Me gusta mi nombre, es fuerte, como yo. Su sonoridad viene del ruso, y aunque su significado "bella princesa" dista mucho de lo que soy, me gusta creer que soy una, pero valiente. Tania, así me llamo. Mi madre me lo puso por una amiga suya, una de antaño, de la universidad.
Me he despertado, aún cepillándome los dientes continúo amodorrada. Al bajar las escaleras me froto los ojos. Mamá cocina como siempre, me ha dicho que la cocina es su lugar favorito de la casa, y no lo dudo. Papá no se encuentra en casa, ha salido en uno de sus múltiples viajes como médico epidemiólogo, esta vez afortunadamente su destino es uno interno del país, y no en el extranjero, como alguna vez lo hizo cuando era niña. Yo amo a mi familia, la cual es pequeña, solo somos cuatro, mamá, papá, yo y mi hermana mayor quien también quiere ser médico. En cambio yo he preferido el deporte, el más bello, la Gimnasia Artística, desde muy pequeña me he refugiado en esta disciplina que me ha dado tantas alegrías, contrario a mi vida, donde ha habido muchos altibajos, sobretodo económicos, mi papá ha servido como médico de las llamadas "misiones internacionales" desde hace más de quince años, su más importante viaje ha sido a Venezuela, nos hemos separado de él de menos cuatro años, nosotras recibíamos apenas una bonificación de 50 dólares mensuales y él un sueldo base que rondaba los 300; sé que de sí los salarios en el país son muy bajos y hasta risibles, pero aún así debíamos batallar para tener una vida decente. Recibimos mucha ayuda de nuestros abuelos maternos, quienes son dueños de una cafetería aquí en La Habana, aunque ellos son oriundos de Villa Clara.
Camino a mis prácticas pienso mucho. Mamá siempre me lleva a la Escuela Nacional de Gimnasia en su viejo Peugeot 405, el coche ni aire acondicionado posee pero como vivimos relativamente cerca, el viaje es expres. Con dificultad pude entrar a esta academia tan exigente, una fortuna para cualquiera que aspira a colocarse en el escenario deportivo nacional, y más porque no soy un verdadero prodigio precoz, en comparación con varias de mis compañeras quienes fueron reclutadas desde los ocho o nueve años, yo ingresé aquí apenas a los catorce años, pero me he esforzado mucho y los entrenadores lo advierten. De pequeña entrenaba en gimnasios privados, un esfuerzo extra que debían hacer mis padres, y ahora que estoy en este lugar todo ha valido la pena. En el salón comienzo a hacer mis prácticas. Las hago con mucho cuidado porque anteriormente ya he sufrido lesiones, especialmente una a los quince años que me impidió seguir con mis entrenamientos y eso que prácticamente apenas había ingresado a la academia, casi seis mese tardé en recuperarme. Mi gran sueño ha sido desde siempre ganar una presea en los Juegos Panamericanos, más que en las Olimpiadas, porque pienso que es un orgullo continental, los del 2015 los disfruté como nadie desde mi casa, he esperado cuatro largos años para finalmente tener mi gran oportunidad, porque este 2019, en que tengo dieciseis años, es mi gran momento de brillar.
Al llegar a casa veo a mi padre sentado en el salón. "¡Papá! Has vuelto" grito como loca, él me abraza y me da un beso, aunque algo logro percibir en su cara. Mamá ha hecho una cena deliciosa, con Ropa Vieja y todo, el platillo favorito de papá.
—Apenas me he marchado unos mesa y las observo enormes.
—Y lo estamos. Pero nos hemos comportado muy bien en tu ausencia, especialmente yo, concentrada en mi disciplina, en cambio Carmen, se la vive en Instagram y Facebook —dije chanceando. Carmen, mi hermana, me dio un codazo.
—Somos juiciosas papá —concluyó Carmen. Conversamos amenamente hasta que el rostro de papá se tornó serio.
—Chicas, debo decirles algo. Algo muy importante que cambiará la dinámica de la familia —mamá agachó la cabeza y tomó la mano de Carmen—, me voy en una nueva misión internacional a África.
Los cubiertos se me cayeron al plato. "África, áfrica" retumbaba en mi mente.