritos, los hacía yo.
—¿Por qué estás aquí Armand? —me interroga sin apartar la mirada
—Estás cambiada —digo caminando hacia un banco —tienes algo distinto, estás
—¿Más gorda? —se mira y río
—No sé explicarlo —suspiro tomando asiento, ella se sienta a mi lado algo alejada de mí, ambos nos miramos y sigue siendo incómodo todo, creo que nunca nos hemos sentado a hablar tranquilamente sin discutir.
—Dime ya que haces aquí —pide con curiosidad y carraspeo un poco.
—¿Recuerdas por qué nos casamos? ¿Por qué yo me casé?
—Necesitabas una esposa porque tu abuelo dijo que solo alguien casado ocuparía su lugar en la revista —asiento con lentitud
—Resulta ser que mis otros hermanos también están casados, por lo que el abuelo quiere elegir a uno de otra forma y esta vez no solo dará la revista, lo dará todo a quien cumpla con sus expectativas —Emma me mira más que confundida —quiere que los tres, mis hermanos y yo dentro de unas semanas viajemos a su hacienda y estemos tres meses ahí, quien logre pasar sus pruebas ahí entonces va a heredarlo todo
—¿Qué tiene eso que ver conmigo? —sigue estando confusa y ahora si viene la peor parte
—Que debes ir conmigo y fingir ser mi esposa, esa es la única forma de que yo obtenga la herencia —sus ojos me miran incrédulos y cuando pienso que dirá algo solo suelta una estruendosa carcajada, nunca la había visto reír de tal manera y de verdad parece que mi confesión le ha hecho gracia —Emma
—Estás loco —ella se pone de pie —Armand no pienso fingir nada y menos ir a ese campo lleno de animales en donde tu abuelo nos va a poner a trabajar como esclavos, jamás te ayudaría de tal forma —ella sigue riendo luego de hablar
—No lo harás gratis —digo y deja de reír —te daré dinero Emma, una casa, acciones, cualquier cosa que me pidas excepto seguir en la revista —me pongo de pie —cuando todo acabe y los tres meses pasen, entonces yo seguiré con mi vida y tú con la tuya, pero esta vez con dinero como te gusta.
—No lo haré —se cruza de brazos
—Emma, piénsalo
—Bien —suspira quedándose pensativa —ya lo pensé —me mira y se acerca un poco más a mí, cosa que odio por su olor, me vuelve loco y sus labios rojos solo son una tentación que me llaman a gritos —Armand, me suicido antes de ayudarte en algo, me dejaste en la calle ¿y de verdad vienes ahora a pedirme un favor? Vuelve a tu vida, olvídate de mí y dile a todos que estamos divorciados, es más, tienes todavía tiempo de encontrar otra esposa —Emma pasa por mi lado y se aleja, yo respiro frustrado viendo la herencia alejarse cada vez más de mí, lo de encontrar otra esposa no sería nada difícil, pero si muy poco creíble, estoy perdido y solo me queda dar la cara ante toda mi familia cuando llegue el día de estar frente a los abuelos y decirles que todo mi matrimonio ha sido una falsa y que ya no tengo esposa.
Miro hacia mis pies cuando una pelota llega hasta ellos, levanto la mirada para ver al pequeño que camina hacia mí y sonrío tomando la pelota en mis manos.
—¿Es tuya? —asiente con algo de timidez
—Sí, jugaba con mi hermana —señala hacia una niña que me saluda con la mano desde lejos, vuelvo a mirar al pequeño y sonriendo le entrego la pelota, lo veo alejarse de mí y respiro hondo, más de una vez pensé en cómo sería tener un hijo con Emma, pero la respuesta era clara siempre, esta jamás iba a querer tal cosa, de seguro si le hubiese planteado eso me hubiera dicho que su cuerpo cambiaría si quedaba embarazada y que jamás tendríamos hijos, niego con la cabeza al pensar tantas estupideces, no puedo pensar en hijos cuando ni siquiera tengo esposa.
Al entrar a mi oficina voy hacia mi silla pero sin quitar la mirada del hombre que está aquí sentado, el cual sonríe al verme.
—Hermano —dice Abel cuando tomo asiento.
—¿Qué haces aquí? —él suspira
—Venir a decirte que los días pasan y que muy pronto seré el dueño de todo esto —abre sus brazos señalando todo para luego ponerse de pie —¿y sabes que haré cuando eso pase? —él camina hacia el ventanal de cristal por donde se ve toda la ciudad
—No soy adivino
—Te voy a despedir —ríe —de todas formas no haces nada en la empresa, digamos que escoger una cara bonita y un cuerpo no es mucho trabajo
—Sueñas demasiado —comento mirándolo, él sigue mirando la ciudad
—¿De veras? —me mira —creo que debemos ir a la hacienda con nuestras esposas y por lo que sé tú y Emma están separados —me tenso por completo —sé que está viviendo con una amiga y que fue al lugar en el que antes trabajaba para pedir trabajo —mi mandíbula se tensa, lo único bueno es que al menos no sabe que estoy divorciado.
—Me arreglaré con Emma —miento fingiendo una sonrisa —si solo viniste a eso puedes irte.
—Ya quiero saber lo que ella pensará cuando vea las fotos que acabo de subir —lo miro confundido, pero él solo riendo camina hacia la puerta, yo rápido busco mi teléfono y enseguida me aparecen las fotos que circulan por todos lados, son de cuando salí con Rubén luego de ir al club, se ve a la chica que estaba conmigo en mis piernas y en una foto se nos ve entrando a la casa a todos, aprieto con fuerza el teléfono sintiendo rabia.