Emma
Los tres hermanos se miran entre ellos como si estuviesen a punto de pelear y no es para menos, esta es la guerra, yo miro a sus parejas tan falsas como la relación que tengo con Armand, será fácil hacer que esas dos arpías dejen la hacienda, les sonrío cuando me miran y me devuelven el gesto, siempre me han caído como una patada, el sabor horrible que tengo en mi boca producto de la maldita leche no se va, he aguantado las ganas de vomitar, pero cuando ya no puedo más me pongo de pie pidiendo disculpas y camino a paso lento por la casa hasta llegar a uno de los baños, mataré a Armand si todos los días tengo que beber esa asquerosidad, una vez que termino me lavo el rostro sintiéndome algo mareada, cuando el mareo cesa abro la puerta para toparme con una mirada brillosa, le sonrío a la niña que vi antes y me pongo a su altura.
—¿Cómo te llamas criatura? —ella ríe, es preciosa con sus rizos dorados y sus ojos azules, toda una muñeca.
—Katy —musita mirando mis ojos
—Katy además de linda tienes un bello nombre —sonríe tímida —¿donde vives Katy?
—Aquí —susurra y sonrío algo confundida, ¿tienen los abuelos de Armand una niña entre sus empleados? No, no parecen de esa clase de personas, yo respiro hondo.
—¿Qué edad tienes? —ella me enseña sus dos manos, una completamente abierta y la otra solo con un dedo levantado —¿6 años? —asiente —¿por qué me seguiste hasta el baño Katy? ¿Quieres algo? —niega con su cabeza
—Eres linda —mi sonrisa se agranda y escucho que alguien me llama, yo suspiro mirando a la pequeña.
—Gracias por el cumplido, pero eso ya lo sabía —le guiño un ojo y río —¿hablamos luego? —asiente para irse corriendo, me pongo de pie y voy al salón.
—Ya una empleada llevó a su amiga a la habitación —me dice Berta tomando mi brazo —te llevaré yo misma a la tuya Emma.
—Siempre supe que era la favorita —ella ríe
—Eso es solo porque me haces reír con tu ego —bufo
—¿Ego yo? Soy la persona más humilde que puedes conocer Berta
—Prefiero que me llames abuela —sonrío satisfecha y entramos a una habitación, miro la cama simple y luego a ella
—Abuela —ella sonríe —sé que quieren ver a sus nietos estar cerca de sus esposas, pero en esa cama dudo que Armand quepa, por más abrazados que durmamos uno de los dos va a caer, es muy pequeña.
—Querida es tu cama, tu habitación, la de Armand es otra —la miro desconcertada sin entender nada
—Sé que estamos aquí para aprender a ser personas trabajadoras y humildes —asiente —para ser mejores, pero sobre todo para saber que tan cierto es el matrimonio —la abuela vuelve a asentir sin dejar su sonrisa —no entiendo los métodos.
—Ya entenderás a medida que los días pasen Emma, no comas ansias —yo asiento pensativa —y descuida, no hay cámaras en las habitaciones, todavía —mis ojos se entrecierran con su juego y su sonrisa se ensancha.
—No traje ropa
—Armand dijo que compráramos nosotros todo para así venir más ligero —esta vez la miro atónita
—¿la idea fue de Armand? —la mujer asiente, mis ojos se abren como platos y corro hacia el clóset, abro este topándome con pantalones y camisas de trabajo, todo es horrible, grande y poco, muy poco elegante, maldito Armand, respiro hondo y miro a Berta —¿y la ropa?
—Es esa, Armand no quiso traer nada, compramos lo que nos dijo que compráramos, dijo que será más fácil con esa ropa hacer trabajo —ella se encoge de hombros y sé que lo disfruta, aprieto mis puños con rabia, se supone que somos un equipo pero ya quiere joderme
—¿Y el tamaño? Esta ropa es enorme, demasiado —mascullo y ríe
—Puedes comprar en la tienda del pueblo si no te gusta esa Emma —ojalá tuviera dinero —el tamaño, bueno, Armand nos dijo que estabas gorda —la abuela ríe para luego salir de la habitación, me llamó gorda, Armand le dijo que yo estaba gorda, cierro mis ojos y tomo aire profundamente, se va a enterar, si quiere jugar así en el peor lugar para hacerlo jugaremos y va a perder.
—¿Me explicas que demonios es esto? —grito entrando a su habitación, le lanzo el pantalón que traía a su rostro, Armand lo mira
—Es ropa de trabajo
—Maldito —sonríe mirándome
—Emma así parecerás más humilde ante los abuelos, admite que te hace falta
—¿Y tú qué? —alzo una ceja —apuesto a que dentro de ese clóset tendrás ropa de marca y trajes elegantes
—Yo ya soy humilde, me coloque lo que me coloque —¿humilde? Creo que se ha confundido en el diccionario —por favor no hagas una tormenta, todos usarán esta ropa para trabajar —me lanza el pantalón.
—No siempre será trabajo todo —él se acerca a mí
—Respira hondo y no te alteres, recuerda por qué estamos aquí, sé humilde y trabajadora, además, debes verte bella con esa ropa —el maldito se ríe en mi cara —me iré a duchar —lo veo alejarse y entrar al baño, me quedo largos segundos mirando la puerta y maldigo en voz alta, cuando ya me iba veo sobre la mesita de noche algo que llama mi atención, voy hacia esta, tomo primero la foto de ambos juntos y la lanzo al suelo haciendo añicos el cuadro, luego tomo las llaves de su lujoso y caro auto, me las va a pagar y le va a doler por cabrón.
Sonriendo y muy feliz salgo de esa habitación y al salir de la casa diviso el auto de color rojo, camino hacia él sin perder la elegancia llamando la atención de los dioses griegos que trabajan, le guiño el ojo a uno que me sonríe y luego subo al auto, al encenderlo mi corazón salta de felicidad, será la última vez que escuche este ruido, arranco a toda velocidad con una sola idea en la mente, con una sonrisa en los labios y con la venganza corriendo por mis venas, Armand, aún no sabes bien con quien estuviste casado, pero ya vas a conocerme.